Me encuentro con mi amigo Victoriano en el edificio del ELDI de la UPCT y me pregunta: «¿Vas a ir a Murcia a ver a Roca Rey?» Fíjense en el cartel: ' El Fandi', Talavante y Roca Rey; y me refiere solo a Roca Rey. Éste es el fenómeno limeño que está poniendo en jaque a todos los figurones del toreo. Le contesto: «Mi querido amigo y gran aficionado a los toros, sabes bien que hace cuatro años decidí dejar mis dos abonos de contrabarrera de capotes que mantenía desde más de diecisiete años por mi hartazgo de ver siempre los mismos toreros y las mismas ganaderías pero, sobre todo, por las injusticias que año tras año el empresario viene aplicando a nuestros toreros de la Región, sin importarle que hayan triunfado y que estén dejando el nombre de la comunidad más allá de nuestras fronteras».

Pero me quiero referir a mi amigo Victoriano porque siendo un abuelo joven ejerce como tal y transmite su sabiduría y costumbres (que tan bien le han ido en la vida) a su nieto. El primer regalo que el abuelo Victoriano le hizo cuando arrancó a andar fue un traje de torero y un mini capote, y le dio el nombre artístico de 'El Niño del Foro'. Pero no contento con esto, también le preparó en el sótano de su casa una placita de toros con sus burladeros, carteles de toros, mantones de manila y una cabeza de toro real. Ahí, el abuelo y el nieto jugaban al toro y le iba explicando con todo lujo de detalles la liturgia y disciplina de la Tauromaquia y las distintas suertes que se dan en el ruedo entre el animal más noble y fiero, y su antagonista, el torero.

Me comentaba mi amigo que el nieto le decía: «Abuelo, no sé si sabes que ha empezado la feria taurina y estoy esperando que me lleves a los toros como lo vienes haciendo los años anteriores. ¡Pero es que ahora no has dicho nada! ¿Es que no me vas a llevar». «¡Claro!», contestaba al abuelo, al cual se le caía la baba contándome el desparpajo con el que su nieto le pedía explicaciones sin saber que el abuelo ya tenía las entradas compradas para ver a Roca Rey, al que le adjudican que hará olvidar a José Tomás. Yo ahí discrepo porque, en realidad, solo lleva dos temporadas y le queda mucha carrera para acercarse al mito de Galapagar. Pero ya está consiguiendo que el aficionado empiece a no importarle los toreros que le acompañan.

Esto me trae recuerdos de cuando por la calle del Ángel, en días de corridas los padres y abuelos llevaban de la mano a hijos y nietos, y una mochila o bolsa de plástico con una empanadilla, un pastel de carne, una botella de agua y, ¡cómo no!, un pañuelo blanco para solicitar la oreja, siempre que fuera merecedor el torero del tal premio.