Diario apócrifo: Hostilidad

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Bueno, ya de nuevo en Abu Dabi después de los maravillosos días pasados en Galicia regateando, con los amigos y con mi hija Elena, que fue a despedirme al aeropuerto de Vigo. De nuevo a pechar con la rutina y la soledad. Para que sigan en sus trece los que creen que para mí todo fueron días de vino y rosas. A esos ignorantes de la Historia, los querría yo ver en mi lugar en momentos tan delicados como los que rodearon la muerte del Caudillo. Porque incluso ya muerto el Generalísimo y en los mismísimos prolegómenos de mi coronación, todo eran aún conspiraciones a mi alrededor.

Conspiraban el yernísimo, la viuda, y el Búnker con ellos dos; conspiraban los ministros y exministros del Opus Dei; conspiraban los democratacristianos; conspiraba la oposición clandestina, dividida en dos facciones más o menos enfrentadas; conspiraba el Departamento de Estado norteamericano... El único que en ese momento, por una vez, estaba conmigo era mi padre, que esperaba acontecimientos después de que mis emisarios lo persuadieron de que el ejército me apoyaría mayoritariamente.

En fin, que aquello era un sinvivir. Y hasta el entonces presidente del Gobierno, el llorón de Arias Navarro, galleaba conmigo hasta el punto de haberse permitido gritarme irrespetuosa y maleducadamente en dos ocasiones Se me estaba subiendo a las barbas un ministro de Gobernación tan incapaz que no tenía un plan de seguridad ni para el presidente del gobierno que pasaba por la misma calle todos los días de regreso de misa, en pleno centro de Madrid.

ETA le había montado el atentado contra Carrero Blanco enterrando una gran cantidad de explosivo bajo la calle sin que sus servicios secretos se hubieran olido nada. Y como premio a su enorme perspicacia lo habían nombrado presidente de Gobierno. Pues no va y me presenta su dimisión, sabiendo que yo tenía mil frentes abiertos y no me podía permitir otro con un Gobierno descabezado mientras el presidente de las Cortes y del Consejo de Estado mantenía una manifiesta hostilidad hacia mí. Todavía hoy me maravillo de cómo fui capaz de mantener el temple frente a una pandilla de fanáticos que no tenían ni idea de por dónde iban a ir las cosas. Pretendían gobernar el país como lo había hecho Franco, pero ya sin Franco. Ilusos y peligrosos. 

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