Los niños y el arte rupestre

Las representaciones nos proporcionan una idea de como es el papel que pudieron desempeñar los niños en el arte rupestre. ¿Formaban parte de la iconografía? ¿Participaban del propio proceso de creación de las imágenes?

Abrigo grande de Minateda.

Abrigo grande de Minateda.

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Desde que en 1914 Juan Jiménez Llamas descubriera en su viaje de vuelta, a pie, desde Alpera a Vélez Blanco, el Abrigo Grande de Minateda, en Hellín, dos de entre sus más de 700 figuras llamaron una especial atención, porque, más allá de su innegable calidad estética, parecían evocar una imagen familiar, la de una madre con su hijo

Ya el abate Henri Breuil, en el primer estudio publicado sobre las pinturas, en el volumen 30 de la revista francesa L’Anthropologie (1920), las describía como uno de los grupos de motivos más impresionante en el conjunto: una mujer que lleva cogido de la mano a un niño que, sin sexo explícito, camina junto a ella. Desde entonces, la mayoría de los investigadores que se han acercado a estas pinturas ha aceptado esta lectura, reforzando, si cabe, ese carácter materno-filial.

En realidad, hemos de reconocer que en esta escena, que en modo alguno refleja una actividad meramente cotidiana y sí va provista, en cambio, de un profundo sentido alegórico, más allá de la diferencia de tamaño entre ambas figuras, no tenemos otros argumentos para considerarlas como tales madre e hijo. Es posible, además, que la relación entre ellas no sea de parentesco, sino de otro tipo, tal vez muy distinta, que explicaría al mismo tiempo esa disparidad en el tamaño. Y esto es algo que, salvo muy puntuales excepciones, nunca podremos verificar solo a partir de lo pintado. 

En todo caso, estas representaciones, y la interpretación reseñada, nos proporcionan la excusa perfecta para abordar un tema que nos parece de interés, como es el papel que pudieron desempeñar los niños en el arte rupestre. ¿Formaban parte de la iconografía? ¿Participaban del propio proceso de creación de las imágenes? En absoluto son cuestiones fáciles de responder, entre otras razones, porque no tenemos muchos datos que nos permitan darles una contestación segura, aunque algunos sobre el particular, sí hay.

En el plano iconográfico, la diferencia de tamaño entre figuras se convierte en un detalle importante a la hora de proponer la eventual identidad infantil de alguna de ellas, que, en ocasiones, vendría reforzada por la presencia de otros elementos, como la propia morfología de la anatomía del supuesto infante y de un contexto temático en el que encajaría bien la propuesta como tales niños. Bajo estas premisas, en el arte paleolítico, en el que sabemos que las representaciones humanas son muy escasas y aparecen, en muchos casos, disimuladas con rasgos zoomorfos, son muy pocas las figuras que se podrían identificar como niños. De hecho, las que tal vez menos dudas ofrezcan, sean las grabadas en varias plaquetas de La Marche, en arte mueble, por tanto, y no en arte parietal. Asimismo, unas pocas manos impresas en las paredes de algunas cuevas se han considerado infantiles por sus pequeñas dimensiones. Y similares problemas de identificación tenemos en el arte esquemático, en el que la acusada simplificación de las formas solo permite, en el mejor de los casos, determinar la identidad humana de las representaciones, pero poco más.

Así las cosas, sería en el arte levantino en el que quizás podríamos advertir mejor la presencia de figuras infantiles, aunque, lo cierto, es que son también exiguas las imágenes susceptibles de proponer como niños. Al margen de las parejas de mujeres en las que una de ellas suele ser más pequeña, como conocemos en el Abrigo de la Risca I de Moratalla, en la Cueva de la Vieja de Alpera o en la Roca dels Moros de Cogul, entre los escasos ejemplos de los que tenemos una mínima seguridad dentro del estilo levantino están los de varios pequeños personajes que van subidos a hombros de otras tantas representaciones de adultos. Con un carácter regional en los conjuntos castellonenses de la Valltorta, los vemos en la Cova de la Saltadora, Cova Centelles y Cova del Polvorín y, fuera de allí, solo en Val del Charco en Teruel y la Roca Benedí en Zaragoza. Más próximo a nosotros, en la Fuente del Sabuco II de Moratalla, también podría haber un niño cerrando un grupo de trece individuos en actitud de marcha, en el que hay hombres y, al menos, una mujer. También hay un par de escenas en las que sendos posibles niños están acompañados de dos mujeres en cada caso, en concreto en el Racó dels Sorellets de Castell de Castells y en el Barranco Segovia de Letur.

Más allá del plano iconográfico, es posible que los niños tuvieran una participación activa en otros ámbitos. Al menos así lo podrían sugerir, dentro del arte paleolítico, las pequeñas huellas marcadas sobre la arcilla fresca en una de las salas decoradas de la Cueva Chauvet, o la hilera de 20 m de longitud con pisadas de varios niños en la Galería de René Clastres, que finaliza frente a la figura de un bisonte.

Aunque muy limitados, estos datos nos invitan a pensar que los niños pudieron tener cierta relación, no evaluable en toda su extensión, con el arte prehistórico. Ya sea como sujetos activos en su proceso de creación, como sugieren algunas de las manos paleolíticas, o como elementos de su iconografía, de los que los más claros los vemos en el arte rupestre levantino. Quizás también como participantes, o simples espectadores, en rituales y ceremonias desarrolladas en las salas decoradas, pero esto cae en el ámbito de la hipótesis.

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