Más de media docena de carruajes y varias decenas de romeros ataviados con el típico traje bordado en terciopelo, propio de la zona del campo de Cartagena, acompañaron ayer a San Antón en su tradicional romería desde el cementerio a la plaza de la Purísima en el barrio del mismo nombre del santo.

La comitiva partió sobre las diez y media de la parada acompañada por una representación de romeros de San Ginés de la Jara, agrupación que está hermanada desde hace varios años con la asociación de romeros de San Antón. A mitad de camino, en la Urbanización Mediterráneo, hicieron una parada frente a la iglesia de La Esperanza, para obsequiar a la Virgen con una ofrenda.

«Nos ha hecho un buen día y hemos estado todo el camino cantando sevillanas y pasodobles acompañados por la banda de cornetas y tambores de Las Cuatrocientas», señaló Pepi Cortado, secretaria de la hermandad de romeros de San Antón.

En poco más de una hora, romeos y vecinos, en torno a un centenar, se concentraron en la plaza de la Purísima. «El olor a pulpo asado llega hasta el Escudo de la Alameda pasando por la plaza Juana La Loca y la calle Recoletos», señaló el presidente de la asociación de vecinos del barrio, José Luis Hernández Bosque. Y es que si hay algo que caracteriza estas fiestas populares es el sabor del pulpo al estilo cartagenero, es decir, asado y aderezado con vinagre y limón que sirven en las barras que bares y cafeterías montan en la calle. «Una ración para dos personas cuesta cuatro euros» apuntó Hernández, mientas se preparaba para disfrutar de la barbacoa gratuita que vecinos y romeros prepararon con productos ´bajos en colesterol´: morcilla, longaniza, costillas (...)

Ya por la tarde se celebró una misa en honor a San Antonio Abad y después el Comisario de Cartagena, José María García, pronunció el pregón de las fiestas que se celebran hasta el día 17, fecha en que tendrá lugar la bendición de los animales y la tradicional rifa del cerdo.

Entre tanto las jóvenes solteras pueden ´sisar´ con picardía los rollicos del santo para –como reza la leyenda– pasar por la vicaría.