Una señora encantadora que desprende vitalidad por los cuatro costados, quien, a pesar de su juventud, ha demostrado con creces su valía en una profesión tan maravillosa e ingrata como es el periodismo.

Puede que algunos vean en ella un exceso de juventud y falta de experiencia para ocupar una labor tan complicada como es la consejería de Cultura (codearse con la intelectualidad y los artistas nunca ha sido fácil en Murcia), no así como por su profesionalidad a la hora de dar voz al Ejecutivo regional.

«Es tanto el afán por el cambio generacional que un día nos van a poner a un niño de primera comunión como consejero», argumentan los más conservadores.

Las virtudes de la señora Arroyo están claras, incluso fue Doña Sardina en al año 2009, distinción que no todo el mundo ostenta y sin llegar a saber del todo su ascendente sobre el mundo cultural, aunque sí de las tradiciones vernáculas de esta bendita tierra.

A lo que vamos. La flamante consejera de Cultura y Portavoz ganaría mucho si recuperara para sí el estilo sofisticado y elegante de los años cuarenta y cincuenta, cuando la alta costura española triunfaba en el mundo de la mano de Cristóbal Balenciaga. La juventud de la que disfruta Noelia Arroyo adquiriría una especie de velo mágico, otorgando a su personalidad un filtro místico e inalcanzable de mujer fatal, como lo disfrutaron en su día Loretta Young o Lucille Ball. Conociendo de antemano que prescindir de unos jeans rotos bien conjuntados es todo un reto y un sacrificio en cuanto a la comodidad que el llevarlos supone.

Vestir a Balenciaga o a Cocó Chanel ante los micrófonos cautivaría a cualquiera y evitaría la sensación de querer engullir a bocados a los auditorios en aburridas ruedas de prensa, marcando al mismo tiempo distancias insalvables con el desmelenado populismo progresista.