Jacqueline Moore, británica de 49 años, relató en Internet cómo mató a su marido, cómo descuartizó su cuerpo y cómo procedió a su incineración en un bidón de su vivienda, situada en la localidad cartagenera de Tallante. Jacqueline Moore era víctima de malos tratos por parte de su esposo, y quizás haya colectivos que sostengan que la mujer actuó en defensa propia, o que estaba enajenada, o que a una señora que tiene el horror en casa no se la ha de juzgar por revolverse contra él. El caso es que a Jacqueline la condenaron a pasar diez años entre rejas. Su hijo George -que pegó al hombre, Brian Moore, hasta dejarlo inconsciente y facilitó que ella lo matase- fue absuelto porque sólo se le acusaba de una falta de lesiones y esta, cuando salió el juicio, ya había prescrito.

El crimen impactaba a la opinión allá por 2004, pero ocurrió en octubre de 2002. No se puede saber el día exacto, aunque los investigadores calculan que sería a mitad de mes. Una pelea en casa en la que el esposo pegó a su esposa. Jacqueline entonces era víctima, aunque se convirtió en culpable cuando decidió cortar por lo sano y librarse de su marido. Tras ser agredida, la mujer no avisó a la Guardia Civil para que arrestase al maltratador: llamó a su hijo -fruto de una anterior relación sentimental- y le pidió ayuda.

El hijo -que tenía entonces apenas 18 años de edad- llegó a la vivienda en la que había tenido lugar el episodio de malos tratos y arremetió contra el hombre que había golpeado a su madre. Le respondió con el único lenguaje que él parecía conocer: el de la violencia física. El joven pegó tanto y tan fuerte al marido de su madre que lo dejó sin sentido. El chico, además, llevaba unas botas con la puntera reforzada por chapas de metal, que lograron que las patadas que propinó a su padrastro hiciesen más daño. Entonces Jacqueline actuó. Letalmente.

Condenada a diez años de prisión por asesinato

  • George Ross, el hijo de la mujer, fue absuelto porque la falta por lesiones de la que se le consideró autor había prescrito
  • En mayo de 2007, un tribunal de Cartagena condenaba a Jacqueline Moore a diez años de cárcel por asesinar a su esposo, Brian, y a tres meses más por profanar su cadáver. Presidido por el magistrado José Manuel Nicolás Manzanares, el tribunal jurado absolvía, en la misma sentencia, al hijastro del fallecido, George Ross, pero no porque considera que no hizo nada en el crimen: lo soltó al declarar extinguida, por prescripción, la responsabilidad por la falta de lesiones de la que se le consideró autor. La sentencia declaró probado que el matrimonio, «en el que ya no existía afecto marital», mantuvo el día de los hechos una riña terrible, durante la cual el hombre llegó a agredir a la mujer. Sería, por tanto, un caso de violencia de género. «Esto es muy injusto para mí y las mujeres que, como yo he sufrido, sufren cada día el maltrato de sus maridos. ¿Perdí el control? Puede ser», dijo entonces la británica, según se hacían eco las crónicas. El tribunal del jurado condenaba a Jacqueline a indemnizar con 100.000 euros a la madre de Brian y con 50.000 euros al hermano del fallecido, sus herederos, y al pago de las dos terceras partes de las costas procesales. A ella la llevaron a la cárcel de Sangonera (donde ya estaba en prisión provisional). El joven George salió libre con cargos. La defensa de madre e hijo solicitó en el juicio la absolución, con argumentos como los malos tratos que recibían por parte de Brian.

La mujer -según considera probado en la sentencia que posteriormente la condenaría a diez años de cárcel- agarró una almohada, la colocó sobre la cabeza de su marido y se sentó encima hasta que él dejó de respirar.

El cadáver del hombre fue trasladado a un patio exterior de la casa y ocultado bajo una lona sujeta con varias piedras de granito. Tres meses después, Jacqueline introdujo los restos del que había sido su esposo en un bidón metálico y les prendió fuego para hacerlos desaparecer. Y seguramente lo habría conseguido si no le hubiese perdido la lengua.

De hecho, Jacqueline no fue detenida hasta casi dos años después de la muerte de Brian. Y por su culpa. Fue ella misma la que se otorgó el apodo por el que luego la conocerían medios de comunicación y opinión pública: Viuda Negra. Y se lo puso para relatar por la Red de Redes su crimen.

La familia de Brian Moore había denunciado su desaparición (pocos meses después del crimen, aunque no supieran que había crimen) a la Policía británica, Cuerpo que pidió ayuda a la española. Un periodista inglés, Roger Insall, se interesó por el caso y fue por su cuenta tras la pista de la que aún era una supuesta parricida, cuya confesión consiguió grabar de forma encubierta: ella se lo dijo en un chat.

Encontraron los huesos de la víctima enterrados en la casa. Jacqueline, una vez en el banquillo, cambió su declaración varias veces. Llegó a culpar del crimen a su hijo, llegó a decir que Brian murió por accidente al caerse cuando iba borracho. En el 2002, según la mujer, él bebía a diario 24 tercios, 8 litros de vino y una o dos botellas de whisky o vodka.