Eran las ocho de la tarde noche del sábado 24 de marzo de 2007 cuando la jueza levantaba el cadáver. José Moreno Muñoz, un empleado de la funeraria La Dolorosa, de 43 años, yacía sobre un charco de sangre. Calle Gracia, Barrio del Carmen. Había sido apuñalado a traición, por la espalda. La hoja del cuchillo le había perforado el pulmón izquierdo. Los testigos hablaban de un individuo de mediana edad, con guantes negros, grandes gafas de sol, gorra naranja y jersey «tipo Protección Civil». Aquí comienza una investigación tortuosa que acabaría revelando una historia de pasión enfermiza; la que condujo a un hombre a hincar el cuchillo en el cuerpo de otro hombre porque así se lo había solicitado la mujer a la que amaba.

La esposa de la víctima, María Cruz Alburquerque Velasco (37 años entonces), abrió a los investigadores diferentes sendas por las que transitar. Había un hombre al que debían dinero por una reforma en la vivienda del matrimonio, un bello chalé en la urbanización de La Alcayna, en Molina de Segura, que habían adquirido en fechas recientes. Mari Cruz habló también de ‘el moro’ y ‘el cigala’. A su marido, parece, lo envolvía una constelación de gentes turbias. Ciertamente, en las conversaciones que los investigadores tuvieron oportunidad de escuchar durante las pesquisas aparecían pistolas y cocaína y «dos rumanos de esos para que hagan de guardaespaldas» y negocios que no se pueden decir por teléfono por miedo a que esté pinchado.

También las llamadas y mensajes del teléfono de José condujeron a los investigadores por innumerables caminos que a lugar alguno condujeron. Sus hábitos, bastante singulares, motivaron cuantiosas indagaciones. José era un habitual en prostíbulos y clubes de intercambio de parejas. Mantenía diversas relaciones extraconyugales y había llegado a abandonar el hogar familiar para convivir con una mujer del Este de Europa. Se insinuaba abiertamente a las esposas de sus compañeros de trabajo y afirmaba ser conocedor de que su mujer mantenía también relaciones adúlteras. Los agentes sospechan pronto, pues, que son motivos de índole sentimental los que han llevado a la puñalada trapera y fatal. Con todo, no se puede abandonar la tesis del ajuste de cuentas, del vil metal. Los agentes, a estas alturas, han oído campanas, pero no saben dónde. También hay quien describe a José como entregado a su familia y poco dado a la noche.

Un dato es fundamental: pocas son las personas que sabían que la víctima trabajaría aquel sábado. El jefe lo llamó por la mañana para encomendarle el servicio: a primera hora de la tarde debía trasladar a un fallecido desde el tanatorio de Santomera a la iglesia de El Raal, y desde ahí al cementerio.

Fue la hermana de José quien apuntó a los agentes otra vía incierta: su cuñada, dijo, mantenía una relación con un electricista de Puerto de Mazarrón; José había amenazado con matarlo si lo veía con su esposa. Por otro lado, a los investigadores les llama la atención que Mari Cruz se haya puesto ya en contacto con un agente de seguros para saber si su marido había contratado algún seguro de vida y haya inquirido al banco sobre la situación de la vivienda.

El momento ‘eureka’ de la investigación se produce cuando se dispone del posicionamiento del teléfono móvil del electricista mazarronero, Manuel Sánchez Jorquera (36 años), en el momento de los hechos. El centro de gravedad de la investigación se traslada ahora desde la víctima a la viuda y su amante. Apenas dos o tres personas saben que José trabajará ese sábado por la tarde y Mari Cruz es una de ellas; la persona con la que mantiene una relación sentimental (aunque ambos niegan tal relación) se hallaba en el lugar de los hechos. Las piezas comienzan a encajar. Los agentes creen que también José Manuel Moreno, el hijo de 19 años de Mari Cruz y la víctima, se halla implicado. La historia comienza a cuajar en la cabeza de los investigadores: nada de drogas ni deudas ni pistolas: Mari Cruz habría inducido a su amante para que asesinara a su marido, de quien decía recibir malos tratos. Y todo esto con el conocimiento o colaboración de su propio hijo. De hecho, un matrimonio que había sido amigo íntimo de Mari Cruz y su marido indican que la relación entre la mujer y su hijo resultaba ambigua, sospechando que había ido más allá de lo puramente materno-filial. Resulta llamativo que el hijo haga bromas acerca del depilado de la madre o de su vida sexual.

Manolo no era el único hombre en la vida de Mari Cruz. Apenas transcurrido un mes tras la muerte de su marido, la viuda acude con un tal Javi a una sesión de hidromasaje en El Palmar; aromaterapia y baño de chocolate, le dice él por teléfono.

Una vez conocidos los posicionamientos de los teléfonos, la cosa está clara: Manolo es el autor material de los hechos y actuó en connivencia con Mari Cruz. La mañana del 24 de marzo, los amantes se encontraron en el lugar de trabajo de Mari Cruz, una clínica de fertilidad en La Flota. Acudieron a tomar algo a una confitería en La Alberca. Mari Cruz regresó a su trabajo y Manolo fue a las Atalayas. Y desde allí a Mazarrón, desde donde vuelve a Murcia, esta vez al Barrio del Carmen. Ahora solo queda conseguir una confesión. Pero Manolo se cierra en banda. Hasta que los agentes, constatando el enfebrecido enamoramiento del electricista, utilizan un arma: le comunican que Mari Cruz, su Mari Cruz, mantenía relaciones con otros hombres. Es en ese momento que canta.

Mari Cruz cuenta que durante la comida de aquel sábado discutió con su marido -porque ella le comunicó que deseaba hacer menos guardias en el trabajo- y este se enfadó tanto que estampó un plato de espaguetis contra la encimera. Mari Cruz llamó entonces a Manolo y le dijo que la situación se había hecho insostenible y había que arreglarla. Ambos se pelearían en el juicio en torno a estas palabras. Manolo afirma que el sentido de la expresión era claro, puesto que ya en el pasado Mari Cruz le había conminado a buscar un sicario para acabar con su marido. Ella, sin embargo, mantiene que ni mucho menos se refería a una solución tan expeditiva. ¿Pero a qué, si no, le iba a facilitar ella la información acerca de en qué momento acudiría su marido al garaje de la funeraria?

Manolo compró un cuchillo de cocina en un bazar chino de Puerto de Mazarrón, se cambió de ropa y marchó a Murcia al encuentro de su víctima. Lo aguardó en el lugar que Mari Cruz le había indicado. «En el sitio», escribe en un mensaje a su amada a las 18.20. Juan Moreno echaba la persiana de la funeraria cuando Manolo se acercó y le hundió el cuchillo de 17 centímetros de hoja en el hombro izquierdo. Marcharía después a Mazarrón, donde arrojaría la ropa a un contenedor y el cuchillo al mar.

Manuel era un hombre cándido que no había tenido suerte en el amor. Antes de conocer a Mari Cruz, solo había compartido alcoba con su exmujer; una relación que acabó con dolor y deudas. Hasta tal punto le consumía la pasión por Mari Cruz que en el juicio llegó a insistir en que la amaba. A pesar de que ante los doctores que lo analizaban psicológicamente confesó sentirse utilizado y engañado y que «el amor se acabó en cuanto entré en prisión». Dijo haberse sentido «dirigido como un robot» y afirmó que se arrepentirá toda la vida de lo que hizo.