Sam va con la ley LGTBI impresa en la mochila a todas partes: a la consulta del médico, a sus clases de inglés o a las charlas que da en colegios e institutos sobre diversidad sexual. Dejó los estudios por depresión y ansiedad. En una ocasión consiguió desahogarse durante un ´speaking´ con su profesora de inglés y tutora del instituto, explicó su situación, dijo que era transexual, y tras el monólogo nadie hizo nada. «Estas cosas pasan porque no hay un protocolo que le diga a los profesores qué pasos hay que dar para tratar casos como el mío».

Alex, por su parte, a los 14 años comenzó a moverse en un mundo donde se sentía más cómodo, incluso aunque tuviera que luchar junto a su madre contra la burocracia de cambiar su nombre en los documentos oficiales o pelear con la dirección de su propio instituto.

«Me han llegado a preguntar los jefes de estudio si de verdad seguía con ´ésto´, como si fuera una moda, o pedirme que dejara de hacer exhibición de mi condición de género, ya que un enfermo de cáncer no lo predica y un gay no lo va diciendo», comenta Alex. Sam recuerda como en alguna ocasión sus compañeros le llamaban por su antiguo nombre para hacer daño. «Yo en el instituto no estaba seguro, ni con mis profesores ni con los alumnos, incluso no iba al baño del centro, me iba a mi casa», explica Sam. Ambos ven que salen más casos de transexuales, que se sienten más valientes para dar el paso y visibilizarse.

«La mayoría estudian la ESO, Bachiller o han dejado los estudios y son tanto chicos como chicas». Ahora se dedican a apoyar y dar información a quienes necesiten saber qué son realmente.