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SeXo al desnudo

Sí es placer para viejos

Nos cuesta creer que el disfrute de los placeres de la vida no está restringido a edades pipiolingas

Sí es placer para viejos

Nos cuesta creer que el disfrute de los placeres de la vida no está restringido a edades pipiolingas. En la medida que acumulamos experiencia, adquirimos mayor capacidad de regocijo. No ha de ser diferente en la materia que nos ocupa: el sexo. Es una cuestión de actitud. A María le es difícil asimilar que a su abuela le interese darle goce a su cuerpo. «Es que es tan mayor€», afirma incrédula. «Mi abuela se ha casado tres veces, las mismas que se ha separado.

La causa del fracaso de sus matrimonios radica en que ninguno supo hacerle lo que debía en la cama. Siempre me lo tomé a cachondeo; en plan, mira cómo chochea la abuela. Apenas me acuerdo del último de sus esposos, del que mi abuela dice no haber podido consumar por el enorme aparato que calzaba. A mí me saca los colores cuando se pone en ese plan».

«Hemos descubierto que todas las batallitas sexuales que a mi abuela le encanta sacar a relucir son tan reales como que su fogosidad, a sus años, parece no tener fin». Todo lo contrario, amiga. De desgracia, nada; es de admirar que tu abuela tenga tantas ganas de vivir y con tanta naturalidad. «Hace dos semanas tuvimos una comida familiar por su sesenta y nueve cumpleaños. Mi abuela estaba exultante. Se había levantado de mejor humor que nunca. Tras su ducha matinal, se había puesto un vestido rojo bien ajustadito. No paraba de canturrear, más de lo habitual. Hasta daba como unos pequeños saltitos mientras preparaba el festín».

«Una vez sentados a la mesa los 23 familiares en tan importante evento, mi abuela levantó una copa de vino y gritó: os deseo que gocéis de esta comida como yo. Todos rieron y aplaudieron, en plan: mira la abuela, ya pimplada y desvariando. Se sentó y comenzó a darle vueltas a las gambas que tenía en el plato, sin intención de comérselas, jugueteando.

Empecé a preocuparme; observé que daba unos extraños respingos sobre su silla. Acto seguido, sus labios empezaron a perder color de lo apretados que los tenía y su ojo izquierdo inició un frenético abre-cierra que me dejó sin respiración. De pronto, se estiró casi cayendo al suelo al tiempo que profería un extraño y agudo ruido gutural. Todos volvieron su mirada hacia mi abuela, cuyo cuerpo comenzó a sacudirse de forma espasmódica. Los gritos horrorizados no se hicieron esperar. Uno de mis tíos llamó al 112 y, en dos minutos, dos médicos se unieron a la celebración. Tomaron el pulso a mi abuela, quien empezaba a reaccionar.

Algo acelerado, pero nada alarmante. Señora, ¿se ha caído recientemente, tiene problemas de coagulación, se ha mareado en estos días, había sufrido ictus? Calla, nenico; lo que me pasa es que acabo de estrenar unas increíbles bragas con vibrador y he tenido el mejor orgasmo de toda mi vida».

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