Tiempo y vida

Las polémicas pinturas rupestres de la Peña Rubia de Cehegín

Cueva de las Palomas. 1: Panel II; 2: Panel III.

Cueva de las Palomas. 1: Panel II; 2: Panel III.

Miguel Ángel Mateo Saura

Las pinturas rupestres de la Peña Rubia de Cehegín eran conocidas en la localidad desde, al menos, los años setenta del siglo pasado. En ese tiempo, Miguel San Nicolás desarrolla trabajos de excavación en las cuevas ante los continuos expolios a los que estaban siendo sometidas por parte de excavadores clandestinos, también protagonizan un cortometraje proyectado en la localidad con motivo de la creación de un Centro de Estudios, y forman parte, junto a otros yacimientos murcianos, de un programa de Televisión Española. Sin embargo, van a cobrar actualidad en 1984 cuando, a raíz de su presencia en una exposición sobre el arte rupestre regional, un pintor local, ávido de una popularidad que no le correspondía, denuncia públicamente que no eran prehistóricas porque las había realizado él años atrás. 

De la noticia de la posible falsedad de las pinturas se hace pronto eco la prensa, tanto local como nacional. Los diarios publican amplios reportajes sobre la cuestión y la polémica encuentra también su hueco en programas de radio y televisión. La trascendencia del asunto obliga a la puesta en marcha de un exhaustivo proyecto de investigación, a cuyo frente estará el profesor Antonio Beltrán Martínez. Al final, el resultado de los análisis físico-químicos efectuados sobre el soporte y las propias pinturas, y de las pesquisas realizadas fueron concluyentes: las pinturas de la Peña Rubia sí son prehistóricas.

Estas se localizan en tres de las numerosas cavidades que horadan el imponente macizo rocoso, al sur de la población de Cehegín. La situada a una cota más baja, la Cueva de las Conchas, alberga un único panel pintado en el que hay tres cazadores que acosan a un animal de especie no identificable. Por encima de esta cavidad se dispone la llamada Cueva del Humo, en donde las figuras, más numerosas, forman parte de otra escena de caza en la que tres arqueros disparan sus flechas contra un ciervo que ya tiene varias de ellas clavadas en el cuerpo. Una cuarta representación humana podría ser la de una mujer que parece contemplar la escena desde una posición elevada. Y, por último, la Cueva de las Palomas, en la que las representaciones se distribuyen en tres paneles distintos. En el primero, el más populoso, hay hasta siete motivos, cuatro de los cuales son humanos, si bien no es posible dilucidar la acción que se narra. En los otros dos sí parece haber claras alusiones, una vez más, a la caza. En el panel segundo son tres personajes los que aparecen enfrentados a un ciervo, mientras que en el tercero es un único cazador el que tiene el arco cargado para disparar su flecha contra un animal.

Temática al margen, y superada la falsa polémica suscitada en su día sobre su autoría, la verdadera incógnita que nos plantean estas pinturas, no cerrada a día de hoy, es la de su adscripción estilística y cultural. Ya Antonio Beltrán, en el libro publicado en 1988 con el resultado de todas las pruebas realizadas para probar su autenticidad, las define como pinturas de estilo supuestamente ‘levantino’, comillas incluidas. Y aunque al final el profesor Beltrán, quizás por encontrarles acomodo y darles cierto contexto, terminará por considerarlas como levantinas, su frase dejaba entrever que lo extraño de su estilo mantenía abierta la puerta para otras consideraciones. De hecho, hay investigadores que son partidarios de valorarlas como propias del arte esquemático.

En todo caso, parece claro que estas pinturas de la Peña Rubia no pueden ser adscritas al estilo levantino de los últimos grupos de cazadores recolectores. La tipología de las figuras, tanto humanas como de animales, y los modos de representación están muy alejados de aquellos que conforman la iconografía del arte levantino en el grupo del Alto Segura, del que, en su caso, deberían formar parte. El modelado anatómico general no responde a los convencionalismos que vemos en los patrones levantinos, a lo que se suman detalles como, por ejemplo, el tipo de curvatura que enseñan brazos y piernas, o la presencia, en las figuras humanas, de cuellos exageradamente alargados, que son extraños en aquel estilo. Por su parte, la forma del trazo y, sobre todo, la textura que transmite la pintura, que en determinados sectores de las figuras se llega a mimetizar con el propio soporte, son procedimientos técnicos que, sin duda, alejan estas representaciones de lo propiamente levantino. Asimismo, tampoco creemos que podamos relacionarlas con el arte esquemático del Neolítico, con el que no encontramos ningún punto en común.  

¿Entonces? La respuesta no es sencilla. En todo caso, partiendo del hecho de que en la Prehistoria hay lugar para lo excepcional, y asumiendo que no son ni levantinas ni esquemáticas, quizás debemos pensar que estamos ante unas pinturas únicas, situadas al margen de los principales estilos artísticos prehistóricos, que responde a una motivación local, en un entorno cultural muy concreto. El uso de las cuevas como lugar de enterramiento durante el Eneolítico, hace unos 5000 años, y la temática representada, vinculada en su mayor parte con la caza, tal vez nos autoricen a valorar la posibilidad de que, con un carácter muy singular, se trate de un arte rupestre funerario, con el que se pretendía exaltar a algún personaje destacado del grupo o, tal vez, al propio grupo.

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