­La localidad de Ojós emerge en pleno corazón del Valle de Ricote para mostrar al visitante el encanto de los pueblos de antaño y una cultura enraizada en la huerta y el agua. Con una superficie de algo más de 45 kilómetros cuadrados, este municipio conserva huellas de poblaciones de épocas prehistóricas y tardorromanas y un rico legado medieval que cobra vida en las pintorescas calles de su casco urbano.

Documentos del siglo XIII dan fe de que por entonces ya existía el actual núcleo de Ojós, que entre 1285 y mediados del siglo XIX pertenecería a la Orden de Santiago, según el cronista de la villa, Luis Lisón. Este estudioso recuerda también que «la aldea alcanzó la independencia municipal en 1501 cuando, al convertirse sus habitantes musulmanes a la fe católica, la aljama dio paso a un concejo y la mezquita agarena al templo parroquial, que fue reedificado y ampliado en épocas posteriores».

Pasear por el casco urbano es una experiencia inolvidable. En sus estrechas calles adornadas con macetas se pueden ver escudos nobiliarios de las familias Massa, Marín y Melgarejo, cunas de distintos regidores de la población durante los siglos XVII y XVIII. El escudo de los Marín adorna la que quizás sea la fachada más antigua del pueblo, llamada «de la Inquisición».

La caminata lleva al viajero hasta el antiguo lavadero público de agua rodada, una singular construcción cubierta, donde aún se puede ver a mujeres que charlan animadamente mientras lavan su ropa. De visita obligada es también la iglesia de la localidad, construida sobre la anterior mezquita árabe. En este monumento, declarado Bien de Interés Cultural, se pueden contemplar las imágenes de los anteriores patronos del pueblo, San Felipe y Santiago, y la del actual, San Agustín, que data del siglo XVIII. El templo también da cobijo a la bella talla de un cristo crucificado del siglo XVI, atribuido a los hermanos Ayala, y a una Dolorosa de Salzillo.

La Casa de Cultura Tomás López de Poveda, la plaza del Rulo, donde antiguamente se picaba el esparto, y el jardín del Peñón, con un símil de teatro romano, son otros lugares de interés en el casco urbano. En los alrededores de Ojós se encuentra el emblemático puente colgante. Fabricado con tablas de madera, se desconoce la fecha exacta del primitivo, que posiblemente era anterior al siglo XVIII y fue sustituido por otro que quedó arrasado en la riada de 1986. El actual data de 1988 y ha sido sometido a varios trabajos de restauración.

Ojós puede considerarse un gran museo del agua al aire libre. De la tradición vinculada al líquido elemento dan fe el Azud, la presa del Mayés, norias, acequias, el viejo molino harinero y el batán. Y todo ello rodeado de paisajes donde predominan el verde de la huerta y grandes palmeras que se elevan sobre un horizonte rodeado de montañas. No en balde, el municipio se llamó antiguamente Oxós, del árabe Husus, que significa «los huertos». Merece la pena también acercarse hasta el Salto de la Novia, otro paraje de gran belleza que forma parte del municipio y en torno al que existe una bella leyenda.

De este pueblo no se puede salir sin probar su rica gastronomía, una mezcla sabores moriscos, influencias manchegas y productos de la huerta de Murcia. La sopa de ensalada del Valle y los deliciosos bizcochos borrachos son dos de sus sugerentes propuestas gastronómicas.

Devoción De mezquita a templo cristiano

La Orden de Santiago decidió en 1507 convertir la mezquita árabe que existía en Ojós en una iglesia. El nuevo templo fue reedificado y ampliado con obras que se prolongaron hasta 1772 y a las que seguirían constantes reparaciones. En ella se veneran las imágenes de San Felipe y Santiago, antiguos patronos del pueblo, y la de San Agustín, que tiene el patronazgo actual de la villa, junto con Santa María de la Cabeza.

Puente Una ´cuna´ sobre el Segura

Antaño se cobraba un impuesto por el paso de personas y mercancías a través del puente colgante de Ojós. Los vecinos llamaban «cuna» al viaducto primitivo de madera porque se movía cuando lo cruzaban. Aquel puente fue sustituido por otro, concluido en 1880 y destruido en las graves inundaciones de 1986. El actual se levantó sobre el Segura en 1988 y su última restauración se produjo hace ocho años.