Los rayos del sol se despiden por el viejo Malecón. Las tardes son más cortas y la luz natural nos abandona envolviendo a la eterna Murcia en un manto de tinieblas.

Las nubes, blanquecinas y amenazantes, nunca terminan de descargar el agua tan deseada. Los primeros cierzos llegan desde la sierra cercana. Las castañeras, eternas vendedoras de una esperada mercancía, ocupan las esquinas del callejero y aparecen sin saber siquiera de dónde proceden pero fieles a una cita que no se hace esperar.

Los bronces, en los campanarios de la ciudad y la huerta, se preparan para lanzar al aire su convocatoria al rezo de ánimas. En las casas, las más tradicionales, no faltan las ´mariposas´ de san Juan Bosco cuyos corchos, a flote en el aceite del tazón de barro, quedarán encendidas en recuerdo de los que ya no están en este mundo.

Aparecen, en la plaza de Santa Catalina, los puestos callejeros de crisantemos, ´mocos de pavo´, claveles, rosas, margaritas, nardos y gladiolos. Justo al lado, en la de san Pedro, las dulcerías propias de una gastronomía tanto tiempo esperada: el arrope y calabazate. Pan de higo y orejones. Salen al mostrador, desde los obradores de las confiterías, huesos de santo y buñuelicos de viento.

Se hacen las gachas en las cocinas de los hogares murcianos, con harina y granos de ´anís matalahúva´ y nuestras madres y abuelas compran ´panizo´ que no trigo, para hacer ´tostones´ que de esa forma y manera, sean de sal o de azúcar, se llamaron toda la vida en Murcia. Sabido es que lo de las ´palomitas´ vino importando del mundo anglosajón y cobró vida propia en las salas de cine.

Pero en lo que al hogar se refiere, y más en tiempos de otoño, son ´tostones´ y no otra cosa lo que cruje lentamente dentro de la sartén sobre el fuego.

Y a lo lejos, sorteando las primeras escarchas del otoño, las recias voces de los hombres de la huerta recorrerán sendas y carriles, veredas y rinconás, entonando las ´salves de difuntos´. La huerta reza cantando, y canta rezando, para rogar a Dios por las benditas ánimas del purgatorio y todos los fieles difuntos.

Esa misma noche, otoñal y murciana, sube el magnífico telón de boca del Teatro Romea y sobre las centenarias tablas, aparece, Julio Navarro Albero perdón, don Juan Tenorio, maldiciendo a los que con sus gritos no le dejan escribir la dichosa carta en la mesa tabernaria de la Hostería del Laurel. El arte de la escenografía, el rico decorado que la compañía utiliza, nos traslada por el túnel del tiempo a esa Sevilla de tiempos del emperador don Carlos V, que Dios guarde, y van apareciendo los ´malditos´ que no dejan concentrarse al burlador provistos de máscaras y guitarras porque en carnaval estamos. Lucen ellos sus más ricas galas y ellas generosos escotes por donde escapan carnes prietas que distraen por un instante a don Juan en su afán por terminar la dichosa carta. Llegará también el Comendador de las Calatravas y don Diego Tenorio. Ciutti, Centellas, Avellaneda, don Luis Mejía y Gastón. Mientras, Butarelli se afanará en tener contentos a los parroquianos sirviéndoles buen vino y jamón de la casa para que, los disfrazados, saquen cuantas más monedas mejor de sus bolsas repletas para el gasto de fiesta tan popular.

Mientras, la eterna Murcia, sigue recordando el drama de Zorrilla como si fuera la primera vez que se representó. Como si, de nuevo, resucitaran sobre las tablas los versos del poeta de Valladolid en boca de don Cecilio Pineda en aquellos felices años veinte cuando, aquel murciano ejemplar, decidió representar el Tenorio como un acto más dentro del popular calendario de noviembre y las jornadas de difuntos. Del mismo modo que lo vivió aquella bohemia inolvidable de los Perico Flores, Luis Garay, Antonio Garrigos amigos, además, de don Cecilio y colaboradores la mayoría de las veces con el actor en la puesta en escena del romántico drama.

Se irán sucediendo los cuadros: de la Hostería veremos la destreza del burlador para salirse con la suya en el empeño de conseguir a doña Inés. Luego la profanación del claustro cuando por fin consigue su propósito y caerá el telón, ya estando en su quinta, consumado el rapto de la inocente y tras haber matado al mismísimo don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava, que acude a la mansión del libertino pidiendo justicia mientras el Guadalquivir lame mansamente los muros de aquella cárcel para la infeliz de su hija la novicia doña Inés.

Y la compañía teatral Cecilio Pineda, familiar y continuadora de la obra del gran prócer murciano, prepara la segunda parte donde tumbas, estatuas y mausoleos serán el escenario final donde se desarrollará casi toda la segunda parte de la obra. Un libreto que los de Julio Navarro Albero respetan de principio a fin y de ahí que el ´drama romántico´ dure, en esta representación, casi tres horas tal como lo concibió José Zorrilla.

Es Murcia. Sus raíces, costumbres y tradiciones. Es la cita obligada con el otoño que se siente en el cuerpo y el alma. El recuerdo a los que para siempre abandonaron este mundo y que viven en nuestro corazón, que asociamos invariablemente con esta obra de teatro que va íntimamente unida al sentimiento popular. Es parte del conjunto indivisible que forman la compra de flores para los difuntos, huesos de santo y buñuelos para los vivos o las tertulias familiares en torno a una buena fuente de ´tostones´, lo de las palomitas no es de nuestro vocabulario, mientras por la calle y antes de retirarnos a casa vamos disfrutando de un cartucho de castañas asadas a la misma vez que, la banda sonora de esos días, la ponen las campanas de iglesias y conventos con el toque de ánimas o difuntos.

Y ya, cuando el telón del Corral de la Pacheca está presto a caer sobre la escena en el viejo Romea, Julio Navarro Albero, perdón don Juan Tenorio, hincará rodilla en tierra y dará gracias a Dios, que es amor, para decirnos a todos que, tras su vida libertina, «le abre el Purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia, el Dios de don Juan Tenorio». Que ese y no otro es el fin último del drama romántico. Su lectura. Su mensaje. Por muchos pecados cometidos, por muy libertina que haya sido la vida de la persona, si te arrepientes a última hora, Dios siempre te perdonará.

Mientras, en las calles solitarias de Murcia ya noche cerrada, una lamparilla iluminará un cuadro en las paredes de la iglesia de San Bartolomé, donde la Virgen del Carmen acude en socorro de las almas en el purgatorio. Y bajo el cuadro, a la tenue luz, podremos leer «A las ánimas benditas no te pese hacer el bien. Sabe Dios si tú, mañana, serás ánima también».

El público que, como siempre, llena el Romea, se ha puesto en pie aplaudiendo a la compañía que, un año más, ha resucitado la vida del eterno burlador sevillano. Todo son felicitaciones. La obra es un éxito de principio a fin. Decorados, escenografía, attrezzo, interpretación y dirección. La compañía se ha volcado con la puesta en escena y la eterna Murcia ha vivido, en noche inolvidable, una nueva página de la historia que acude fiel a su cita con la llegada de noviembre.

Muy lejos de allí, en el interior del Santuario de la Fuensanta, en la cúpula sobre la patrona de Murcia don Cecilio Pineda vestido de don Juan, que para eso lo inmortalizó su amigo Perico Flores luciendo negro y enlutado traje de época con blanca gola al cuello y rodeado de aquella bohemia de los años veinte, sonreirá feliz al comprobar que un año más, su amada compañía, sigue representando como el primer día Don Juan Tenorio.