Entre Letras

Metafísica del desarraigo

Inés Belmonte Amarós

Inés Belmonte Amarós / L.O.

Francisco Javier Díez de Revenga

Inés Belmonte Amorós (Murcia, 1993), escritora y profesora de secundaria, ha publicado en León (Eolas Ediciones) un nuevo libro, titulado lacónicamente Mudanzas, que une a su incipiente trayectoria de escritora aventurera y avanzada, tal como se advierte en esta nueva entrega de su producción. Herida blanca, su primer libro, premiado por La Montaña Mágica en 2020, ya revelaba lo atrevido de su concepción del texto literario en una escritora joven, aunque bien formada por su Grado de Lengua y Literatura. Pero este nuevo libro ofrece al lector otras expectativas que acabarán asombrándolo.

El primer reto al que se enfrenta es el de la cuestión del género literario, porque su libro, compuesto de dos extensas partes, La casa es un vestigio y La casa es una llaga (que reúnen veintiocho textos la primera parte y diecinueve y un epílogo la segunda), supone la conjunción de unos textos de difícil adscripción literaria, porque no son poemas, no son aforismos (alguno de los textos podría considerarse así), no son poemas en prosa, no son viñetas ni relatos breves ni pequeños ensayos ni sentencias. Aunque una coherencia interior muy fuerte los preside y fortifica porque todos ellos responden a un mismo espíritu confesional de indudable lirismo, sui generis sin duda.

El volumen lo completan los editores con un texto conclusivo interesante y muy sugerente del profesor de Teoría de la Literatura Alejandro Arozamema: El des-ser en desplazamiento (a guisa de post-epílogo). Texto sustancioso en el que se plantea inmediatamente la cuestión genérica, nada baladí: «que lo que escribe Inés Belmonte Amorós sea prosa poética, poesía narrativa o cualquier otra combinación de géneros o subgéneros literarios es un problema teórico para el crítico y práctico para el librero. El lector puede pasarlo por alto. Lo que Inés le ofrece es un espacio en una primera persona desde el cual podrá sentir, junto a la autora, que el continuo cambiar de estancias y entornos, equivalente humano de la ecdisis de artrópodos y reptiles, es nuestro más certero reloj biológico».

Resuelto este planteamiento con el que hemos iniciado nuestra reflexión, acudimos a la intensidad de los contenidos de estos fragmentos tan sugerentes y tan expresivos. En realidad estamos asistiendo a un tremendo ejercicio de desarraigo que podíamos interpretar como una reflexión intimista sobre la inseguridad de la existencia en forma de metáfora continuada, constructora de un gran símbolo, representado por la casa, como habitación, como convivencia, como familia, hogar o costumbre; pero, en definitiva, la casa ya no es lugar de acogida, porque de ahí surge el desarraigo de la no menos metafórica y también simbólica mudanza, que en plural da título al libro: Mudanzas. Como también son alegóricas las dos casas en las que el libro se ha organizado, la casa como vestigio y la casa como llaga. Bien lo resume entonces Arozamena, cuando advierte lapidariamente: «Mudanzas es una instantánea de la compleja secuencia de arraigo y desarraigo que nos impone la búsqueda de un lugar en el mundo».

En esta metafísica del desarraigo hay que descubrir, y el lector lo hará sin mucha dificultad, la aportación que el estilo de Inés Belmonte Amorós logra a la hora de elaborar un lenguaje que bordeando lo racional acude, con inusitada frecuencia, a la imagen sobrecogedora que represente con certeza el sentimiento de ansiedad anhelante que define todo el libro. Y cada una de las estancias en él contenidas supondrá un proceso y un avance en el camino de la introspección, a la que la autora ha sometido su concepción del mundo, de la vida, de su trascurrir, del destino y de la muerte.

Imágenes agresivas, de ascendencia surreal, expresan con nitidez la inquietud que define su análisis emocional. Por todo ello, es muy complejo definir con una sola palabra la estirpe literaria de estos fragmentos; porque cada uno de ellos contiene su propia naturaleza y desarrolla su propia estructura lingüística, narrativa y estructural. Todo para contener la historia de una ansiedad, la entrada en la primera madurez desde una infancia que ha legado indelebles vestigios, determinantes para entender la concepción de la convivencia desde el desarraigo y la distancia, para confirmar la inestabilidad de la ausencia y la añoranza de aquel espacio vital estable representado por la ya mítica casa y definido por el no menos mítico concepto de la mudanza.

Son tiempos malos para la lírica y desde luego para la creación literaria: los límites se desbordan y se sobrepasan porque la urgencia es la búsqueda de nuevos espacios de habitación que acojan las reacciones de una escritora en ciernes, tan expresiva como ambiciosa, a la hora de forjar un mundo propio con un idioma personal, el suyo, ya inconfundible.

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