La historia de un estudiante de Bellas Artes retraído que empieza a trabajar como asistente de un artista 'transgresor' que roza los límites en sus denuncias hacia el capitalismo sólo le ha dado satisfacciones a Miguel Ángel Hernández Navarro (Murcia, 1977), profesor de arte contemporáneo en la Universidad de Murcia. Pero Intento de escapada no es solo una novela sobre arte contemporáneo. «Trata de las experiencias y de la vida».

Cuando presentó Intento de escapada, dijo que había momentos mientras la escribía en los que perdía las esperanzas. ¿El Herralde y el Ciudad de Alcalá han afianzado su confianza?

Sí, estas cosas te hacen cerciorarte de que estabas en lo cierto y la verdad es que ilusionan. Cuando llevas dos años con una novela hay muchos momentos en los que piensas que vas a desfallecer, no le ves el fin... Yo admiro muchísimo a los que acaban una novela, porque esto no es 'estoy inspirado, me siento y la escribo'. Se pierden horas de sueño, de fiesta y de familia, y que eso tenga recompensa, junto al hecho de terminarla, se agradece.

Había escrito cuentos y ensayos. ¿Qué le llevo a dar el paso a la novela?

Siempre había tenido muchas ganas de escribir 'la novela' con mayúsculas, y comenzaba con mucho ánimo, con 'grandes ideas', pero a la semana, al mes o en cualquiera de los momentos en los me bloqueaba y no sabía cómo seguir, lo dejaba. Esta vez me dije que esto salía, me di cuenta de que los bloqueos sólo eran síntomas de que no estaba preparado para escribir sobre ciertas cosas. Con Intento de escapada he tenido esos bloqueos, pero he sabido salir de ellos.

Con ella se adentra en el difícil mundo del arte contemporáneo.

Yo llegué a la conclusión de que debía hablar de aquello que sabía y sobre un mundo que conozco desde dentro y que, además, no se había tratado mucho en la literatura de ficción. El arte contemporáneo parece para cuatro iniciados y he intentado hacerlo visible. Es una novela sobre el arte, pero no para historiadores ni críticos, sino para que llegue a todo el mundo.

¿Cómo ve en la actualidad este sector cultural?

Ni mejor ni peor que otro. No hay más crisis ni hay más caraduras ni sinvergüenzas que en otros mundos. Al final, lo que pasa es que es el mío y es el que conozco y puede ser que desde fuera no se conozca tanto. Pero no soy muy apocalíptico con respecto al momento que vive, no difiere de otros sectores muy diferentes.

El protagonista, un joven estudiante de Bellas Artes, está «enfermo de teoría». ¿Es su caso?

Como crítico y profesor, uno no para de leer, y sí, yo estoy enfermo de teoría, aunque no sé si diagnosticado... El problema es que al leer tanto acabas cerrándote a la realidad, porque lo que funciona en la teoría, en la vida no es así. El protagonista, fascinado por los libros que ha leído sobre arte y sobre el artista al que luego ayudará, tiene una percepción totalmente distinta cuando le conoce. La teoría es necesaria, pero hay que darle juego a la experiencia. Y de eso trata la novela, de la teoría y la vida.

¿Por qué ha tocado el tema de la inmigración?

El artista de la novela trabaja con inmigrantes. Lo utilizo como una metáfora de aquellas cosas que forman parte de nuestra realidad, pero nadie las quiere ver. Me parece además que es una cuestión central a resolver y que cada vez está más irresuelta. Antes nos amenazaban con la historia de que los inmigrantes venían a quitarnos el trabajo. Ahora, con el tema del ébola, nos dirán que vienen a contaminarnos. El problema está basado en una ficción: que las fronteras existen. Me parece algo demencial; la nación, el estado o las fronteras son el origen de muchos de los males del mundo contemporáneo. En 2003, año en el que transcurre la novela, eran las pateras, ahora son las vallas y el ébola lo que nos enseñan como una 'gran amenaza' los Gobiernos occidentales, que lo usan para cerrar filas y que 'su mundo' no cambie.

Ha recibido ofertas para publicar la novela en el extranjero, ¿qué supone para usted?

A mí todo me sobrepasa desde el momento en el que se publica en Anagrama... Ya ha salido la edición alemana y pronto será la francesa, la italiana y la portuguesa.

Dice que según qué editorial, el público la recibirá de forma diferente, ¿es buena señal que tenga diferentes lecturas?

Tiene que ser así, cada uno lo lee de una manera diferente y se lo lleva a su terreno. Anagrama es una editorial literaria, por lo que se percibe como un libro cultural e inteligente. En Brasil, saldrá en una editorial de best seller y en Alemania me hicieron muchas entrevistas sobre literatura policiaca, porque la consideran una novela negra sin cadáver. Cada lugar, cada editorial, condiciona la lectura y el lector luego le pone su propia experiencia.

Ya está escribiendo su segunda novela y asegura que está teniendo en cuenta las críticas de Intento de escapada para mejorarla. No suele ser algo que hagan los escritores...

No hacerlo me parecería un acto de soberbia. Hay que mirar lo que dicen de uno. Me he fijado en la crítica y en lo que dicen los lectores, no sólo porque desconfíe de mí, sino porque una novela se escribe para unos lectores y hay que tenerlos en cuenta. Otra cosa diferente es venderse al mercado, porque anula al escritor, pero hay que saber mediar entre las dos cosas; si voy a escribir para alguien, lo que yo quiero decir tiene que ser legible. Si no, prefiero un diario.

Da clases de arte e imparte cursos de literatura...

Estoy en una especie de esquizofrenia absoluta. Me llaman para hablar de arte y hablo sobre literatura, por ejemplo; es que no es tan fácil separar al historiador del escritor, ambos forman parte de mí.

Las clases en la UMU; el espacio AB9 que gestiona como miembro de Primer Escalón, las promociones... ¿de dónde saca tiempo?

¡Y la fiesta! (risas). Durmiendo poco y organizándome. Con la novela uno necesita un poco más de reposo, porque hay que meterse dentro y vivirla durante un tiempo, pero hay que hacer las cosas y buscar espacios para todo.

¿Cómo se ve la literatura una vez dentro?

Le tenía tantas ganas que me gusta, estoy más a gusto que en el mundo del arte, porque en éste sigo estando fuera como crítico y, en el de la literatura, estoy en el ámbito del creador y ese rol, a día de hoy, me gusta más que el de historiador.