Veranear es cultura

La burguesía murciana prefirió siempre Santiago de la Ribera, para disfrutar de la brisa marina y de la holganza en preciosas villas unidas a apellidos ilustres de la tierra

El hotel Los Arcos y su balneario. 1961.

El hotel Los Arcos y su balneario. 1961. / Archivo TLM (foto coloreada)

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Que España se está convirtiendo en un país de pandereta es algo que salta a la vista, sin entrar en mucho detalle, a la vista de los últimos acontecimientos de índole político. La cultura tradicional y sirva como detalle, se va viendo desbancada por las aberraciones de Wikipedia. Así, de lo poco que va quedando digno de mención en este país son algunas tradiciones seculares, algunas de ellas tan populares que incluso se han exportado, ahí tenemos la siesta y, sobre todo, el veraneo, aunque sea a toda costa, para no ser menos que los demás y algunos tengan que empeñarse para disfrutar de la arena de la playa y que la señora de la casa pueda presumir de bronceado. Hoy día no veranear parece es asunto de económicamente débiles por no decir pobres.

Allá por los sesenta, el ministro de Información y Turismo, el infatigable don Manuel Fraga Iribarne descubrió en distintas ocasiones el Mar Menor, en concreto La Manga, cuando era simplemente una franja de tierra arenosa. Acompañado de Tomás Maestre navegó por el Estacio y en alguna otra, pateó una Manga virgen y paradisíaca, haciendo un análisis de sus posibilidades turísticas y de futuro

Los reyes Juan Carlos de Borbón y su hijo Felipe disfrutaron de las bondades de la mar chica en sus tiempos de estudios en la Academia General del Aire, quedando prendados por la gentileza de sus habitantes y su paisaje.

Los huertanos viajaban hasta el Mar Menor en carros y tartanas, aprovechando para bañar a sus cuadrúpedos en los Alcázares y los Urrutias. La burguesía murciana prefirió siempre Santiago de la Ribera para disfrutar de la brisa marina y de la holganza en preciosas villas unidas a apellidos ilustres de la tierra. 

En otros días la exquisitez se mostraba en sus terrazas, cuando las señoras tomaban el fresco de la tarde, a las puertas de casa, elegantemente vestidas, maquilladas, puestas de rígido bolso y collares que las distinguían, aunque siempre existiera un señor de la casa que diera la nota al mostrarse sin recato tumbado en la hamaca vistiendo el clásico pijama de rayas.

En tiempos más recientes se dijo adiós a la carretera que discurría a la vera de la laguna. Fue el alcalde de San Javier, José Hernández, el artífice de la modernización de Santiago de la Ribera, el mismo que por lógica, creó el espléndido paseo marítimo, realizando nuevas infraestructuras y servicios en la población.

Ramón Ojeda Valcárcel, el eterno enamorado del Mar Menor e inolvidable presidente del Real Club de Regatas, supo ver la necesidad de una autovía que acercara Murcia a las localidades marmenorenses, aunando voluntades la hizo posible desde su cargo político, contribuyendo así al desarrollo de la comarca.

Un hito en la hostelería de la zona tendría lugar en 1957 con la inauguración del Hotel Los Arcos, obra del siempre ilustre y visionario don Adrián Viudes Guirao. Un lugar acogedor y familiar, con modernas instalaciones para la época, con un imponente balneario que se adentraba en las aguas de la laguna y en dónde muchos se iniciaron en el deporte de la vela

En Los Arcos, se podía disfrutar de deliciosos calderos y de las más excelsas galguerías de la gastronomía murciana, entre coloristas murales de Baldomero Ferrer ‘Baldo’. 

Una enorme piscina de agua salada y sus terrazas volcadas al mar hicieron de aquel hotel un lugar inolvidable en el tiempo

Aún parecen divisarse en el horizonte el blanco prístino de las velas latinas que surcaban las aguas cristalinas de un Mar Menor que ya es tan solo un recuerdo.

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