Las acepciones son varias: 1. Listo, espabilado; 2. Tramposo y desvergonzado; 3. Dañoso y malicioso. Ni siquiera la RAE se pone de acuerdo a la hora de valorar las virtudes y triquiñuelas del pícaro que, en la literatura española, sí ha conseguido alcanzar un estatus indiscutible y de gran calado en el imaginario patrio gracias a la literatura española del siglo XVI.

Hablamos del eterno Lazarillo de Tormes, de el Buscón, de Rinconete y Cortadillo; pero también la pícara Justina y el Guzmán de Alfarache. Tal vez los cinco máximos representantes de un estilo de vida que se hizo género literario y que Juan Montoro Lara ha reunido sobre un mismo escenario con la ayuda de Nacho Vilar Producciones y la dirección de Jorge Fullana.

Un racimo de pícaros, que se estrena mañana an el Teatro Romea de Murcia, «es una aproximación a la picaresca española con la adaptación-versión de cinco de las obras más representativas del género», asegura Montoro Lara, quien huye del sketch en una obra «que los contiene a todos» y que estará protagonizada por Salvador Riquelme y Blas Sánchez, ambos formados en la Escuela Superior de Arte Dramático de la Región de Murcia.

«La idea es alejarnos de nuestro ruido actual para acercarnos a ese universo, en el que, si bien hay algo de crítica, prima el divertimento. Pero, una vez se emprende la marcha, hay que hacer el camino devuelta y buscar los anclajes del presente», explica el autor de Un racimo de pícaros, quien reconoce que hay que «luchar contra la picaresca y revelarse ante la idea de que estamos irremediablemente abocados a ella».

Se trata de una obra pensada para que guste tanto a un público adolescente como adulto y en la que, pese a beber de los clásicos, su autor pretende desmarcarse «del tópico»: «Nuestros personajes se salen de los parámetros preestablecidos del pícaro que les constriñen. Son como un Julian Assange o un Snowden que conocen todos los trapos sucios de las sociedad y lo que quieren es ponerlos delante del público y tirar de la manta y que se sepa todo», una labor complicada y que el autor pretende comprender ante la baja condición que profesan este tipo de personajes: «Eran los que se llevaban los mamporros y encima tenían que ser moralizantes...».

La obra parte de la detención de Cortadillo en la Sevilla del siglo XVII, justo cuando él y su compañero de fatigas, Rinconete, habían decidido no seguir con aquella vida tan perdida y mala. Pero Rinconete no le abandonará. Juntos y con su habitual ingenio, urgen un plan para tratar de quedar libres y Rinconete se cuela en el juicio, haciéndose pasar por el fiscal.

El Teatro Romea advierte: podrán sobre la mesa del juicio todos sus ases escondidos en la manga y sobre las tablas del teatro todas sus armas de pícaros.