El Real Murcia terminaba de cavar ayer su propia tumba. Aunque la última palada, la que todo el mundo intuía, pero nadie quería ni imaginar, la echó el Toledo; la pala ya estaba comprada desde hace tres semanas, cuando el consejo de administración apostaba por un «soldado» llamado José Luis Acciari y que solo unos minutos después de mirar cara a cara el fracaso, ya había abandonado tanto a su ejército como al barco. Si aguantó hasta que el colegiado señaló el final del partido y, por tanto, el adiós por segunda temporada consecutiva al ascenso a Segunda, seguramente fue para evitar a esas cámaras a las que durante su presentación no dudó en guiñar un ojo y dedicar una sonrisa, como esos niños que se saben todos los trucos para conseguir que sus abuelos les den unos eurillos de paga extra.

Porque solo fue necesario una ronda de play off para demostrar que ni José Manuel Aira era el único culpable de la caída de los murcianistas en la segunda vuelta, ni José Luis Acciari está preparado para asumir un banquillo que no sea el del Imperial, donde ni existe presión ni hay, viendo cómo está la Tercera División, posibilidad de descalabro.

Si hace una semana, en el Salto del Caballo, los murcianistas disputaban el peor partido que se recuerda en las últimas tres temporadas; en el día de ayer, ni al calor de su público, el conjunto murciano fue incapaz de dar señales de vida, de dar muestras de esa personalidad y orgullo que parecía que el técnico argentino iba a contagiar a sus futbolistas con un simple toque en el hombro. Y el Toledo de Onésimo no solo lo aprovechó sino que incluso se permitió deslizar varias sonrisas que indicaban que ni en sus mejores sueños habían creído que fuese tan fácil. Por permitirse se permitieron hasta desperdiciar un penalti en el minuto 54 cuando ya iban por delante en el marcador (0-1).

Pero antes de comprobar que después de 21 días, los problemas y los defectos seguían siendo los mismos, la sorpresa llegó en la alineación. Pese a que Acciari había defendido tras el empate en Toledo que le había gustado su equipo; ayer, hasta tres novedades (Rafa de Vicente, Fran Moreno y Carlos Álvarez) aparecían en un once titular confeccionado para ir desde el principio a por la única fórmula válida para seguir vivo, la victoria.

Las piezas, como en un tablero de ajedrez, estaban perfectamente colocadas. Pero una cosa es posicionar sobre unos cuadritos a los peones, los caballos o la dama -solo hay que echar un vistazo a Google-, y otra muy distinta es saber jugar al ajedrez. Y, por ahora, le pese a quien le pese, Acciari es un simple aprendiz al que a las primeras de cambio se le derrumbó el palacio ideal que se había creado en su imaginación.

Si el general desentonaba en el banquillo, lo que ocurría en el césped tampoco era muy acorde a los futbolistas que hasta hace unos meses se paseaban por la categoría. Y eso que en el minuto dos del encuentro todo pudo cambiar, cuando Tomás Ruso se elevaba entre la defensa para cabecear un córner sacado por Chavero, pero que Doblas se encargó de despejar.

Sin embargo todo fue un espejismo. El Toledo, que parecía disponer de un cinturón con toda clase de herramientas para no verse sorprendido en ningún momento, poco a poco se fue haciendo con el control. El centro del campo del Real Murcia era incapaz de hacer de balanza, el equilibrio, cuando había que mirar arriba, se venía abajo, y Chavero, siempre dispuesto a poner toda la carne en el asador, se precipitaba una y otra vez.

Mientras Doblas no sentía vértigo, Fernando tenía que sostener a su equipo. Esnaider, en el 32, y Esparza, unos minutos después, le intentaban poner en serios aprietos, aunque el murciano conseguía mantenerse en pie.

La mente juega tan malas pasadas que cuando los jugadores del Real Murcia ya pensaban en el descanso, el Toledo aprovechaba un saque de córner lanzado por De Lerma, para que Mikel helase toda Nueva Condomina. Y eso que la temperatura ambiente superaba los treinta grados.

Si los corazones murcianistas no estaban lo suficientemente tocados, solo faltaba que en el minuto 53, Jaume cometiese penalti sobre Cristóbal. El único que quiso mirar fue Fernando. El meta murciano adivinaba, primero, la intención del jugador toledano, para a continuación volver a despejar el rechace que había caído de nuevo en las botas del visitante.

Con solo un gesto, el Real Murcia se ganaba a toda su afición. Era la chispa que los granas necesitaban para encender la mecha, para volver a ese estado de ánimo que les hacía ser invencibles. Además, todavía quedaba un mundo para la conclusión del partido. Con un ataque renovado, a los 57 minutos Acciari ya había cambiado sus piezas para probar con Azkorra, Isi, que salió por la lesión de Guilló, y Arturo, los granas intentaron meter una marcha más para intentar morder a un Toledo que ni sufrió en la ida, donde salió vivito y coleando pese a jugar más de cincuenta minutos con diez, ni había sentido el aliento local en una Nueva Condomina que desde marzo parece maldita.

El chispazo dejado por Fernando lo continuaba Isi con un golazo que levantó todavía más los corazones. Pero cuando más cerca parecía que estaba la remontada, al Real Murcia le volvió a afectar ese mal de altura que tanto daño esta haciendo a unos jugadores a los que ser líderes durante tantas jornadas les acabó pasando factura al cerebro. No solo no hubo más ocasiones en el área defendida en ese momento por Manolo, quien había sustituido al lesionado Doblas, sino que Adrián firmaba el certificado de defunción de un Real Murcia que se ha visto abandonado por sus generales, demasiado pirómanos para tener en sus manos el mando a distancia del club; de su teniente, que no necesitó ni un segundo para saltar de la nave sin asumir ninguna responsabilidad; y de unos soldados que dejaron el césped sin ni siquiera haberse manchado el traje.