Si usted pretende un festín con langostinos del Mar Menor, no le quedará otra que pagar un pastizal; nada que ver con lo que le costaría si se decide por los de siempre. Lo peor es que el precio no acaba garantizando que estén más o menos ricos, porque la pasta depende más de la escasez y de las particulares características de tan exclusiva captura en tan exclusivo ecosistema, pero sobre todo de su propio gusto personal.

Esos caros bichitos deben estar alimentados de nitratos, nitritos, amonio, residuos de abonos agrícolas, hormonas, bacterias, virus, parásitos y otros disparates en determinadas proporciones y seguramente aún no letales porque nadie los ha prohibido todavía. Y cuando usted chupe una de esas cabezas, se estará inyectando en vena vía cerebro a saber cuántos de esos peligrosísimos ingredientes.

Esos fondos en los que se alimentan deben ser primos hermanos de los otros que han extraído en Marchamalo para dragar el paso fronterizo entre la abundancia del Mediterráneo y la escasez del Mar Menor, o lo sano y lo insano a la vista de la analítica de algunos muy listos que deben saber un disparate de estas cosas y que dicen que de poner esa arena en ninguna playa ni pensarlo, que tiene más metales que el cajón de un relojero.

Pero no les demos ideas que lo mismo se les ocurre que, si esa no es buena, la de seis palmos más atrás tampoco y empiezan a tirar del padrastro y acaban como aquel que tirando, tirando se despellejó entero; y nos vacían el Mar Menor de arenas firmes y ancestrales y nos las convierten todas en movedizas de camión en un pis pas, que con las cosas de sol y toalla no se juega.

Y es que solo hay que tirar de blanco y negro para ver la cantidad de balnearios que coronaban los veraneos del Mar Menor de nuestros antepasados para llegar a la torpe conclusión de que playas, lo que se dicen playas, nunca hemos tenido. Otra cosa es que nos valgan con su arena empastada tirando más a mármol que a materia prima de castillo con fecha de caducidad, con tal de pegarnos el irrepetible baño en sus incomparables aguas por mucho mundo que recorramos.

Yo creo que lo que mola no es disponer de sentido común en eso de los análisis y conclusiones, sino de hacerlo distinto, de ser diferentes, únicos, y sobre todo de impresionar, de dar titular. Si le han intentado vender alguna vez un chisme de esos de osmosis para su cocina le habrán hecho someter a electrólisis un vaso de agua del grifo y en un minuto habrá firmado al ver como se pone de negra y pastosa el agua que estaba bebiendo. Después de la ósmosis nada, claro, naturalmente, si le hemos quitado los minerales, nada que electrolisiar o timolisiarnos... Añada un pizca de sal y habrá vuelto a ser esa semiporquería oscura y peligrosa que realmente necesita su cuerpo, porque a ver sin minerales cómo le damos de comer al monstruo para ser capaz de procesar tanta tontería.

Un crucero de esos que nos traen tanto bien a la ciudad portuaria, y consecuentemente a la Región, deja cada que vez que entra y sale un reguero de niveles contaminantes que además de estar prohibidos en tierra, si lo analizáramos sería de tal magnitud que nos tendríamos que traer a los turistas en botes a remo desde cinco millas más allá de la dársena, como hacían en el siglo en que los puertos eran para fondear y no para atracar, que es invento de los últimos tiempos y en todas sus acepciones. Pero todo esto no es problema, vamos a librarnos de la arena de Marchamalo y nos la vamos a llevar a Palomares, que están más acostumbrados a las armas químicas, no vaya a ser...