El fútbol está rodeado de supersticiones. El jersey azul del alemán Joachim Löw se convirtió en un amuleto en el Mundial de Sudáfrica en 2010, los aficionados del Deportivo de La Coruña riegan el césped de ajos para alejar a las meigas, Giovanni Trapattoni recurría al agua bendita durante su etapa como seleccionador italiano, Luis Aragonés no quería a su lado nada de color amarillo y Francia se proclamó campeona del mundo en 1998 entre beso y beso de Laurent Blanc a la calva del meta Fabian Barthez. Ni entrenadores, ni jugadores, ni directivos... Nadie escapa dentro de un terreno de juego al miedo a la mala suerte. Unos saltan al césped con el pie derecho, otros se santiguan las veces que hagan falta, los más católicos, como el madridista Keylor Navas, recurren a su fe...

Pero en el UCAM Murcia CF están hechos de otra pasta. Para Pedro Reverte y José María Salmerón, los fantasmas no existen. Su apuesta por el delantero Natalio Lorenzo así lo refleja. Mientras los aficionados del Cádiz, del Real Murcia, del Tenerife y, hace unas semanas, los del Llagostera lamentan haber tenido al atacante valenciano en sus filas, los responsables universitarios le han convertido en su gran apuesta para la temporada en la que debutarán en el fútbol profesional.

¿Qué tiene Natalio para no dejar un buen recuerdo en los equipos que juega? La respuesta es sencilla. Solo hay que mirar el destino de esos conjuntos al final de cada campaña.

Al valenciano de 31 años -cumplirá 32 años el próximo mes de septiembre- le persigue la mala suerte. A sus espaldas acumula cuatro descensos a Segunda B, lo que ha llevado a algunos aficionados a ponerle el cartel de gafe. Aunque en su etapa en el Numancia (2011-2016) parecía haberse quitado de encima la maldición que le acompaña desde 2008, en el Llagostera ha vuelto a vivir la tristeza de la caída al infierno de la Segunda B. Y ya van cuatro veces. Porque para Natalio el sinsabor del fracaso ya es algo más que habitual.

Después de una gran temporada en el Castellón (2006-2007) y de su fichaje por el Almería, donde esperaba confirmarse como uno de los delanteros destacados de la Primera División, el valenciano ha desarrollado una trayectoria con muchas más sombras que luces. En Cádiz tropezó por primera vez con las llamas del infierno. Aterrizó en el Ramón de Carranza en el mercado de invierno y, pese a anotar seis goles, no pudo ayudar a la salvación de los cadistas, que dieron con sus huesos en Segunda B.

Regresó a Almería, pero en enero volvió a cambiar de aires en busca de minutos. Se marchó al Córdoba donde vivió una segunda vuelta tranquila. El Real Murcia, en agosto de 2009, le ficharía para un proyecto que, con José Miguel Campos en el banquillo, miraba a Primera División. Una cosa son los sueños y otra muy distinta la realidad. Montilivi, en la última jornada del campeonato liguero, confirmó la tragedia murcianista. Natalio no jugó ni un minuto ante el Girona. Pero desde el banquillo pudo presenciar en directo las lágrimas de los aficionados granas.

Dicen que no hay dos sin tres, y el delantero lo comprobó unos meses después. Tras abandonar el Real Murcia y rescindir definitivamente su contrato con el Almería, el valenciano huyó en busca de un nuevo destino, y lo encontró en Tenerife, donde firmó un suculento contrato por tres temporadas. «Es el mejor lugar donde podía venir», decía en su presentación a la vez que hablaba del objetivo de ascender a Primera. Pero, casualidad o no, maldición o no, el gafe se trasladó a las islas y el Tenerife descendió al final de aquella campaña a Segunda B. Desde aquel día de 2011, la afición tinerfeña le señaló, y una cruz se posó sobre su espalda. A sus 26 años ya acumulaba tres descensos.

La paz la encontró en Soria, una ciudad tranquila, de 40.000 habitantes. Con un cartel rasgado por los fracasos, el valenciano fichaba por el Numancia en verano de 2011, y la regularidad le acompañó por primera vez en su trayectoria. Cuatro temporadas y media militó en el conjunto soriano, disputando 163 partidos, marcando 34 goles y, sobre todo, sin sobresaltos. Pero, el pasado mes de enero, tras pasar a un segundo plano -solo nueve tantos en las últimas dos temporada y media-, decidió cambiar de aires. Apostó por el Llagostera, un club en apuros. El valenciano no tardó en recuperar el olfato goleador -siete dianas en 19 partidos-, pero de nada sirvieron. El final de temporada le traía al delantero un recuerdo tantas veces vivido, tantas veces olvidado. El descenso a Segunda B, por cuarta vez, se cruzaba una vez más en su camino.

Ahora, unos semanas después, el delantero ya está en otra onda. En unos días volverá a aterrizar en Murcia, aunque esta vez para jugar en el UCAM. Solo habrá que esperar un año para saber si el futbolista ha dejado atrás todas las maldiciones y fantasmas que le persiguen o si en La Condomina vivirá su quinto descenso a Segunda B.