Desde hace unos días, los murcianos pueden disfrutar en la Fica de una nueva representación de El Circo de los Horrores. Pero en la tarde de ayer, no hizo falta moverse de casa ni comprar una entrada para vivir un auténtico espectáculo de miedo. Solo fue necesario conectar con la televisión autonómica a las siete de la tarde para presenciar el esperpéntico partido que ofreció el Real Murcia en el Nuevo Colombino.

Paciencia y confianza son las palabras que más se han repetido en las últimas semanas en el entorno del conjunto murcianista, tampoco faltan las referencias a la juventud y a la valentía de unos jugadores que están trabajando para asumir todos los conceptos de un modelo ganador, pero el 'manual de excusas' de los responsables técnicos de Nueva Condomina se queda sin hojas después de la dura derrota sufrida ayer en casa del Recreativo de Huelva, donde, como ocurriese en Jumilla o en Los Barrios, no solo se vuelve con cero puntos en el casillero sino que además se ofrece una imagen de desidia, de falta de intensidad y de competitividad que ensucia un escudo que en Segunda B está obligado a brillar independientemente del campo que visite, de si las dimensiones son mayores o menores, de si el césped está mejor o peor cortado.

No hubo que esperar ni un minuto para contemplar que todas las promesas de mejoría de Paco García volvían a caer en saco roto. La dejadez, el descuido o el desinterés (utilicen ustedes el sinónimo que mejor les venga) quedó representado en el minuto 2. Un balón perdido por Pumar en la zona que, según el modelo del entrenador, tiene que estar más que controlada, hizo temblar todos los cimientos de la defensa grana. Dani Molina, prácticamente desde Groenlandia, miró hacia adelante y vio pasillo, pero no necesitó ni avanzar. Sacó el arco y apuntó a la meta de Diego Rivas, con la suerte de que el meta grana andaba demasiado adelantado. Y con una bonita vaselina, el balón se convirtió en una flecha que entró por la puerta grande de la meta murcianista.

Era el minuto 2 (por si antes lo han pasado de largo) y el Real Murcia ya iba por detrás en el marcador. Los antecedentes no ayudaban a los más optimistas. La mediocridad del equipo de Paco García a domicilio no daba esperanzas. Que en cinco partidos (cuatro de Liga y uno de Copa) solo se haya marcado un gol a favor tampoco servía para entrar en Bwin y apostar por los murcianistas. Pero, eso sí, había tiempo. Mucho tiempo. El problema, o como lo quiera llamar un Guillermo Fernández Romo que tras el partido se quedaba sin palabras, es que los minutos solo sirvieron para que el ridículo fuese convirtiéndose en un gigante de enormes proporciones. Hasta el punto que posiblemente más de un futbolista grana sintió el deseo de acercarse al colegiado y pedirle que pitase el final lo antes posible, como ese púgil que tira la toalla cansado de ser vapuleado.

Lo peor es que el Recreativo, que hasta la jornada de ayer solo había conseguido tres goles a favor, no hizo nada de otro mundo para conseguir la victoria más cómoda y posiblemente más atractiva de lo que va de curso. Pero, como diría un buen amigo mío, 'si los otros, jugando mal, marcaron tres goles y no vieron peligrar la victoria en ningún momento, cómo jugó el Real Murcia entonces'. 'Peor que mal', me tocaría decirle, dándole la razón como siempre.

Solo hay analizar el encuentro y ver que el gol de Molina en el minuto 2 solo fue una anécdota, un primer revés directamente a la mejilla. Tras el golpe, el Murcia intentó levantarse. Pese a no conseguir tapar el centro del campo, donde Armando y Javi Saura eran superados por todos los frentes, Roberto Alarcón y Titi eran los únicos capaces de apuntar en la dirección adecuada. El asturiano no tenía problemas para llegar a la línea de fondo. Sin embargo, Gálvez vivía un encuentro de lo más plácido. Ni un balón peligroso tuvo que parar en los primeros cuarenta y cinco minutos.

Sin control de juego y con el marcador en contra, el Real Murcia era el que más tenía que perder. Y vaya si perdió. En el minuto 24, el Recreativo, como una avispa que se posa tímidamente en el brazo, dejó su aguijón clavado en la piel murcianista. Sin prácticamente quererlo, los locales se plantaban en el área, donde volvieron a encontrar un pasillo al estilo del camino de baldosas doradas que llevaba a Dorothy a Ciudad Esmeralda. Rubén Mesa fue el encargado de recorrer el último tramo del trayecto. Ni Golobart, anulado al quedarse atrás, ni Jaume Sobregrau, al que solo le faltó aplaudir la llegada del atacante local, fueron capaces de frenar una acción que volvía a acabar donde siempre, en el fondo de la red. Si Molina había apuntado a la mejilla, el gancho de Mesa fue directamente al estómago.

«Quedan 70 minutos», debía pensar Paco García en la grada (ayer cumplía el primer partido de los cuatro de sanción). «Quedan 70 minutos», repetía Guillermo Fernández Romo, posiblemente al lado del entrenador elegido por unanimidad por el murcianismo. Pero ni en setenta minutos ni en diez horas, lo que el Real Murcia fue a hacer a Huelva lo debió hacer antes del choque del Colombino, porque durante lo único que consiguió fue acumular despropósitos.

Con un Javi Saura que solo tiene la varita mágica en los entrenamientos, o en los partidos de pretemporada ante rivales de Tercera, y con un Isi que es nulo en la mediapunta, a Borjas Martín solo le quedaba rezar para que Titi y Roberto Alarcón encontrasen la inspiración. No lo hicieron. Sin recursos, ni las jugadas a balón parado se convierten en un alivio. No es ese un capítulo que aparezca en el libro de estilo de Paco García. Todo lo que no sea toque, no interesa.

El Murcia estaba obligado a reaccionar, y el banquillo movió ficha. Tras el paso por el vestuario, Germán Sáenz, recuperado de su lesión, y Paris Adot eran los soldados elegidos por el cuerpo técnico grana para provocar la reacción. Sin embargo, el golpe lo volvió a recibir el conjunto murcianista. Armando, en el minuto 57, era expulsado por una fea entrada que le valía la segunda amarilla.

Ya nadie en el Murcia pensaba en los minutos restantes. Todos rezaban para que acabase la pesadilla. Pero, si ayer había alguien que sabía rezar, ese era el ex UCAM Iván Aguilar. El repudiado por Pedro Reverte en el último minuto del último día del mercado veraniego olvidó por unos segundos el berrinche que se llevó tras su despido para dar el golpe definitivo, el que fue directamente al corazón de un Real Murcia que, oyendo a sus responsables, da la sensación que ni siente ni padece.