Mamá está que se sale

Un saco de canicas

Elena Pajares

Elena Pajares

Un saco de canicas’ fue un libro que me impactó cuando lo leí de adolescente. La historia de dos hermanos de trece y once años de edad, que se ven obligados a atravesar la Francia ocupada por los nazis, ellos solos y prácticamente con lo puesto, para volver a reunirse con su familia en el lado libre. Leerlo superó todas las expectativas que podía tener sobre una aventura. Me pareció la historia de audacia más increíble del mundo. El hecho de que la historia fuera real, y de que yo, entonces, tuviera doce años, justo entre los dos protagonistas, hicieron que me preguntara, en cada una de las vicisitudes en las que se vieron, cómo sobreviviría yo a una situación así.

Como es natural, eran dos niños judíos, y como tantos otros de aquella época, su familia decidió jugárselo todo, cuando la vida en su ciudad natal se hizo imposible.

El libro cuenta cómo un día cualquiera, tan normal que incluso habían ido al colegio esa mañana, los padres reúnen en torno a la mesa de la cena a toda la familia, y es entonces cuando Joseph y Maurice, que así se llamaban los hermanos, se enteran de que al día siguiente empezarían a fugarse. Para asegurar el éxito de la huida, primero se irían ellos, que eran los más pequeños, más adelante lo harían su hermana con su marido y el bebé que tenían, y, por último, se marcharían los hermanos mayores. Cada uno iría por sitios distintos para no coincidir, y si todo marchaba bien, se encontrarían en la casa de unos parientes en la zona libre.

Era necesario que nadie de la misma familia viajara conjuntamente, para no levantar sospechas, ya que había controles y chivatos por todas partes, y ya no se podía confiar en nadie.

Los padres permanecerían en la casa hasta que todos se hubieran marchado, y se irían de allí los últimos, haciendo como que todo era normal todo el tiempo que pudieran. Así les darían algo de cobertura al resto de la familia, en el caso de que se descubriera el pastel de que trataban de escapar.

Como la cosa era llegar al otro lado, y atravesar media Francia, sin levantar sospechas, los dos niños cada día buscaban sitios discretos en los que dormir o comer algo, a ser posible sin ser vistos. Sin embargo, del mismo modo que había nazis, había gente buena, que les daba comida escondidos en un establo o les cobijaba en un desván. En ese libro fue la primera vez que yo supe de la «resistencia», sin que fueran los de la serie V, aquella de los lagartos que invaden la Tierra.

Mis hijas han sacado el libro de la biblioteca para leerlo este verano. Ellas no son tan ingenuas como yo, y no les parece tan épico el relato. O quizá les he hablado tanto del libro que ya se lo saben de memoria. Sin embargo, en lo que sí coincidimos, es precisamente en eso de la gente que se apuntó a la resistencia. Todas aquellas personas que, dentro de aquella locura colectiva que fue el nazismo, les ayudaron en su huida, o que, sencillamente, se apiadaron de dos niños en apuros, aún sabiendo que eran judíos.

Si eres de los afortunados que están de vacaciones, puedes leerte el libro o ver la peli, que está en YouTube. Quizá no te parezca la bomba, como le pasa a mi hija Elena, pero puede ser que lo veas como yo, y termines pensando en que ninguna situación es tan mala como para no pensar que puedes salir de ella, y que siempre la Providencia guarda una puerta escondida para las buenas personas.

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