Aire, más aire

Las puertas de la vida

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Venimos al mundo detrás de una puerta cerrada, la que preserva la intimidad de la madre parturienta y nos vamos de él con una puerta abierta que nos deja salir hacia el camposanto.

¿Cuántas puertas hemos abierto o cerrado a lo largo de toda una vida?. Hay puertas en chabolas paupérrimas y en las mansiones más opulentas. ¿Qué tiene esa tabla de madera que nos encierra y nos libera con un sencillo movimiento…?

Las puertas nos aíslan y protegen del mundo exterior, de la calle y nos dejan ser nosotros mismos en nuestra propia soledad. Una puerta forma parte de nuestra vida, no se imagina una existencia sin una puerta cercana para el estudio, la creación artística, la literatura, la investigación y cualquier disciplina que precise de cierta concentración.

Las puertas evitan malos olores, sonidos estridentes, gritos, discusiones, cariños, visitas no deseadas. ¿Qué sería del amor si no existiera una puerta que velara por la intimidad de la pareja, o un castillo sin puertas que lo protejan, o de un palacio sin una puerta que vele por los secretos de Estado? Incontables serían las narices rotas por un portazo. El cautiverio encierra las almas tras una puerta de rejas. Si se analiza en profundidad la existencia es un largo pasillo plagado de puertas de todos los estilos: gruesas, delgadas, de metal, de diseño, cutres y joyas del arte de la ebanistería y de la escultura.

Al salir cierre usted la puerta, es una forma de mandar a alguien a tomar viento. Estamos tan sometidos a las puertas y a sus cerraduras que incluso hablamos de las puertas del cielo y del paraíso. Sería imposible contabilizar las puertas que se abren y se cierran a lo largo de los años de una persona, barreras de autodefensa del propio yo, de lo nuestro.

Los portales nos apartan cada noche de la sociedad y nos recluyen en el entorno familiar, primer eslabón de ésa misma sociedad a la que es preciso ignorar de vez en cuando por salud mental.

«Por favor, cierre usted la puerta que hay mucha corriente», una frase repetida que evita catarros en los días invernales, o la contraria: «Deje la puerta abierta que corra algo de aire fresco», decimos en el estío para evitar sudores. «Pase sin llamar», «Cierre la puerta». En definitiva, nos pasamos la vida abriendo y cerrando puertas sin darnos cuenta. Menos mal que al campo aún no se le han puesto puertas de momento. 

Por favor, al salir de aquí no vaya usted a pegar un portazo.

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