Nos queda la palabra

Argumentario

Julián García Valencia

Sin necesidad de encender la alarma, y como si fuera la pastilla del colesterol, reciben la dosis diaria que han de colocar entre sus afines y en las redes sociales. Si se les olvida, alguna lleva pinganillo para ver si le llega algo al cerebro. No se sabe muy bien si el argumentario es dictado por la inteligencia artificial o la humana, pero lo que está claro es que el ejército de replicantes se comporta como robots, cacareando el mensaje con independencia de su lógica. Es más, a menos racional más éxito.

En la cúspide de la pirámide del disparate, no de la humanidad, está el impune Trump, que no sólo ha prometido perdonar a los que asaltaron el Congreso de Estados Unidos, sino que se muestra ufano de ganar votos gracias a su primera condena por abuso sexual... y le esperan otras 16 mujeres denunciantes, por lo que es posible que gane todas las elecciones que se celebren en el planeta.

Más cerca; imagínense que la cocina donde se elabora el guion nos sirva como plato único cambiar sí o sí de signo político. Susana Díaz era imposible que continuara por haber estado demasiado tiempo como menú. Al parecer, la receta era típicamente andaluza, no digerible en otras comunidades.

En el mismo ámbito, ahora resulta que hacer propuestas concretas, tan apegadas a la realidad como la vivienda, el empleo o la sequía, es objeto de crítica. Al parecer de multitud de voceros o periodistas de tres al cuarto, que no desafinan de los que les dan los cuartos aunque den la nota, lo correcto es el encefalograma plano o el «nosotros o ellos».

En otro plano, media España aprovechó la coronación de Carlos de Inglaterra para reclamar el orgullo por la tradición. Elogio de un sistema y de un país que masacró las tradiciones de cientos de pueblos de todo el mundo.

Ya nada nos alarma.

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