DULCE JUEVES

El barón rampante en Oriente Próximo

No hay conflicto que desafíe más nuestras convicciones y certezas que el de Oriente Próximo. Allí está enredado y putrefacto el siglo XX. Por eso levanta tantas pasiones

Destrucción en la ciudad de Gaza tras el contraataque israelí.

Destrucción en la ciudad de Gaza tras el contraataque israelí. / Saleh Salem / REUTERS

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

A veces, cuando llego a clase y los alumnos ya están sentados esperando, antes de empezar la explicación del día, les pregunto si tienen alguna duda. Se remueven en sus asientos, se miran unos a otros desconcertados y sonríen. Les digo que tienen que dudar de todo, dudar incluso antes de dudar, y poner en duda cada cosa que yo les diga. Entonces alguno se aventura y, tras levantar la mano, dice: ¿Cómo va a ser el examen?

La duda es una actitud, un temperamento, una forma de ser y de estar en el mundo. Pero es difícil. Es un camino inestable que nos coloca en la incertidumbre, en el lado frágil de las cosas. Requiere mucha humildad. Los periódicos son, o deberían ser, máquinas de dudas, instrumentos que nos hacen dudar. A menudo fallan. Por ejemplo, si uno abría cualquiera de ellos el sábado pasado no encontraba ni rastro de lo que estaba pasando en Oriente Próximo, mientras que al día siguiente todos se apresuraban a advertirnos de que estábamos al borde de la tercera guerra mundial y señalaban a víctimas y verdugos. Suele pasar en el periodismo que los árboles no nos dejan ver el bosque, empezando por las palabras cuando se utilizan como maleza que oculta la verdad.

Y, sin embargo, hasta cuando fallan, también aciertan. Si uno atraviesa los arbolitos de los grandes titulares, encuentra el bosque. Así, ese mismo día yo encontré un reportaje con el siguiente párrafo de la novela Las ciudades invisibles de Italo Calvino, de quien se celebra su centenario. «El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio». Leed periódicos, les dije a mis alumnos, y leed novelas si queréis hacer buenos periódicos.

No hay conflicto que desafíe más nuestras convicciones y certezas que el de Oriente Próximo. Allí está enredado y putrefacto el siglo XX. Por eso levanta tantas pasiones. Y, sin embargo, por lo que estamos viendo en medios y redes, lo primero que parece preocuparnos es de parte de quién nos ponemos. A muchos, ni que se degüelle a niños, se viole a mujeres o se bombardeen ambulancias y hospitales, les lleva a revisar sus prejuicios y asomar la cabeza por encima de su trinchera ideológica. Los periódicos deberían ayudarnos a reconocer quién y qué es infierno, no para convertirnos a todos en parte de él o para hacernos creer que el infierno siempre es el de enfrente. Los periodistas no deberían usar los árboles para hacer leña con la que avivar el fuego, sino para subirse a ellos, como el barón rampante de Calvino, y elevarse por encima de las tinieblas en un acto de rebeldía contra certezas e imposiciones.

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