Tribuna Libre

Tragar sapos

En la casa del ganador había ambiente de funeral, impostando una alegría que no convenció ni a los suyos, y en la casa del perdedor había ambiente de genuina fiesta, pues consiguió vencer los peores augurios

Alberto Núñez Feijóo en el balcón de Génova, la noche electoral del 23J.

Alberto Núñez Feijóo en el balcón de Génova, la noche electoral del 23J. / Javier Lizon / EFE

Ramona López

Las elecciones generales han dejado claro todo un clásico: que hasta el rabo, todo es toro. No sé si las encuestas privadas se hicieron con el fin de desanimar al votante de izquierda. Si es así, objetivo conseguido, porque, si no le disuadieron completamente de la pertinencia de ir a votar (a muchos miles, sí), sí que le deprimieron, de modo que algunas llegamos a las urnas con ánimo funerario. Pero al final, el efecto rebote ha sido demoledor para las derechas, porque esas encuestas se han comportado como el cortesano adulador, que lo único que consigue es que el rey haga el ridículo saliendo desnudo a la calle.

También han dejado claro que no hay que llorar antes de tiempo, porque después, lo llorado, perdido. Eso lo sabe ahora una izquierda que pasó demasiado tiempo lamentando una desgracia que no había ocurrido: hizo mal en comprarle el relato mendaz a la derecha mediática y política. Qué desperdicio de lágrimas.

Ahora, los medios y los políticos de derechas se levantan después del revolcón, se palpan el cuerpo y se preguntan qué ha pasado, cómo han podido equivocarse tanto si tenían claro que iban a ganar sin bajarse del autobús. Pues probablemente que, de tanto repetir mentiras, han llegado a creérselas. Pero los votantes, por fortuna, no.

El PP ha ganado las elecciones, perdiendo estrepitosamente la posibilidad de formar gobierno. Nunca una victoria electoral ha supuesto tal derrota. En el balcón de Génova bailaban llorando, no creo que haya nada más triste.

Feijóo, seguramente, no había imaginado que le tocara tragar tantos sapos la noche de su previsible victoria. Sapo número uno: salir a un balcón a festejar una victoria con cara de que se te haya muerto alguien, sin ser capaz de hilar un discurso coherente. Sapo número dos: que los congregados al pie del balcón coreen el nombre de Ayuso cuando tú sales, quitándote toda autoridad y, de paso, la poca confianza que te queda en ti mismo. Sapo número tres: que coreen de nuevo el infame eslogan «que te vote Txapote», y que tengas que contestarles que eso se lo digan a Sánchez, no a ti. Si esto es una fiesta, cómo será un funeral.

Sapo número cuatro, y más importante: al PP le toca ahora pedir el apoyo del Partido Socialista para sacar adelante su investidura. Con qué cara le piden ahora un favor a Sánchez, al mismo Sánchez al que han querido derogar como único eje de campaña, al mismo ‘Perrosanxe’, insultado hasta la náusea, al presidente al que ‘solo votaba Txapote’. A ver cómo, cuando su campaña se ha basado, no en argumentar contra unas políticas con las que no estaban de acuerdo, algo perfectamente legítimo, sino en tirarle piedras al adversario. En dialéctica hay algo que nunca se permite, y es el argumento ‘ad hominem’. Bien, pues ese es el único que han utilizado el Partido Popular y Vox en comandita, haciendo de pandilleros de la política. Y ahora se preguntan cómo es que no han arrasado, cuando lo tenían todo tan amarradito.

Vox ha salido aún peor parado, perdiendo un tercio de sus escaños, pero al menos a ellos no les toca hacer como si hubieran ganado. Eso sí, la autocrítica se la dejan a Forocoches, porque, según Abascal, la culpa de todo la tiene Feijóo.

Algo ha fallado en la campaña electoral del PP. Quizás han sobrado mentiras, pero mentiras de bulto, como la de que su partido siempre había subido las pensiones. Quizás ha sobrado hemeroteca, a la que hubieran querido prender fuego cuando salió la foto con Marcial Dorado, ese narco que para Feijóo solo era un contrabandista, que es algo así como si se hubiera ido de vacaciones con Curro Jiménez. Quizás ha sobrado confianza, esa que le hizo rechazar un debate a cuatro con los principales adversarios políticos, por considerarlo irrelevante. Y si esto en campaña es una minucia, qué será lo importante. Quizás ha sobrado baño de realidad en forma de muestras locales y autonómicas de lo que supondría un gobierno PP-Vox, con su censura, su borrado LGTBI y su negacionismo de la violencia de género y del cambio climático.

En la casa del ganador había ambiente de funeral, impostando una alegría que no convenció ni a los suyos, y en la casa del perdedor había ambiente de genuina fiesta, pues consiguió vencer los peores augurios. En términos reales, la derecha ha ganado las elecciones, sin embargo, las ha perdido de largo contra sus propias expectativas, y eso es algo que toca directamente a las emociones, que son las que mandan, sobre todo en una campaña del PP como esta, tan cargada de visceralidad y tan vacía de contenido; el objetivo no era ofrecer un cambio que mejorara la vida de las personas, sino tumbar al sanchismo, signifique eso lo que signifique.

Se abren muchas incógnitas. La principal es que no sabemos qué pasará con la gobernabilidad de nuestro país. Tampoco sabemos qué pasará con Feijóo, pero hacer el ridículo en política suele costar el cargo.

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