Verderías

Caravaca, fiesta total

Herminio Picazo

Herminio Picazo

Hoy, día 5, termina en Caravaca una semana de fiesta total. Como cada año, las calles se llenaron de moros y cristianos, de charangas y bandas de músicas, de gente propia y extraña, y de emociones y abrazos y alegrías.

En uno de los momentos más emblemáticos de la fiesta, el pasado martes los caballos corrieron cuesta arriba hacia el castillo y caracolearon por la Gran Vía y la calle Mayor con miles de personas arremolinadas junto a ellos entonando a viva voz el más genial verso que ha dado la poesía castellana: «ni el dos, ni el tres, el uno tiene que ser» (léase «ni el dó, ni el tré, el uno tié que sé», dándole a la frase una rítmica musicalidad de consigna).

Y durante toda la semana, allí fue la fiesta catártica. Una catarsis objetivamente inexplicable porque año tras año se suceden los mismos e inmutables ritos en los que no cabe innovación alguna. Es la esencia de la fiesta: la repetición alegremente tozuda de símbolos y músicas que ya son identidad de todo un pueblo. Iconos siempre idénticos y siempre diferentes, que repiten invariablemente el luminoso hecho festivo a despecho de influencias externas y coyunturas políticas, cambiando sólo en las formas algunos flecos anecdóticos del ritual del festejo y manteniendo el fondo de una fiesta que se rige por el inexorable objetivo de explotar, transmutarse en moro o cristiano, colocarse un pañuelo rojo fragua al cuello y olvidarse de que el mundo, nuestras vidas, quizás sean de otra manera.

Este año también los caravaqueños se han chispado de forma más o menos razonable, también han bailado ‘el chocolatero’ hasta la extenuación, han sudado a mares en los refugios y jurado que el próximo año su manto será el ganador. Probablemente, también este año se hayan quedado de nuevo sin oír el Parlamento

Quizás se me nota que soy de aquel pueblo. Pues vale. La mesura y la objetividad no son galardones que nos adornan a los de allí a la hora de pensar la fiesta. Pues vale, de nuevo. Porque ocurre que el éxito popular de las fiestas de Caravaca no radica solo en lo singular de su simbología y sus manifestaciones festeras, sino que se sustenta sobre todo en la enorme capacidad que tienen los vecinos para vivirlas como una fiesta que surge de abajo arriba, como debiera ser la verdadera democracia, que no se impone ni resulta de operación de mercadotecnia de ninguna clase, que se justifica exclusivamente por la gente que la protagoniza, y que no ha caído en la tentación de convertirse en el batiburrillo particular de una élite.

El próximo año la fiesta coincidirá con el año jubilar de 2024. Será entonces, y de forma reforzada, una más de las ocasiones irrepetibles que están destinadas a repetirse de forma perpetua, como el jubileo Mientras siga siendo así, el universo de Caravaca puede considerarse a salvo.

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