Un nudo a la vida

Antes que otra cosa: Preciosa foto, clarividente imagen de José González Marcos; le hace justicia en su expresión. Me sitúo ante el artista, el escultor total que fue, que sigue siéndolo en la inmortalidad de quien deja una obra hecha para el lugar fuera de su tiempo y de su vida; lo que dijo Ernesto Sábato: «Se es moderno cuando se es eterno». Me es fácil escribir sobre él, lo conocí muy bien; a la obra y a esa personalidad contradictoria según la hora y el día, según la época, según el nudo de la corbata, el nudo de la vida, el nudo de bronce de su escultura en el caballete o, también, su nudo de la corbata o la pajarita. La dificultad radica en lo imprevisible de su personalidad, todo lo contrario de la previsible obra que podamos hallar de él en cualquier lugar, altamente reconocible, singular y única, peleada hasta evitarse toda sombra de duda escultórica.

He escrito que se trata del artista y escultor total, lo repito y me reafirmo. De joven, con doce años, llegó al estudio de su tío el escultor Juan González Moreno, uno de aquellos prodigios de la escultura murciana. Allí conoció y aprendió todo el oficio de escultor; el modelado, el vaciado, el copiado a puntos, el estofado para la talla religiosa, el patinado e incluso el fundido a bronce, toda la larga lista de secuencias del arte de la escultura, una de las más complejas y variadas.

Pepe González Marcos, que fue profesor de cerámica, era, en el oficio, capaz de llegar al máximo en todos los materiales. La piedra, el mármol, la madera, la cera, la terracota, el sin fin de materias definitivas. Incluso de despertarse en el suelo habiendo perdido el conocimiento después de un trabajo de fundición. Debe saberse que fue ayudante de su maestro y tío en la obra de éste más importante, los relieves del Santuario de la Fuensanta.

El anecdotario de este artista formidable, de su carácter y sus vivencias es amplísimo; hablemos con quien hablemos de Pepe, nos podrá contar una historia al borde la novela. Al borde anduvo muchas veces en esa vida a veces envidiada por los que, en el mundo, no sabemos dar dos pasos seguidos sin la debida prudencia y el cinturón de seguridad.

González Marcos se hizo libre a fuerza de crear su propia leyenda y existencia; a veces la seguía como un ritual necesario sabiendo el terreno que pisaba, ironizando con el personaje que tenía delante. A veces se hacía de difícil comprensión. Nunca en la escultura, que era claro y diáfano, sin sombra contra la que empleó todas las luces que pudo. Todas las gubias y desbrozadoras.

Recientemente una exposición antológica pudo dar una idea de la talla del escultor; fue en el Museo de Bellas Artes de la capital y ahí se pudo comprobar hasta qué punto la bohemia puede dar sus frutos magníficos. La eterna complacencia ante la obra de arte.