El cine de miedo es mucho más terrorífico en el verano. Sobre todo a la salida de las terrazas donde se exhibe, cuando los árboles y arbustos, agitados por el viento, proyectan sus sombras sobre el asfalto candente y el murmullo de las olas azota las rocas creando sonidos horripilantes y extraños. Los pasos del vecino que viene de tirar la basura suenan cercanos, ese señor de Madrid que no conocemos de nada y se pasa el día en el porche bebiendo cerveza y observando fijamente a las guiris en top less, un hombre demasiado sospechoso.

Al apagar la luz de nuestro cuarto el temor se apodera de nosotros y vuelven las imágenes de Drácula mostrando sus horribles caninos manchados con la sangre de su última víctima. Suena un grito estremecedor.

¡Ahhhhhh?! Nos apaciguamos al saber que ha sido la suegra que se ha caído de la cama, una cama desconocida de dúplex arrendado. El viento de levante golpea la persiana, la luz de la farola riela sobre las calas cuando las luces del alba nos anuncian el nuevo día. Los sudores del terror desaparecen y nos decimos una y mil veces que nunca más volveremos a ver una película de miedo aunque sea en el cine de verano con la tortilla de patatas.

Los sádicos, los poseídos de película suelen ser personajes solitarios. Don Andrés Ayala, diputado en Cortes por el PP, no es un hombre solitario en absoluto pues tiene un amigo de toda la vida que es Federico Trillo-Figueroa Martínez-Conde, embajador de España en la Gran Bretaña. Son amigos desde los tiempos universitarios, cuando ambos se alojaban en el colegio mayor Cardenal Belluga y se gastaban bromas. Una amistad que se ha ido consolidando y acrecentando con el paso de los años.

Las películas de miedo dan menos miedo cuando se ven con los amigos, y Andrés Ayala, un señor de Cartagena, goza de buen carácter y simpatía a raudales, aunque en ocasiones cuente alguna historia para no dormir.