Votar en la canícula

Colegio electoral en Murcia, en el referéndum para la Ley Orgánica del Estado, 1966.

Colegio electoral en Murcia, en el referéndum para la Ley Orgánica del Estado, 1966. / Archivo TLM (foto coloreada).

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Eran otros tiempos, y a los políticos de entonces, fueran de la oprobiosa o de la transición, jamás se les hubiera ocurrido convocar unas elecciones en plena canícula, pues ellos también veraneaban. Los veranos del Régimen solían ser muy sosegados. Siempre lo mismo, abriendo noticiarios que hablaban de las vacaciones de Franco, lo hacía el NO-DO y la televisión en blanco y negro con estudios en el madrileño Paseo de la Habana: «Franco en el Pazo de Meirás», «Franco pescando a bordo del yate ‘Azor’» (Felipe González también lo disfrutó en más de una ocasión siendo presidente del gobierno), «Franco jugando al golf en la Zapateira», y poco más, si exceptuamos los bombardeos de los B-17 yanquis sobre Hanoi. A sus ministros, en activo o no, se les podía ver en bañador en las playas de La Manga o Campoamor, sirvan de ejemplo Agustín Cotorrruelo Sendagorta, Camilo Alonso Vega, Pedrolo Nieto Antúnez o el mismísimo Luis Carrero Blanco, habitando en modestos apartamentos. En los años de la transición, el nivel de veraneo subió de escalafón para la clase política, aparentando jornadas de estudio en lugares más o menos recónditos que permitieran tomar instantáneas de sus actividades lúdicas, casi siempre con un libro bajo el brazo, para aparentar una callada labor intelectual en beneficio de la ciudadanía, Felipe González, Aznar, Rajoy etc, lo hicieron hasta que alguno descubrió los palacios patrimonio del estado o Doñana y allí que se instalaron.

Pues sí, lo de convocar unas elecciones en plena canícula es algo nuevo, votar a 45º grados a la sombra no deja de ser una novedad. Los esforzados componentes de las mesas electorales están muy alegres con su designación y los votantes acudirán puestos de bermudas, bikini y flotador, a depositar su voto. Está claro que lo que no se le ocurra a Pedro Sánchez, no se le ocurre a nadie.

Hasta ahora, las vacaciones estivales habían sido sagradas, incluso para la política, en unos tiempos donde todo está politizado. Que se lo digan a los carteros, que han visto rota su rutina de reparto epistolar gracias a las elecciones generales que hoy tienen lugar.

Políticamente hablando, los meses estivales siempre gozaron de cierto sosiego con la salvedad de que la mayor parte de las guerras tuvieron su inicio en verano. En la imagen adjunta podemos observar una relajada mesa electoral murciana que corresponde al referéndum para la Ley Orgánica del Estado, donde el 96% de los votantes dieron un ‘Sí’ a Franco. Un Francisco Franco que sorprendió en el mes de julio de 1969 al país con un mensaje dirigido a las Cortes, en el que dio a conocer el nombre de su sucesor en la Jefatura del Estado. El Príncipe Don Juan Carlos de Borbón fue el elegido sucesor a título de Rey, una decisión posteriormente aprobada por las Cortes. Tras prestar juramente en el caserón de la Carrera de San Jerónimo, el entonces Príncipe dio lectura a un discurso que fue interrumpido en catorce ocasiones por los aplausos de los procuradores de entonces.

El caluroso mes de julio, una vez más, se convierte en protagonista de hechos históricos. Lo fue igualmente aquel 21 de julio de aquel mismo año, cuando los españoles se levantaron de la cama en la madrugada para ver en su receptor de televisión la llegada del hombre a la luna, hito que fue narrado por Jesús Hermida con emoción inusitada y que los espectadores que vivieron aquel momento conservan fresco en su memoria.

El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, siempre interesado por su destino en las páginas que le dedique la historia, ha logrado sacar a los españoles de sus merecidas vacaciones estivales para llevarlos a votar, entre sudores y aromas de protector solar. Ya nada es igual, los largos y tranquilos veraneos de otros días hoy se ven interrumpidos por un plebiscito, que quedará marcado por la duda ante el voto por correo de unos ciudadanos que tenían programada su corta y merecida holganza. Votar es un derecho, y en esta ocasión un reto para los desconfiados que acudan a su colegio electoral, aunque les cueste echarse al cuerpo cientos de kilómetros. La suerte está echada, votemos pues.

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