De cine

Air Jordan, vuelo n°23

Todos aquellos que venimos de los 80 tenemos una cita en los cines. Air, la última aventura de Ben Affleck, es un vuelo directo a aquellos días remotos de ordenadores prehistóricos y cintas de vídeo. Ya sus créditos iniciales nos adentran en el corazón de la época. Suena Money for nothing de Dire Straits y empiezan a surgir algunas de las figuras con las que fuimos creciendo: el presidente Reagan, M.A. Baracus defendiendo una posición con El equipo A, David Hasselhoff conduciendo el Coche fantástico o Hulk Hogan repartiendo dinamita en uno de esos cuadriláteros del Pressing Catch. La introducción no dura más de un par de minutos, pero la nostalgia que desprende es tan grande que el espectador sobrepasa la pantalla sin apenas percibirlo.

Superado este preludio, Air se instala en la sede central de Nike para contarnos la historia de cómo la marca consiguió hacerse con Michael Jordan, un perfecto desconocido por entonces. A pesar de que la estrella de los Bulls se sitúa en el centro de la trama y que se mencionan algunos de los jugadores más ilustres de aquel momento, los apasionados del baloncesto no tardarán en comprender que la película trata del mundo de los negocios y que la NBA queda relegada a un segundo plano. Y es aquí donde entra en juego el equipo intelectual de este pequeño portento cinematográfico.

Todo este asunto del business, que en un principio podría ser un soberano aburrimiento, puesto en las manos de Ben Affleck adquiere un ritmo trepidante, como si la caza y captura del joven Jordan estuviese filmada con la tensión de las míticas finales decididas sobre la bocina.

Puede que parte del éxito de Air resida en esa especie de familiaridad que se respira a lo largo del metraje. Ben Affleck y Matt Damon son algo más que buenos amigos. Ambos se iniciaron en este universo de la mano allá por los 90 a base de fracasos hasta que todo comenzó a marchar, Oscar a mejor guion incluido, con El indomable Will Hunting. Y es esta fraternidad la que parece haber tomado las riendas de su última expedición conjunta.

Esos directivos de Nike se mueven por la escena con una complicidad poco habitual en el cine de nuestros días. El plan y la ejecución de la jugada definitiva para desequilibrar el partido por las legendarias zapatillas está más cerca de una travesura universitaria que de una operación del más alto nivel empresarial. Y el resultado es una media sonrisa en el reducido público de mi sesión de tarde, un nivel de implicación que te hace vivir la película en primera persona.

Otra de las claves de Air es el paso atrás de Affleck en el reparto. Su cínico y bobo personaje es pura anécdota y deja todo el peso de la historia a su compañero. Ambos han entendido sus roles a uno y otro lado de la cámara y han encontrado un perfecto equilibrio. Personalmente no siento ninguna debilidad por Matt Damon. Es un actor correcto, con más oficio que brillo. Sin embargo, Affleck crea un cierto misterio que se lleva por delante las carencias del intérprete.

Algo similar sucede con la presencia de Jordan. Hemos crecido con el deportista, lo conocemos como si se tratase de la palma de nuestra mano, y una mala caracterización podría haber arruinado el sentido de la obra. Por este motivo, es un acierto que la película no muestre y no le dé voz a la estrella. Únicamente se intuye su gigantesca silueta y toda la tensión recae sobre su madre, una carismática Viola Davis.

De fondo queda, eso sí, la larga sombra de Jordan que como aquellos dioses de la antigüedad ilumina todo lo que toca. Hay algo mágico en su figura. Por mucho que colgase las zapatillas hace ya algunos años parece que su vuelo aún no ha tocado tierra. Ben Affleck ha sido solamente el último de tantos maestros en recordarlo.

Suscríbete para seguir leyendo