Opinión | Los dioses deben de estar locos

Disfrazados hacia la Arcadia feliz

Don Quijote se encuentra con una pequeña sociedad de poetas enamorados. Se trata de un elaborado ejercicio de ficción; apasionados por la literatura bucólica, estos muchachos han decidido vivir su fantasía y traer a la realidad el mundo de sus poetas.

'Vida pastoril de don Quijote y Sancho'. Salvador Tussel (1905), a partir de Gustave Doré.

'Vida pastoril de don Quijote y Sancho'. Salvador Tussel (1905), a partir de Gustave Doré.

Don Quijote está feliz e inspirado, acaba de pronunciar ese breve discurso suyo sobre la libertad, con palabras que deberían ser escritas con letras de oro. Libertad, ese bien supremo por encima de la vida, no puede ser un amor desbocado sin más; precisa también de un noble ideal que le sirva de objetivo, o la libertad se difuminará, se perderá dispersándose a los cuatro vientos. Cuando don Quijote habla de la libertad resulta muy difícil no pensar en el discurso de la edad de oro, en los pastores, en la región feliz de los bosques, de los rebaños y de los poetas enamorados. Y así, casi a renglón seguido, el ilustre manchego se encuentra con una nueva aventura. Lazos verdes de una red casi invisible lo sorprenden y lo atrapan entre las ramas, dispuesto ya a liberarse de ellos con su espada, voces juveniles detienen su brazo. Le dicen que son redes para capturar pájaros, pues va a representarse un idilio campestre, bucólico, una restauración armoniosa de los lazos antaño imperantes entre almas enamoradas e inocentes y el resto de los seres de la Creación.

Hermosas doncellas, semejantes a las divinidades inmortales, dignas de figurar entre el séquito de Diana, tranquilizan al caballero. Visten ropas hermosas y valiosas, disfraces que imitan los hábitos de los pastores. Hablan como si hubieran salido de las más bellas poesías pastoriles. Don Quijote se encuentra con una pequeña sociedad de poetas enamorados. Se trata de un elaborado ejercicio de ficción; apasionados por la literatura bucólica, estos muchachos han decidido vivir su fantasía y traer a la realidad el mundo de sus poetas. Enfermos de literatura, han cambiado de aspecto, modificado sus nombres siguiendo las usanzas pastoriles, se han disfrazado y se disponen a hacer realidad su sueño caprichoso. Algo en común tienen con don Quijote, aunque en ningún momento pierden el sentido de la realidad. Saben que aquello que viven es un juego momentáneo, una breve excepción en su vida cotidiana. Cuentan ellos mismos que son jóvenes de buena familia, que por gozar de un gracioso esparcimiento juegan a ser pastores, que van a hacer real por unos instantes el mundo bucólico de los antiguos; hasta llevan aprendidos de memoria versos de Garcilaso y Camôes. Estos buenos hijos de los notables locales, que habían refinado su gusto y sus maneras, querían vivir de verdad aquello que sólo conocían por los libros. Lejos de ser auténticos pastores, que estuvieran fatigados por las intemperies y por la dureza del trabajo, estos tiernos émulos de Virgilio, criados entre telas de algodón, pretendían hacer de enamorados rústicos, habitantes de églogas tiernas e inspiradas. Don Quijote reconoce, claro está, cierta afinidad. Pero no dejan de ser niños jugando, y a jugar se presta también el hidalgo, montando una ridícula guardia de honor para que todos aquellos que por el lugar pasen, rindan tributo, ya sea por grado o por fuerza, a la belleza que allí se acaba de congregar. 

Cuando poco tiempo después, derrotado por el destino y obligado a abandonar la caballería andante, cruce de nuevo por el mismo paraje en el que los jóvenes pedantes y afectados representaron su idilio pastoril, don Quijote siente que aquello que fue divertimento para unos, para él debe ser su verdadera Arcadia. Surge la idea, tomada en serio, de abandonar el mundo cotidiano. Así como antes ya cambió conscientemente de nombre, ahora vuelve a modificarlo para adaptarse al ideal pastoril. Asistimos a una tercera transformación: de Quijano a Quijote, de Quijote a Quijotiz. Una vez derrotado don Quijote, acaso hubiera nacido (de no haberlo impedido la muerte de Alonso Quijano) un nuevo personaje, un poeta de los bosques. Las nubes de los años venideros habrían pasado sobre su cabeza una y otra vez, pero la impasible fortaleza de las montañas, sin duda, hubiera preservado la eternidad de su nombre y de sus amores. Que no hay libertad sin utopía, y también don Quijote tuvo su Arcadia.

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