Agora

La hora de Sánchez

Antonio Papell

La situación es clara, la entiende todo el mundo y no requiere mayores precisiones: una vez fracasada la investidura de Feijóo, incapaz de reunir suficientes adhesiones, le toca el turno a Pedro Sánchez, quien, para resultar investido, tiene que agrupar, además de los votos del PSOE y de su socio de coalición Sumar (en total, 153 escaños), los de los nacionalistas catalanes (7 escaños de ERC y otros tantos de Junts), así como de los nacionalistas vascos (6 de EH Bildu, 5 del PNV).

Esta evidencia es indisociable del conflicto catalán, ya muy apaciguado, pero todavía en carnazón. Los condenados por el ’procés’ han salido ya en libertad pero todavía arrastran la inhabilitación. Y quienes huyeron al extranjero permanecen fuera, ya que si regresan tendrán que dar cuenta de sus actos ante los tribunales. Parece lógico que el gobierno progresista, que ya tomó la iniciativa de mitigar las consecuencias personales del intento secesionista del 1-0 de 2017, y los secesionistas que ahora son requeridos para mantener ese mismo gobierno, hayan de negociar esta continuidad.

Está muy extendida la idea de que esta clase de negociaciones entre partidos diferentes para formar mayorías son detestables pasteleos, que orillan a menudo los intereses generales y que resultan muchas veces indecorosas. Cuando Aznar consiguió el apoyo de CiU para poder ocupar La Moncloa (este respaldo era indispensable), llegó incluso a humillarse frente a Pujol, hasta el extremo de comentar públicamente que él, antinacionalista de rancio abolengo y castellano de origen, «hablaba catalán en la intimidad». El pacto se saldó en beneficio de la Generalitat, que obtuvo un importante botín: la desaparición de la figura institucional de los gobernadores civiles, la salida de la guardia civil de la competencia del Tráfico, una relevante cesta de impuestos participados, etc. 

Tales transacciones, que tienen un sesgo mercantil, no son muy estéticas, ciertamente, pero en un sistema de representación proporcional resultan inevitables en aras de la gobernabilidad. Las alianzas se forman mediante concesiones mutuas, y solo están vedadas (democráticamente) cuando uno de los socios no forma parte del núcleo democrático. En Francia y Alemania, por ejemplo, la derecha no pacta con la extrema derecha, y de ahí que en el país germano sean relativamente frecuentes las ‘grandes coaliciones’. Hasta tres veces pactó Merkel gobiernos estatales con el SPD.

Así las cosas, la investidura de Sánchez se producirá si los nacionalistas catalanes consideran que son suficientes las contrapartidas que obtendrán, y que en un primer momento han sido establecidas muy al alza en la amnistía y la autodeterminación. También en primera instancia el Gobierno ha reaccionado diciendo que la amnistía es posible si se pacta debidamente, pero la celebración de un referéndum es imposible, ya que el pueblo catalán no disfruta del derecho de autodeterminación.

Con todo, el dilema tiene que incluir también otro elemento que deben ponderar los nacionalismos: qué ocurrirá si no prestan apoyo a la investidura de Sánchez. Qué ganarán y qué perderán ERC y Junts apoyando a Sánchez y dejándolo en la estacada.

Si la investidura de Sánchez no sale adelante, se repetirán las elecciones generales a principios de año, y como es lógico, variarán por tanto los equilibrios políticos. En Cataluña, ERC y Junts no están en buena coyuntura (ambos han descendido considerablemente desde 2019) y bien pudiera ser que el electorado menos fiel les hiciera pagar esta prolongación de la inestabilidad, que ofrece una oportunidad de oro a la coalición PP-Vox, letal para Cataluña. Con Sánchez no conseguirán el referéndum de autodeterminación, es obvio, pero con Feijóo y Abascal el futuro del Principado aparece con tintes muy sombríos. Y en todo caso, no deberían esperar medidas de gracia los centenares de segundos niveles administrativos que participaron en el 1-O y que todavía no han sido juzgados, ni mucho menos los prófugos de la justicia, con Puigdemont a la cabeza, que tendrán expatriación para rato.

Este es el panorama que deben gestionar ERC y Junts, puerilmente enzarzados en una rivalidad mutua que resulta indigna de una democracia plena. Ojalá en esta coyuntura los actores de la vieja Cataluña sepan administrar el ‘seny’ que siempre ha sido un rasgo proverbial de su conducta.

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