Lizz Wright fue la encargada de levantar el telón de la 36ª edición del Cartagena Jazz Festival, y quizás represente ese aspecto poco ortodoxo del mismo. Su actuación fue una poderosa demostración de sus dotes interpretativas. Ya sea con canciones de su nuevo álbum, Freedom & Surrender, o de discos anteriores, su conocimiento intuitivo de lo que le funciona musicalmente constituye gran parte de su dinamismo en el escenario, y le hace merecedora de un público más amplio.

Con un vestido-túnica roja, desnuda de hombros resulta tan tímida como seductora. Comenzó con Nearness of You, versión a capella del clásico de Carmichael en recuerdo de su admirada Ella Fitzgerald; el fraseo de Wright en la melodía cautivó al personal. Siguió con una mesmerizante Nature Boy de Eden Ahbetz, que hiciera célebre Nat King Cole -y también Sinatra-, acompañada por el batería, y siguió el funky con poderosos ritmos R&B de The New Game, que recordaba a los Steely Dan.

El contralto de Wright sonó impecable en Old Man de Neil Young, donde, seductora y elegante, le dio un comienzo suave y contemplativo, que evolucionó hacia una desenfrenada jam session. Sus músicos pusieron el necesario ingrediente de sosiego para que la voz de la protagonista brillara en un repertorio que se inclinó más hacia un envoltorio de gospel y blues, aunque en esencia no deje de ser una eficaz mezcla de pop, r&b y soul; así de simple.

De cualquier modo, en los medios tiempos la protagonista envolvía y elevaba al oyente, cautivando instantáneamente hasta al más integrista de los aficionados al jazz.

Desde que debutó en 2003 con su álbum Salt, Lizz Wright ha adquirido más seguridad. Su nuevo disco bascula entre el pop y el jazz y ha hecho de ella un fenómeno musical planetario. Wright echó mano de un repertorio que no se basó en temas clásicos del jazz vocal, sino procedentes de diversas influencias musicales, incluyendo piezas con gusto a rhytm & blues, música negra y hasta composiciones propias; desde la serenidad de The First Time I Saw Your Face de Roberta Flack, que emocionó a la sala, al Seems I´m Never Tired of Loving you, de Nina Simone, o la melancólica y oscura versión de River Man de Nick Drake Wright ofreció un concierto lleno de oficio y de musicalidad, sin artificios ni gratuidades. Tal vez se echó en falta algo más de riesgo e improvisación; y parece que no haya encontrado aún el envoltorio que le vaya mejor a sus canciones, con arreglos demasiado convencionales. Aunque es justo reconocer que nunca decayeron la energía y la emoción, incluso durante las baladas, con una voz que es quizás la más sofisticada, cálida y atractiva de su generación.

La banda es un grupo de virtuosos tocando bajo control, entre los que destacó el organista, que potenció ese carácter religioso de algunas de las versiones que Wright recreó durante la velada. Evocó su espíritu soul con el himno gospel Walk With Me, Lord.

Para el final dejó Freedom, de la ahijada de Pete Seeger y conocida activista a favor del reconocimiento de los derechos de las lesbianas, Toshi Reagon, con sus aires de soft soul y su final previsible, y Coming Home, la muestra de que el sonido sureño de Lizz Wright ha vuelto definitivamente a casa.

Fuerte, escultural y muy segura de sí misma, físicamente Wright se parece a Carmen McRae o Sade, y transita por las variantes del jazz contemporáneo y el neosoul, donde hay un mercado ávido tras los éxitos comerciales de Norah Jones o Diana Krall.

Además combina notas altas con ricas frases sostenidas, y tiene la justa cantidad de vibrato para añadir elocuencia, pero es atípica en todo: una estrella sin vis escénica y una cantante de jazz que no canta jazz, aunque su actuación sirvió para que mostrara su experiencia, sofisticación y ´charme´. Muy cool.