Desde mi picoesquina

La Revolución cantonal en Cartagena

Diego Jiménez García

El pasado día 11 de febrero se cumplieron 150 años de la renuncia al trono de España de Amadeo I de Saboya y de la proclamación, esa misma tarde, de la I República española. La existencia de esa efímera República vino acompañada de la Revolución cantonal que, a partir del mes de julio de 1873, se extendió por varias regiones, sobre todo del levante y sur peninsular y que, en nuestra Región, cristalizó en el Cantón Murciano, que subsistió en solitario en Cartagena hasta mediados de enero de 1874.

El 150 aniversario de esa efeméride se va a recordar en la ciudad departamental con un Congreso que, bajo el título, La Revolución cantonal de Cartagena, va a tener lugar durante los días 2, 3 y 4 de este mes de marzo en una de las sedes de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), con ponencias, comunicaciones y una exposición permanente. Las actividades programadas pueden consultarse en el siguiente enlace: https://sites.google.com/view/congresocantonalcartagena/inicio.

FIN DE LA MONARQUÍA ISABELINA. A la vista de las sucesivas crisis y la descomposición de la monarquía borbónica, un sector de la burguesía representado por los partidos progresista y demócrata, mediante los Pactos de Ostende (16 de agosto de 1866) y, luego, de Bruselas (30 de junio de 1867), allanó el camino para poner fin a la situación. Al grito de «¡Viva España con honra!», la escuadra se sublevó en la bahía de Cádiz contra la monarquía en septiembre de 1868. La reina Isabel II, de vacaciones en San Sebastián, cruza la frontera francesa y es recibida en Biarritz por Napoleón III y Eugenia de Montijo. Da comienzo un periodo histórico, calificado como Sexenio Revolucionario o Democrático, un intento más de caminar hacia una revolución burguesa que ya se había consolidado en Francia desde finales del siglo XVIII.

A partir de ese momento, el Gobierno provisional, que, entre otras medidas implantó la peseta como unidad monetaria y alumbró la Constitución de 1869, que establecía la fórmula monárquica del Estado, encaminó sus acciones a la búsqueda de un rey. A primeros de enero de 1871 Amadeo I de Saboya desembarca en Cartagena y se entera de la muerte en atentado de su principal valedor, el general Prim. El reinado del monarca estuvo salpicado por la oposición de carlistas, monárquicos alfonsinos, la Iglesia, un sector del Ejército, terratenientes y la clase obrera, ávida de reformas. Cansado, el rey renuncia al trono el 11 de febrero de 1873. Acompañado de Ruiz Zorrilla, se dirige a Lisboa y, desde allí, a Italia. 

PROCLAMACIÓN DE LA I REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN CANTONAL. Reunidas las Cortes esa misma tarde, se vota por la I República española: Estanislao Figueras acaba presidiéndola provisionalmente. Con la mayoría absoluta obtenida por los republicanos federales en las elecciones de mayo, Francisco Pi i Margall se erige como presidente y el 8 de junio se proclama la República Federal.

Se redactó una Constitución, la de 1873, que no llegó a entrar en vigor. Ello y la lentitud gubernamental en consolidar la República llevó a la minoría federal intransigente a retirarse de las Cortes el 1 de julio. A partir de ese momento, estalla el movimiento cantonal en varias partes del país. El cantonalismo, encabezado principalmente por la pequeña burguesía, pero con amplio apoyo de las Juntas Revolucionarias populares y del bakuninismo, fue un movimiento contra las quintas, descentralizador, laico, social y democrático que buscaba un mayor volumen de reformas a realizarse desde abajo. Roque Barcia, organizador de la sublevación en varias ciudades desde Madrid, aspiraba a implantar el sufragio universal y la libertad de cultos, a eliminar las quintas, a abolir la pena de muerte, y aprobar el divorcio, la libertad de prensa... 

Antonete Gálvez protagonizó el levantamiento en la provincia de Murcia junto al general Juan Contreras, Manuel Cárceles y otros republicanos federales, con la idea de constituir un Cantón en el territorio del antiguo Reino de Murcia. En Cartagena, la sublevación se produce el 12 de julio, constituyéndose la Junta Revolucionara de Salvación Pública, dirigida por Roque Barcia, y haciendo ondear la bandera roja en el Castillo de Galeras. El día 13 de julio la ciudad de Murcia se sumaría al alzamiento cantonal tras la toma del Ayuntamiento y la ocupación del Palacio Episcopal. 

La revolución se extendió por el resto del Levante peninsular y Andalucía, llegando incluso hasta Salamanca. Nicolás Salmerón, el nuevo presidente de la República se aprestó a aplastar los focos de Andalucía y Levante, con dos generales poco afines a la República: Manuel Pavía y Arsenio Martínez-Campos.

A pesar de que, por decreto gubernamental de 20 de julio de 1873, el Gobierno centralista declaraba piratas a los buques de la escuadra cantonal, desde Cartagena, una serie de incursiones terrestres y marítimas (hasta Lorca, Totana, Mazarrón, Águilas, Almería, Málaga…), buscando adhesiones y fondos para resistir, trataron de extender el espíritu cantonal y dotarlo de unas fronteras naturales: hasta 21 municipios de la provincia llegaron a constituir Juntas Revolucionarias. Caso curioso fue el de Torrevieja, localidad en que una revolución liderada por Concha Boracino envió una delegación a Cartagena con la intención de adherirse al Cantón murciano y abandonar la provincia de Alicante.

Con la idea de acudir en auxilio del Cantón de Valencia, se produjo un desastroso enfrentamiento de las tropas cantonales con las gubernamentales del general Martínez Campos junto a la estación de ferrocarril de Chinchilla, hecho novelado con detalle por Ramón J. Sender en su reeditada novela Mr.Witt en el Cantón. Tras este descalabro, el Gobierno cantonal decidió el traslado de todos sus efectivos a Cartagena, que se quedaba sola ante el centralismo como último bastión y principio y fin de la causa cantonal. Roque Barcia llegó a pedir a Ulysses S. Grant enarbolar en el Cantón la bandera de los Estados Unidos.

 El 10 de diciembre de 1873 el general José López Domínguez toma el control del sitio, convirtiendo a Cartagena en un auténtico infierno, agravado por la explosión del polvorín del Parque de Artillería, en donde se refugiaban mujeres y niños, causando más de 300 muertos. Por ello, a propuesta de Roque Barcia se decidió poner fin a la aventura cantonal en la tarde del 11 de enero. 

La República, con un cariz autoritario, había quedado en manos del general Serrano tras la irrupción en las Cortes del general Pavía a primeros de ese mes. 

Tras la huida a Orán de la flor y nata de los dirigentes cantonales y miles de compatriotas a bordo de la fragata Numancia, las tropas de López Domínguez tomaron la ciudad el 13 de enero de 1874 

FRACASO, UNA VEZ MÁS, DE LA REVOLUCIÓN BURGUESA EN ESPAÑA. La siempre pendiente revolución burguesa habría de esperar unos años más, con el intento de consolidarla por parte de la pequeña burguesía que accedió el poder en la Segunda República. Diversos autores han analizado el fenómeno cantonal. Las críticas más acervas con esa experiencia revolucionaria proceden del campo marxista, igualmente crítico con la Comuna de París. A título de ejemplo, en el capítulo XVII del texto La revolución en España, de Marx y Engels, se achaca al bakuninismo el abandono de sus posturas tradicionales como la abstención política y la supresión del Estado (pues, por el contrario, contribuyeron a la proliferación de nuevos pequeños Estados) y la toma de posición de los trabajadores en un movimiento revolucionario, pero reconocidamente burgués. 

Dichas críticas, que sin duda tienen mucho que ver con el fuerte enfrentamiento que se estaba produciendo en el seno de la I Internacional entre las posiciones marxistas y bakuninistas, quedan refrendadas por la opinión de Friedrich Engels, recogida en la obra La España del siglo XIX, de Manuel Tuñón de Lara: «España es un país muy atrasado y, por lo tanto, no puede hablarse de una emancipación inmediata de la clase obrera. Antes de esto España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La [Primera] República brindaba la ocasión, pero esta ocasión solo podía aprovecharse mediante la intervención de la clase obrera española».

Por su parte, el propio Tuñón, en su obra arriba citada, nos dice: «Los Gobiernos republicanos de 1873 […], temerosos de llevar la Revolución [del Sexenio] hasta sus últimas consecuencias, dejaron incólumes todo el poder material y todos los resortes de acción en manos de las clases conservadoras del ‘antiguo régimen’ (sic), que desposeídas del mando político temían verse desposeídas de su privilegiada situación económica […] La burguesía española, que tenía interés en desembarazarse de la tutela y privilegios de la aristocracia, no pasaba de tímidos ensayos por temor al ‘cuarto estado’».

Ello explicaría el fracaso de la Revolución burguesa, antes citado, y sobre todo el ensañamiento con el que se emplearon las fuerzas del Gobierno central republicano en reprimir y masacrar la experiencia cantonal. 

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