Punto de vista

Tragicómico y petardo

Fulgencio Martínez

Fulgencio Martínez

Han pasado las elecciones y han vuelto en horas veinticuatro. Este que ayer dudaba entre abstenerse o votar y que, al fin (lo confieso) votó, no a Bríos, que no figuraba en ninguna papeleta de voto, sino a los abuelos de la Tercera Edad en Acción (me convenció su programa y su propuesta de eliminar el privilegio del sueldo casi vitalicio a los expolíticos, una prebenda que ningún otro partido cuestiona); este que les habla y escribe, para vosotros, aunque estéis lejos, queridos niños y niñas, «un día, no sé cuándo, me oiréis» (parafraseando al gran Blas de Otero, que era un poeta con nombre de navegante vasco), en fin, dilo ya, pues digo que este ya ha decidido al día de hoy la elección que hará efectiva el 23 de julio.

Yo que dije y sostengo aquello de que el trabajo interrumpe las vacaciones, ahora rectifico: las elecciones anticipadas en la calor de julio interrumpen las vacaciones, al menos las de muchos obreros y parados, empleados públicos y muchachada jubilandera que deseen votar y no vivan en la proximidad de sus lugares de veraneo. Otra opción es votar por correo, claro. Pero quién se fía de quién. Les costará menos gravoso votar a la clase alta y media alta, que pueden coger un vuelo privado, o de una compañía de línea regular, con billete de ida y vuelta solo un poco más caro que el tren Ave cuyas tarifas cuestan un riñón y parte del otro.

Hay todavía más de un mes y medio, un intenso lapsus en política, para que veamos más contorsiones, quiebros y requiebros populistas del pillo más pillo. Observad: a Pedro Sánchez se le ha quedado cara de pillo solo, y eso es un síntoma de abandono estético y decadencia política. Ya no tiene ningún glamur su rostro. Pero no denota, como fue el rostro del último Adolfo Suárez en la soledad monclovita, un desgaste personal en el cumplimiento de los deberes públicos con honradez y entereza.

En la moción de censura de Vox se escondió bajo la nariz de una mujer (no era Cleopatra sino Yolanda Díaz). Pero no pudo evitar ser retratado por la ironía de Ramón Tamames. No le contestó Sánchez, en su larguísimo discurso habanero, a ningún término de la censura de Tamames. Hubiera podido leer el presidente con más rapidez o saltarse alguna cláusula de su medio descongelado y desaborío parlamento. Dio lugar, como decimos en Murcia, a hacer el ridículo. Lo que un buen padre siempre ha advertido a sus hijos: no hagas el ridículo. En este caso, Sánchez, que no ha leído un solo libro, pese a que le dieron la porra de doctor en Economía, tenía que haberse escondido cuando vio llegar a Ramón el sabio.

La vergüenza la pasamos los españoles que vimos el espectáculo en la tele. No sirvió de nada, en efecto, el debate aquel, chicos. Pero puso a las claras el nivel de las feria de hogaño. En este viaje, para las próximas elecciones, creo que voy a votar en contra de este cómico que ha perdido la vis cómica, pero que está dispuesto a ensayar la máscara de la tragedia con tal de seguir él en la pomada. Tragicómico y petardo, Sánchez está dispuesto a seguir tras consultar consigo mismo, nada con su Consejo de Ministros, menos con la ejecutiva de su partido, y doce monos menos con éste y sus militantes, que ya se supone le dieron un aval vitalicio (de esto nos quejamos los de la Tercera: no hay nada vitalicio adquirido una vez y mantenido sin esfuerzo y sacrificio. Perdonen la rima casual).

Si me quieres escribir, / ya sabes mi paradero: /Tercera brigada mixta, /primera línea del fuego.

El silencio de los corderos del PSOE llegará hasta agosto, o hasta septiembre, cuando vuelvan de sus largas vacaciones políticas los hombres y mujeres con voz socialista.

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