Ocho mujeres y tres hombres en riesgo de exclusión se dejan la piel -algunos desde hace más de una década- en el denominado proyecto ´Recupera´, un taller ubicado en una nave de Sangonera en el que se clasifica y arregla ropa (donada a las parroquias) que luego se pone a la venta, por un precio simbólico, en las tiendas de Cáritas de la Región de Murcia.

«Y, si no hay trabajo, nuestra dignidad está herida». Es una frase del papa Francisco escrita en una de las paredes del taller. En sus instalaciones, mujeres como Felisa, Rosa e Isabel seleccionan, reparan y esterilizan todas las prendas. Después las etiquetan. No sólo es un trabajo: es formar parte de una gran familia.

Una familia que lidera Consuelo Ruiz, responsable del centro de San José Obrero, del que depende este taller. Consuelo es «una especie de Teresa de Calcuta, pero en el barrio», tiene claro Felisa Álvarez, una mujer que lleva «casi 18 años» formando parte de esta iniciativa.

«Estuvo mi suegra antes que yo», indica Álvarez, a lo que añade que «estábamos como asociación de mujeres hileras. Salíamos a los mercados de Torre Pacheco, Murcia y Barriomar». «A veces estábamos toda la semana para ganarnos diez euros», rememora.

En el taller de Sangonera «somos todas conocidas y nos llevamos bien», apunta otra de las mujeres, Rosa Mª Montero. «Unos días nos tiramos de los pelos, otros días te quieres mucho», bromea, lo que despierta las sonrisas de sus compañeras. Montero incide en que «esta es una segunda familia. Y tenemos a la mamá, que es Consuelo».

El cariño que las trabajadoras manifiestan hacia Consuelo se hace patente, al igual que el respeto que inspira Edurne León, psicóloga y responsable de la organización del taller. Completa el equipo Ana, trabajadora social.

Aunque la mayoría son féminas, también se implican los hombres, como es el caso de Luis García. Él, con sus congéneres, se ocupa de, por ejemplo, «la recogida, descargar ropa, limpiar los zapatos o arreglar los percheros cuandos se rompen».

Este taller también permite a sus usuarios ampliar su formación con cursos, como el de manipulador de alimentos. Asimismo, les dan facilidades para sacarse el carné de conducir. Es lo que ha hecho Piedad Fernández. «Me costó lo mío, porque es un esfuerzo muy grande y me dio mucho miedo», admite la mujer, de 32 años.

Una de sus compañeras, Josefa, salía hace apenas unos días del taller. Y lo hacía con un contrato de trabajo bajo el brazo. Ahora está en la cocina de un restaurante.

«Economía solidaria»

Salidas laborales y, sobre todo, amor. «A mí esto me ha hecho mucho bien», confiesa Isabel Moreno, otra mujer del taller. «Llevo aquí 18 años o más. Si no hubiera sido por ellas, yo no estaría aquí. Son como hermanas, es verdad», manifiesta.

La que lleva menos tiempo en el taller es Rabia (de origen árabe, su nombre significa ´primavera´). Da las «gracias a Dios» por formar parte del proyecto, y lo hace frente a una máquina de coser en la que remienda una prenda. Sus compañeras la aprecian. «Y hace unos dulces buenísimos», espeta Rosa Montero.

Desde el 7 de octubre de 2014 está abierta en la calle Acisclo Díaz, en Murcia, una tienda de ropa gestionada por Cáritas en la que se implican 69 voluntarias, por turnos. No es el único establecimiento de estas características en la Región: también los hay en San Javier, Fuente Álamo y Torre Pacheco, y próximamente se abrirá otro en Molina de Segura. No es un ropero: es una tienda como cualquier otra. Asunción Fernández -responsable de la contabilidad y la gestión de la tienda de Murcia- explica a LA OPINIÓN que el objetivo de esta labor es «donar al necesitado a través de vales, vender barato para la gente necesitada y, como dijo el papa, todo lo que no valga, reciclarlo y no contaminar el medio ambiente». Hace hincapié en que se trata de promover una «economía solidaria».

Fernández tiene en mente realizar en breve «una convención de todas las tiendas, para unificar criterios y mejorar en el trato».

En las perchas de la tienda de Murcia cuelgan, por ejemplo, chaquetas de caballero que ahí cuestan dos euros, y vestidos de fiesta, donados por tiendas, que originalmente podrían costar 360 euros. Ahora se venden por 20.

«La ropa se recoge en los roperos de las parroquias. El proyecto es que nos pongan contenedores, porque así recogeríamos más, y más variada», dice Fernández.

Mª Carmen Saura, encargada de recursos humanos de la tienda, resalta que el fin pasa por «dar una dignidad a la gente y, al mismo tiempo, tratarles de tú a tú, no con lástima». En este sentido, subraya que quien acude a las tiendas de Cáritas «es un cliente y tiene todos los derechos del mundo», por lo que aboga por «tratarle con amabilidad y educación».