Mamá está que se sale

La pasión de Cristo

Elena Pajares

Un Viernes Santo como hoy, se estrenó en los cines La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Recuerdo que me impresionó, más que todo lo demás, ver cómo al azotarle le arrancan un trozo de piel. Qué horror ver la punta metálica del látigo incrustada en la carne, mientras el verdugo tiraba para volverle a azotar. Tremendo.

Aquella Pasión, terrorífica a todas luces, Jesús la afrontó un día como hoy, Viernes Santo, después de haber entrado en Jerusalén unos días antes, en una entrada triunfal. Sólo Él y su Madre sabían que era el inicio de su sacrificio. María lo sabía porque había meditado las Sagradas Escrituras, antes de que su Hijo naciera, y también por la profecía del viejo Simeón, cuando presentaron al Niño en el Templo.

Previamente al Viernes, la Pasión empezó en la última cena del Jueves, cuando se fue a orar de madrugada al Huerto de los Olivos y a sufrir los padecimientos de Getsemaní. Si el Viernes fue un tormento físico y humano, el Jueves había sido el tormento espiritual. Después de ver la película, supe que para hacer el guión se habían inspirado en los textos evangélicos y en otras fuentes, como las visiones de Ana Catalina Emmerick, que son un relato de lo que sintió y pensó el Señor cuando afrontó la inminencia de la Pasión.

Relata cómo advirtió a los discípulos lo que les esperaba. Los tormentos y padecimientos a los que se verían sometidos, primero Él y luego ellos. Ellos creían que deliraba del cansancio, pero le veían sufrir, desmayarse, sudar y estremecerse, y se preguntaban qué tenía. Les anunció que sufrirían escándalo por su causa, y ellos trataban de consolarle con razonamientos humanos, sin entender nada. Decían que nunca le abandonarían, y especialmente Pedro se sentía capaz de despedazar con sus manos a quien se atreviera a tocarle, cuando el Señor le dijo aquello de que esa noche le negaría tres veces.

En Getsemaní, la Luna iluminaba todo cuando Jesús se apartó a una pequeña gruta a orar. Sólo permitió que le acompañaran sus discípulos más cercanos, Pedro, Juan y Santiago, porque sabía que los otros no iban a entender todo lo que iba a pasar.

Un círculo de visiones horrendas parecía oprimirle, cada vez más. Eran la representación de todos los pecados, desde Adán hasta el último de los hombres, y el castigo que les correspondía. Postrado en tierra, se aparecieron todos los pecados del mundo, bajo infinitas formas horrendas. Él los tomó sobre sí, y ofreció su sacrificio, pero Satanás apareció entronizado en medio de todos esos horrores, y con diabólica alegría, dirigía al Señor imágenes y presagios cada vez más terribles. Y le preguntaba «¿también vas a tomar esto sobre ti?, ¿sufrirás castigo también por éste, y por éste?».

Una procesión de ángeles bajó entonces del cielo, y consolaron a Jesús. El resto de la gruta permanecía llena de aquellos horrores, y Jesús los tomó todos sobre sí. Permitió todas aquellas tentaciones de Satán, para sufrir lo que sufriría cualquier otro hombre ante la inminencia del sufrimiento y de la muerte. Pero se retorcía y sufría, y sólo encontraba consuelo en los ángeles que le acompañaban. Los horrores que le mostraba Satanás eran verdaderamente indescriptibles, y su alma se horrorizó ante los innumerables crímenes de la humanidad. Sintió un dolor tan grande que exclamó «¡Padre, ¡aparta de mí este Cáliz!». Y tras un momento, «hágase tu voluntad, no la mía».

Todo lo demás, lo puedes ver en la peli. Aunque no seas creyente, la historia mola. Para los que sí pensamos que en esa gruta también estaba lo nuestro, es un consuelo saber que resucitó. Y que también, gracias a aquel Sacrificio, resucitaremos.

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