Parece una tontería

Fuera de aquí

Juan Tallón

Juan Tallón

Hay minutos del día que se enredan, y cuando los desenredas no sabes si ganaste o perdiste, si estás satisfecho o contrariado. 

Quizás impusiste la razón, pero sientes algo muy parecido a la impotencia, así que al final no tienes claro qué pensar, señal de que la cosa fue bien, pero fue mal. Esto es lo que le ocurrió a una amiga el sábado. Acudió al club privado del que es socia, a las afueras de Ourense, con sus dos hijos. El mayor tiene 8 años, y cuando se encontró con dos compañeros de su edad, se fueron a jugar al campo de fútbol del club. No había un alma, de modo que era todo para ellos.

Llevaban media hora entretenidos en una de las porterías, cuando ahora apareció una docena y media de adolescentes de 14 años. «Eh, fuera de aquí», le pidió a los pequeños uno de ellos. «Nosotros estábamos primero», replicó el hijo de mi amiga, flacucho, bajito para su edad, pero vestido con la camiseta albiceleste de Messi. Como sabe diferenciar la justicia de la injusticia, y las ideas que merecen ser defendidas, al menos durante un rato, se negó a irse. «Ah, ¿sí?», dijo el líder de los adolescentes, que reunió a su pandilla y le explicó el plan: echar a los niños a balonazos

Aquella violencia ejercida con la pelota los intimidó, y se fueron. Les contaron a sus padres lo que había ocurrido, y mi amiga y otra madre se dirigieron con sus hijos al campo, para tratar de resolver el conflicto, y que grandes como pequeños pudiesen disfrutar del fútbol a la vez. Iba a ser imposible. Pasó lo inesperado: el líder de los adolescentes se encaró con las madres: «Es mi cumpleaños, y vosotras no sois nadie para decirme cómo tengo que celebrarlo». Mi amiga hizo lo que pudo: intentar razonar. Pero la adolescencia puede ser, por momentos, una edad muy idiota, en la que algunos jóvenes recurren a la fuerza. Mi amiga se rindió. «A veces la violencia le gana a la razón»

Pero siempre será preferible ser inteligente que idiota. Vámonos», le explicó a su hijo, mientras se lo llevaba del campo, con una mezcla de orgullo y desaliento, que hacía casi imposible saber si aquello era un triunfo o una derrota.  

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