Pasado de rosca

Mitin sin pancartas

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Hay que leer la moción de censura que se celebró en el Congreso el martes y miércoles de esta semana en clave electoral. Llamemos a las cosas por su nombre. Vox la presentó como una maniobra en un intento por revertir la tendencia que apuntan las elecciones andaluzas y las encuestas, un lento declinar de sus votantes. Revertir esa tendencia es vital para Vox, que corre el peligro de resultar irrelevante para formar gobiernos -sobre todo el Gobierno- con el PP. Y en clave electoral fue también la respuesta de los demás partidos. El PP se colocó de lado ma non troppo con su respuesta parlamentaria de bajo nivel y su abstención. El PSOE, aprovechó la oportunidad para sacar pecho y mostrar unidad al menos con Yolanda Díaz. Montero y Belarra, sin poder intervenir, hacían pucheros en el escaño. En fin, todos desfilaron por la tribuna y soltaron su mitin, como acertadamente señaló Tamames. Pero ¿qué otra cosa cabía esperar?

La iniciativa de Vox pretendía ser brillante y se quedó simplemente en arriesgada. Nada menos que traer a un viejo profesor y antiguo -antiquísimo- político casi nonagenario como candidato a presidir un gobierno absolutamente hipotético que sustituiría al muy real de Sánchez. La presencia de Ramón Tamames en el hemiciclo despertó expectación. Ya corrieron ríos de tinta antes de la celebración de la moción. Al caudal de esos ríos contribuyó con algunas gotas este esforzado cronista. No era para menos. 

Viejo comunista, fundador de IU, militante del CDS, autor de un libro -La estructura económica de España-que fue la biblia universitaria de los economistas desde los sesenta hasta casi el final del siglo pasado- y finalmente candidato de la extrema derecha a presidente del gobierno. Su sola presencia era en sí misma la carta de presentación de Vox. No se trataba, en rigor, de lo que la ley establece, no era una moción constructiva. Para eso hay que presentar un programa de gobierno y para elaborarlo hace falta un equipo de especialistas del que en ningún momento dispuso Tamames, y que tampoco es seguro que disponga Vox. En su lugar, el candidato elaboró una amalgama de críticas -razonables unas, dislocadas otras- y propuestas aisladas que ponían de relieve tanto la erudición como la egolatría de un Tamames que se permitió lanzar admoniciones al presidente y al conjunto de la cámara. Ya hace falta estar persuadido de la propia valía para presentarse ante todo un parlamento pretendiendo impartir una lección magistral, como ante un grupo de estudiantes universitarios.

Por otra parte, las encuestas muestran que el electorado de Vox está sobre todo entre los jóvenes, atraídos por el carácter rupturista del partido que se puso de relieve una vez más en la elección de un candidato tan pintoresco. Sin embargo, se hace difícil creer que los que en esa franja de edad no sean ya votantes de la extrema derecha se hayan dejado persuadir por el viejo profesor. Y si probablemente no hayan cosechado votos entre los jóvenes, tampoco es probable que lo hayan hecho entre los que peinan canas. Tamames, con criterio sensato, eludió responder uno a uno a los portavoces de los distintos grupos parlamentarios que lo confrontaron. Quizá sus 89 años no daban para tamaño desgaste. Se limitó a dar una bien poco convincente réplica conjunta desde la altura de su cátedra. Tuvo su día de gloria, pero es muy dudoso que haya convencido a nadie.

En todo caso, por respeto al parlamentarismo hay que decir hasta cansar que el Congreso no está para que los partidos lo conviertan en una caja de resonancia. Que una moción de censura como la que presentó -por segunda vez- Vox sin ninguna posibilidad de prosperar es filibusterismo político que degrada la institución, ya de por sí erosionada. La conclusión sería que la táctica electoral de Vox no le ha salido rentable. Pero no me las doy de oráculo y solo las urnas dirán quién sacó y quién no réditos electorales de un espectáculo tan poco edificante.