Tribuna libre

Henry Kissinger: el legado de Fürth

Frank Escandell

Hay personajes que fallecen y a quienes se les recuerda por todo lo que hicieran durante años de más mocedad. También existe una minoría cuya relevancia continuó hasta el último día de su vida. Aquel adolescente alemán judío llamado originalmente Heinz Alfred Kissinger fue llevado por sus padres de su natal Fürth, en Baviera, allende la mar a Nueva York para salvarse de la feroz persecución nacionalsocialista del Tercer Reich. Este joven cambió su primer nombre a Henry, se naturalizó ciudadano estadounidense y volvió a su Alemania natal como un soldado en la 84 División de Infantería del Ejército de Tierra, donde llegó a servir en el Cuerpo de Contrainteligencia (CIC) debido a su lengua natal y a su inteligencia.

Después de la guerra, asistió a la Universidad de Harvard, llegando a doctorarse en 1954. Su tesis de pregrado, titulada El significado de la Historia: Reflexiones sobre Spengler, Toynbee y Kant, tenía más de 400 páginas de longitud y –sí, también es parte de su legado– fue el origen del límite actual de longitud en las tesis (35.000 palabras). Permaneció en Harvard como miembro de la facultad en el Departamento de Gobierno.

Como secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, jugó un papel significativo en la configuración de la diplomacia estadounidense durante la década de 1970. A Henry Kissinger se le debe conocer más por sus enormes e incontestables logros diplomáticos que involucraron a China, la Unión Soviética, Vietnam y el Medio Oriente. Desarrolló una política de distensión con la Unión Soviética, que condujo a las Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas (SALT) en 1969. Su diplomacia secreta, uno de cuyos ejemplos fue aquel vuelo de Islamabad a Pekín con la complicidad del primer ministro paquistaní, abrió la China comunista a los Estados Unidos y a Occidente, para generar la histórica visita del Presidente Richard Nixon al país en 1972. En el Medio Oriente, Kissinger realizó una llamada «diplomacia de traslado» para separar las fuerzas israelíes y árabes después de las secuelas de la Guerra del Yom Kipur de 1973, sobre la cual los genocidas de Hamás recientemente rememoraron 50 años después.

Sin embargo, el legado de Kissinger se complica hartamente por su participación en la Guerra de Vietnam, que ya llevaban a hombros dos presidentes de Estados Unidos, y el escandaloso bombardeo de Camboya, un país neutral vecino, que condujo al surgimiento de uno de los más brutales regímenes de la historia humana: los Jemeres Rojos, ampliando innecesariamente una guerra que se sabía perdida. Y qué decir del apoyo que recibió el general chileno Augusto Pinochet para derrocar a Salvador Allende.

En términos más simples, y como buen alemán, Kissinger aprendió de Otto von Bismarck el concepto de la «realpolitik», o realismo político, en las relaciones exteriores, lo cual es evidente en su obra maestra de 1994, Diplomacia. Creía que los sistemas internacionales duraban precariamente y se centró en los conceptos de «equilibrio de poder», «raison d’État» y «realpolitik». Pragmatismo en estado puro.

A pesar de sus muchos logros diplomáticos, el legado de Kissinger no está exento de controversia. Muchos en todo el mundo detestan a Kissinger por el papel que creen que jugó en los eventos mundiales; en esta categoría hay que incluir la caterva de oportunistas que pululan en el mundillo de las conspiraciones. De hecho, varios de sus críticos lo calificaron de criminal de guerra, como en su momento lo hiciera un intelectual de la talla de Christopher Hitchens.

Hasta el último día de su vida continuó escribiendo y parte de su biografía ya había sido publicada por el profesor Niall Fergurson, quien también le pondría como ejemplo de que el poder se detenta desde una red de contactos, en el libro La plaza y la torre. Una de las recientes obras de Kissinger, Sobre China, es considerado lectura esencial para aquellos que buscan entender las complejidades de China.

En conclusión, Henry Kissinger fue una figura compleja que dejó una marca significativa en la política exterior de los Estados Unidos. Su legado es un testimonio del poder de la diplomacia y las complejidades de las relaciones internacionales. Su vida y obra continúan siendo objeto de estudio y debate entre académicos y formuladores de políticas por igual.

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