Finalmente la lluvia no apareció, ni tampoco el público que esperaban los organizadores, cuya presencia en el momento más álgido se vio reducida a menos de la mitad respecto a la anterior edición. Las causas se pueden buscar entre un flojo cartel, las amenazas meteorológicas y el cambio de estrategia que ha llevado al SOS 4.8 a una pérdida de identidad.

La instrumentalización de la nostalgia es uno de los recursos más utilizados por los promotores del SOS (véase Suede, Pulp). Se trata más bien de hacer caja tocando la tecla de la memoria, y tal vez no esté mal como asignatura pendiente a aprobar entre los más jóvenes, que no los vivieron en su momento, aunque a tenor de la respuesta no parece que en esta ocasión estuviesen muy interesados en revivir el pasado. Lo malo es que el público más adulto tampoco acudió al reclamo. Para quienes, sin embargo, conocieron a Manic Street Preachers de primera mano, siempre quedaba la duda: ¿prevalecerá la emoción de revivir nuevamente el pasado?

Manic Street Preachers no se dejaron casi ninguna canción favorita de los fans en un concierto que impresionó por su increíble consistencia. Fue un flashback. Para muchos, esas canciones formaron parte de sus vidas durante la década de los noventa, y les han acompañado hasta hoy. Everything Must Go, que supuso una catarsis en el grupo tras la desaparición en 1995 del letrista y guitarra Richey James Edwards, es irrenunciable: un triunfo de la expresión artística sobre las circunstancias trágicas. Con ese disco alcanzaron un éxito comercial en pleno Britpop (fue también el año del Coming Up de Suede). Veinte años después de su publicación, el álbum no ha perdido un ápice de poder; con la reedición destaca mucho más su intemporalidad. El cantante James Dean Bradfield inició el repaso con Elvis Impersonator, Blackpool Pier, y dos singles perfectos: A Design for Life -uno de los himnos de la banda, vinculado a la clase trabajadora- y Kevin Carter.

Los propios Manics no parecen haber cambiado mucho. James Dean Bradfield y Nicky Wire se vuelcan al máximo también físicamente; sobre el escenario. Y esa actitud la ilustran con himnos como Australia, aunque hubo momentos en los que pareció que iban a hacer su trabajo sin más al no encontrar suficiente respuesta.

El tiempo no ha desmejorado la voz de Bradfields; siempre alcanza los registros altos, aunque a menudo las canciones exigen no que cante, sino que grite. Aunque hubo pocas sorpresas (Feels like heaven, una canción de los 80 que no tocaban en años), impresionaba la cohesión.

Mientras Wire, Sean Moore y el resto de la banda hicieron un corto receso, fue el turno de Bradfield con la intimista Small Black Flowers That Grow in the Sky, una de las canciones compuestas por Richey James, que interpretó directamente con la acústica. Después del repaso a Everything Must Go vinieron himnos como Motorcycle Emptiness, que describe la cara más superficial del ´sistema´, o You Love Us, repletos de guitarras potentes y letras políticas, culpables de que la prensa británica les incluyera entre los grupos de la nueva ola de la nueva ola. The Clash y Sex Pistols fueron sus grandes inspiraciones; Nicky Wire aún porta una pegatina de los Pistols en su bajo -junto a otra de Gales-. Con If You Tolerate This Your Children Will Be Next quedaba demostrada la vigencia lacerante de sus canciones. Eso si, lejos han quedado los tiempos en los que emulaban a los Who, tirando la guitarra y empujando la batería hasta el suelo del escenario. No hubo bis, pero quedó todo dicho: los galeses prendieron la mecha del festival. Con su austera puesta en escena, constituyeron la principal atracción internacional del día.

Chvrches y su efecto magnético

Otros reconocidos por su labor fueron los escoceses Chvrches; con su electro pop ochenteno son más propios de un escenario secundario o de un horario menos estelar. Juegan contra varios estereotipos: el género musical en el que se mueven y esa especie de dogma que dice que todo el buen pop electrónico se acabó con los ochenta; se habla de ellos como ´la banda de Lauren Mayberry´ (Martin Doherty la relevó al micro en alguna ocasión con desigual resultado). Si bien la cantante, con su lágrima falsa, ejerce una especie de efecto magnético a su alrededor, está lejos de querer explotarlo, lejos de la frivolidad y el hedonismo que a menudo atenazan al género. El trío de Glasgow vive un momento dulce, pero lo que realmente llama la atención es su facilidad para crear temas de pop electrónico clásico pero de sabor actual, algo que tampoco es especialmente novedoso, porque el ´synthpop´ de Lauren Mayberry y sus compañeros es algo que ya hemos escuchado en muchas ocasiones, pero ellos lo hacen bien. Mucho mejor que tantos otros. Las melodías son puro pop, almibarados hasta decir basta, pegadizos de más, y muy facilones. Dejaron algún pequeño himno festivalero. Pop de consumo. No hay nada de malo en ello.

Poca afluencia

Los conciertos arrancaron en la tarde del viernes con muy poco público («ni un alma», decían los más tempraneros) en las primeras horas de la tarde: Soleá Morente y Los Últimos Bañistas defendieron con notable dignidad sus propuestas.

A los daneses Mew no les favoreció la hora temprana de su actuación, que probablemente habría estado algo más realzada con luces. Sonaron delicadamente ´soft´, con un sonido ´prog´ bañado en miel, alejado del ´dream pop´ de sus comienzos. Presentaban nuevo disco ´+-´ con un épico corte que va creciendo, pero ya desde el principio nos dimos cuenta de que a pesar del preciosismo que reina en cada canción, la larga duración puede resultar indigesta y a veces empalagosa.

Para sacudirnos la modorra de los daneses tuvimos que acudir a los guitarrazos sin contemplaciones de Toundra, que cumplen en parte el papel de unos ruidosos Mogwai. Buen momento para sacudir también tu luenga cabellera con movimientos de cabeza de arriba abajo. Mejor habría sido permanecer más tiempo disfrutando de Bayswaves y su ´hipnopop´con ramalazos ´jangle´, que fueron una de las sorpresas en la primera jornada, junto a Spring King y el cuarteto londinense femenino The Big Moon.

Spring King han colocado de nuevo el nombre de Manchester sobre la mesa, y empieza a sonar fuerte. Se trata de un proyecto liderado por el batería Tarek Musa -productor graduado del Liverpool of Performing Arts (LIPA)- junto a tres de sus mejores y enloquecidos amigos, motivados por el punk de los Buzzcocks, las melodías de los Beatles, la actitud de los Stones, el pop fibroso de los Who o la psicodelia de los sesenta. Composiciones de arrojado rock con melodía, musculados ritmos e interpretaciones tan ampulosas como directas, que recuerdan a los Jam o incluso a Supergrass. Mucho más que un buen rato derrochando actitud.

Algunos teníamos ganas enfermizas de ver a The Big Moon, por las canciones de estudio escuchadas hasta el momento y porque se habla mucho de estas chicas, que despliegan un sonido noventero recordando a las Breeders. Desde el principio demostraron tener mucho talento. La cantante cautiva con su actitud, carisma, seguridad y estilo. La guitarrista principal impresionó con algunos de sus solos: otro plus que añadir a la sensación de que este grupo va a llegar lejos.

Nadie estaba preparado para Matt and Kim. La expectación era más bien escasa cuando salieron a un escenario enorme en el que solo se veía, en un pedestal, un teclado y una batería. Y entonces aparecieron Matt Johnson (nada que ver con el mítico líder de The The) y Kim Schifino para redefinir el concepto de espectáculo pop. Que ella se ocupe de la batería podría servir para establecer comparaciones con The White Stripes, pero todo lo que en Meg White era discreción y mesura se convierte aquí en extraversión y descaro, al que contribuye una especie de intérprete. También podrían servir de comparación The Ting Tings. Hits coreables por el público que se sustentan sin trampas sobre los teclados de Matt y la brutal contundencia de Kim. Bien para una fiesta, le ponen una sonrisa a todo lo que hacen, pero que ocupen el escenario principal dice mucho de la escasez de nombres con rango.

Con semejante reparto internacional la apuesta de los promotores parecía centrada en bandas españolas como Love of Lesbian y León Benavente, que ocuparon posiciones de ´prime time´ en el segundo escenario. No hubo opción a más alternativas cuando tocaron ellos, lo que en el caso de los de Santi Balmes podría considerarse una condena si no comulgabas con su propuesta. Lo cierto es que estuvieron más comedidos y estrenaron su reciente El poeta Halley con una de las más brillantes puestas en escena de la jornada. Eso también cuenta, pero si te van otras emociones?.

León Benavente estrenaban nuevo material, 2, en el que se puede encontrar desde kraut a rap. Muy seguros y muy crecidos salieron a pasarlo bien presentado este segundo disco, publicado con la multinacional Warner, que va recubierto de una ligera pátina electrónica. Lo cierto es que, pese al discurso agrio, sus letras conectan con la gente por su carga política y crítica social, y por la presencia del amor y desamor en ellas. ¿Se está gestando un ´red wedge´ como el que los músicos ingleses montaron en los ochenta para combatir a la ´Dama de hierro´? Lo que si parece claro es que van a estar en muchos festivales esta temporada. Veremos qué da de si la segunda jornada del SOS, que se intuye un poco más floja que la primera. El sábado por la mañana Kiko Veneno tuvo que cortar su actuación de los Aperitivos SOS, obligado por la prueba de sonido de Amaral. Un auténtico disparate.