Y ahí estaba un joven pulpo (Octopus hubbsorum), escondido tímidamente en una cavidad, asomando un poco sus hermosos ojos con pupilas rectangulares, uno de sus brazos, en el que sostenía con firmeza mi lápiz. A pesar de las persistentes corrientes, pude arreglármelas para sujetarme con una mano y jugar con él con la otra. Era tal su curiosidad que decidió abandonar su guarida casi por completo y salir a examinar mi lápiz, luego la pizarra y, por último, mi mano desnuda. Recorrió cada centímetro de mi mano mientras la iba «palpando» suavemente con sus ventosas, que en realidad para ellos son el equivalente a nuestra lengua humana. Sí, son pulpos que tienen 1.699 lenguas ¡y ésta acaba de chupetearme la mano entera!

Quedé sorprendido de su capacidad para manipular el lápiz, y de la fuerza con la que tiraba de él, intentando separarlo del cordón al que estaba atado. No hacía falta que dejara de mirarme para concentrarse en robarme el lápiz, lo que me llamó la atención. Luego supe que, en la base de cada uno de sus brazos, a los que erróneamente llamamos tentáculos, tienen un cerebro, además del principal que tienen en su cabeza. Pude entender entonces por qué son tan listos, pues cada brazo puede realizar acciones independientes y tomar decisiones propias sin tener que molestar a su gran cerebro, dedicado a pensar, probablemente, en por qué no somos capaces de entenderlos.

Pasaron varios minutos que dediqué, segundo a segundo, a disfrutar y a jugar con él. Fue muy divertido, aunque debo reconocer que conforme pasaba el tiempo ganaba más confianza en sí mismo, y por supuesto en mí, ese misterioso visitante enmascarado que llevaba un lápiz molón. Debía continuar mi trabajo, así que, con gran pesar y un inmenso sentido del deber, intenté volver a mi censo de peces, suspendido temporalmente por un cefalópodo curioso. Me costó recuperar mi lápiz, pero más la concentración, ya que no podía olvidar su mirada inquisitiva, como de un ser consciente de sí mismo y de su entorno.

Desde entonces me quedó muy claro que los pulpos son más inteligentes de lo que creemos, y me entregué a la tarea de investigar más sobres ellos. Descubrí que, además de sus nueve cerebros, disponen de tres corazones, y que en algunos tienen sangre azul. Cuanto más leía, más descubría que, así como me ocurrió a mí, había muchas personas más que quedaban cautivadas e igualmente intrigadas por cómo un molusco podría ser capaz de tomar decisiones y realizar acciones sumamente complejas, tan complejas que eclipsaban las famosas habilidades de un chimpancé o un delfín.

Se dice por ahí que son seres de otro mundo. ¿Cómo puede ser que un animal invertebrado, pariente de caracoles y almejas, tenga tal inteligencia? Encontrar la respuesta no ha sido nada sencillo, los científicos se han topado con un animal obstinado al que no le gusta cooperar para desvelar sus secretos, que sabotea pruebas y experimentos, escapando de sus confinamientos sin que nadie lo vea, y lleva al límite la paciencia que quienes intentan estudiarlo.

Al parecer, el problema radica en que no es un animal cualquiera, por ello no puede ser estudiado a través de métodos convencionales, ni tampoco puede ser interpretado mediante los mismos fundamentos que se utilizan para estudiar otros animales, ya que su inteligencia, o el procesamiento de sus pensamientos, se lleva a acabo de una forma totalmente diferente a la nuestra. Ese procesamiento es tan sorprendente y distinto, que a los pulpos también se los denomina animales alienígenas, o animales de otro mundo, más allá de que su apariencia haya inspirado a los creadores de algunos de los monstruos más famosos de Hollywood.

(...)

Lo único que sabemos a ciencia cierta es su historia evolutiva de más de 500 millones de años, que poseen el cerebro más grande de todos los invertebrados (y de algunos peces y anfibios) y que dos terceras partes de su sistema nervioso se encuentran situadas en sus brazos.

Actualmente se ha concluido que los pulpos pueden ser zurdos o diestros y que prefieren utilizar alguno de sus dos ojos para centrar su atención en algo. Sabemos que son capaces de utilizar herramientas, tal como lo hace un reducido número de vertebrados, y también sabemos que, lo mismo que nosotros, tienen la asombrosa capacidad de recordar y aprender, aplicando sus experiencias anteriores para resolver nuevos retos.

¿Era acaso, ese pulpo que conocí, capaz de reconocerme?

Extracto de la obra El lenguaje secreto de la naturaleza (Plaza & Janés)