­­Curanderos que sanan el mal de ojo, videntes que predicen el futuro o zahoríes que hallan el agua tanteando el suelo. No están tan lejos. El escritor cordobés Manuel Moyano los ha encontrado recorriendo Jumilla, Calasparra, Cehegín, Benízar, Pliego, El Raal y otros lugares llenos de magia, «de magia blanca». La Fea Burguesía ha publicado ahora Dietario mágico, un libro que presenta el próximo miércoles en Molina de Segura, donde vive desde 1991; y el jueves ,en Cartagena.

¿Cómo surgió la idea de adentrarse en el mundo del esoterismo?

Había oído hablar de los curanderos y a mí siempre me han atraído tanto las creencias mágicas como la antropología, por lo que comencé a indagar sobre ellos y descubrí todo un submundo que no me podía imaginar. Y, por decirlo en un tono coloquial, ´me piqué´; empecé a localizarlos en diferentes localidades y viajar para encontrarles. El trabajo de campo fue algo fascinante, porque no esperaba encontrar tal cantidad de historias.

Habla de un submundo, está más extendido de lo que pensamos?

Sí, hay creencias muy extendidas. Ahora mismo me encuentro en la mercería de Paco López Mengual [además escritor y uno de los editores de La Fea Burguesía] y aquí tiene por ejemplo lazos rojos o escapularios que vende contra el mal de ojo; se supone que es una afección imaginaria, pero la gente la previene y sigue comprando estos objetos.

Lo ha titulado Dietario mágico, ¿el libro es de magia blanca...?

Sí... Lo que yo he conocido en la Región es magia blanca, aunque hago referencia a un viaje a Venezuela donde estaban las dos variedades, donde había personas que acudían a un curandero o a un vidente para procurarle el mal a un tercero.

¿Ha encontrado ´enfermedades´ curiosas, más allá del conocido mal de ojo?

Hay muchas; como el aliacán, una especie de versión acentuada del mal de ojo, porque éste no se ha curado y produce efectos más graves; o el susto, que le sucede a alguien que se ha sobresaltado; la culebrina... Hay muchas.

Parece que la realidad supera la ficción...

Sí, de hecho el libro está escrito con un estilo muy narrativo, casi como si fuera ficción, pero no hay ni un solo dato inventado, aunque sean cosas sorprendentes como las casas embrujadas.

¿Hay casas embrujadas en la Región?

Que me hayan contado, dos, pero el curandero me explicó que el mejor método para limpiarla fue tirarla abajo y enterrar en la tierra donde se encontraba cruces bendecidas. Me lo explicó en Benízar (Moratalla) y de verdad que entonces yo no me podía imaginar que iba a ´cazar´ tales historias en pleno siglo XXI.

Como dicen desde la editorial, habla de una Región en la que conviven modernas infraestructuras con rituales muy antiguos...

Pero eso ocurre aquí y en Nueva York, donde la gente acude a las consultas de videntes y a tiendas de esoterismo; parece que el ser humano no puede renunciar a estas cosas, necesita apoyarse en algo ante un universo que anda ciego.

¿Cree que son costumbres que sobrevivirán al paso del tiempo?

No lo había pensado, pero la verdad es que la mayoría de curanderos con los que hablé eran mayores, con lo que es posible que sí, que con el tiempo vayan desapareciendo.

Con El imperio de Yegorov, la novela finalista del Premio Herralde, decía que la escribió en quince días «de rabiosa inspiración», ¿en este caso ha ido usted a ´buscar´ esa inspiración?

Este también ha sido un libro fulminante. Tuve la idea y, después del primer tanteo, realicé el trabajo de campo en dos o tres semanas, más o menos lo mismo, incluso diría que algo menos, en escribirla y darle forma literaria. Cuando tienes una idea potente, la propia idea te lleva a escribir rápido.

Pero a algunos no les es tan fácil, será un don...

No sé si un don. Yo creo que el entusiasmo te lleva en volandas.

¿Le ha cambiado ser finalista del Premio Herralde de Anagrama?

Sí, no puedo decir otra cosa. De alguna forma te pone en otro plano, al menos, con respecto a la percepción que se tiene de ti en el mundo literario, y te abre puertas, como el haber participado hace un mes en la Feria del Libro de Venezuela. A nivel personal es un acicate, una responsabilidad para seguir en el mejor nivel.