La Feliz Gobernación

Los enredos de la izquierda

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard. / La Feliz Gobernación Ángel Montiel

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Yolanda Díaz vino ayer a sumar, pero en Murcia la izquierda más allá del PSOE está en la operación contraria, restar. Más sofisticado: en restar aparentando que se suma. Porque, sí, hay un acuerdo entre Podemos e IU para concurrir juntos a las autonómicas, y muy meritoriamente han conseguido otros acuerdos municipales, por ejemplo, en Lorca, donde la fuerza hegemónica no es Podemos. En la Región, la marca Unidas Podemos no existía hasta ahora porque en 2019 no consiguieron elaborar una coalición electoral entre esas dos formaciones. Por tanto, hay que registrar un avance que tal vez incluso haya sido anotado en la última encuesta del Cemop, en la que Podemos pasa de dos a tres diputados, un leve paso para los deberes que corresponden a la izquierda, leve sobre todo si se constata que a la vez que los morados avanzan el PSOE desciende. Más bien la cosa parece un intercambio de cromos en la misma mesa sin que el hecho trascienda a la potencia del conjunto. 

 Podemos es un partido muy celoso de su posición, en el que creen, de acuerdo a los datos de las últimas elecciones, tanto autonómicas y municipales como nacionales, que es la única fuerza de entre las que se sitúan a la izquierda del PSOE capaz de obtener representación aun en solitario. Esto es así y no lo es, pues quienes tomaron plaza en la Asamblea Regional y en el ayuntamiento de Murcia ya no están en Podemos, sino en la escisión de Más Región (Óscar Urralburu y María Giménez) en el caso autonómico, y en el ostracismo político, de momento, en el municipal (véase la reciente dimisión del portavoz capitalino Ginés Ruiz Macía), aunque es cierto que ya con el Podemos mondo y lirondo obtuvieron un escaño en las generales. 

Esa posición de dominio entre los grupos de la izquierda permite a Podemos ser muy riguroso en las condiciones que establece para admitir coaliciones, pues en la organización son conscientes de que tanto IU como Más Región o Equo necesitan abrigarse con ellos. Existe la impresión de que si ha sido relativamente fácil (no lo ha sido en realidad, pero todo lo han llevado con una insólita discreción y relativa rapidez) armar un acuerdo entre Podemos e IU es a causa de que, al fin y al cabo, ambos partidos obedecen a estrictas disciplinas nacionales (ahora más que nunca), y el acogimiento de Alberto Garzón tras el ‘pacto de los botellines’ con Pablo Iglesias mantiene su vigencia, por mucho que haya desdibujado la imagen autónoma de IU hasta el punto de arrinconar esas siglas en una reproducción casi idéntica a lo que en su día hizo IU con el PCE. De ahí que los aparatos nacionales hayan condicionado la necesidad del pacto regional. Tanto es así que IU ha tenido que deshacer su acuerdo previo con Más Región para resultar compatible con Podemos. 

Pero no es solo la necesidad de corregir en Murcia la coherencia respecto de un pacto nacional, sino que a esto se añade también un clamor muy vivo en ‘las bases’, en los potenciales votantes con o sin militancia en unas u otras formaciones, que exigen unidad incluso desesperadamente. Si ponemos la vista en las redes sociales, donde estos sectores de la izquierda tienen su hábitat, asistiremos a debates interminables en los que son habituales los ultimatums: «O firmáis la unidad o habrá que ir a la abstención». Lejos de parecer actitudes individuales, a juzgar por los hilos que las secundan ofrecen una perspectiva amenazadora. Sobre todo porque la mayoría de quienes se pronuncian dicen no entender los motivos por los que resulta tan complicado acudir unidos a las urnas y deducen la sencilla explicación de que los inconvenientes se justificarían en personalismos, incompatibilidades personales o en resistencias a compartir posiciones de poder cuando no a tener que renunciar a ellas por las inevitables cesiones. Y gravita como una resaca de autoflagelación gratuita la experiencia de las últimas elecciones andaluzas.

En el contexto de esos debates, que suelen ser muy calientes y explícitos, aparecen también quienes tiran de memoria y recuerdan que, en circunstancias anteriores, IU creó candidaturas alternativas para evitar subsumirse en Podemos (los tiempos en la capital de Ahora Murcia y Cambiemos Murcia, una izquierda con seis concejales divididos en ternas), o bien que los actuales titulares de Más Región se mostraban refractarios cuando dirigían Podemos a establecer lazos con IU. Hay, por tanto, un campo bien cultivado de viejos agravios que afloran sin contención por sobre un debate que renuncia a ser político, pues quienes lo siguen desde fuera de los aparatos no aciertan a encontrar las diferencias programáticas o un distinto baremo de prioridades.  

En determinados aspectos, Podemos no es diferente a otros partidos, pues hay problemas que son sistémicos, como el que responde al dicho de que no hay peor cuña que la de la misma madera. Es obvio que los morados, digan lo que digan para la galería, carecen de la voluntad de asumir en coalición alguna a Más Región, un partido que procede de las discrepancias entre Iglesias y Errejón, y que como en el caso central ha desperdigado por el mapa autonómico relaciones personalmente irreconciliables, siendo cierto a la vez que también es posible visibilizar la distancia política, al menos en las estrategias. 

El problema para esta izquierda es que los Leopard están en la minoría. Guste o no, personalidades como Urralburu o Ruiz Maciá presentan una talla política e intelectual muy por encima de la media del conjunto de la clase política regional, lo cual no significa más que lo que significa, y es que si la izquierda se desprende del capital humano acumulado en favor de las lógicas orgánicas de partidos cada vez más enrocados en su propia complacencia autorreferencial, la experiencia conducirá, como está probado, a la marginalidad. Para el núcleo duro de Podemos, todo aquel que, como el ya exconcejal podemita de Murcia, Ruiz Maciá, presenta perfiles de flexibilidad o es propenso al pragmatismo, resulta poco menos que trotskista. Véase el numerito de la próxima candidata municipal, que aprovechó su intervención en el reciente mitin protagonizado por las ministras Belarra y Montero para descalificar a quien será su antecesor. 

Por cierto que la coincidencia de las ministras ortodoxas de Podemos permitió apreciar en la difusión de la ceremonia que llevaron a cabo los asistentes una cierta disfunción de simpatías. Parece que Montero cuenta ostensiblemente con más fans que Belarra, siendo ésta la titular de la presidencia del partido. Esto quizá también puede ser expresivo de dónde sigue residiendo el ‘núcleo irradiador’, es decir, cómo se distribuyen el liderazgo real y el de ejercicio aun siendo ambos uña y carne. 

Lo que más turba la paz de Podemos es la iniciativa de Yolanda Díaz, quien ayer desbordó el aforo, previsto con excesivo conservadurismo, en la parada murciana de su ‘gira de escucha’. En la calle quedaron personas para llenar otros dos recintos equivalentes, y estuvo arropada en el acto por distintos representantes sociales, algo poco frecuente en los mítines políticos. Tiene gracia, sin embargo, que lo que se define como escucha se represente con más propiedad como parla. El discurso central de Díaz se remite a su propia gestión como ministra, a sabiendas de que es la menos controvertida (y en algunos aspectos, brillante) de cuantas empeñan a los departamentos podemitas en el Gobierno de Pedro Sánchez, gestión que la ha convertido en la política más valorada en las encuestas. Esa ‘escucha’, que, como digo, en realidad es parla, no puede ocultar que se trata de un recurso para reforzar su liderazgo a fin de afrontar un proyecto cuyas trazas, sin embargo, deja reposar en el limbo, salvo en que adelanta que será ‘una sorpresa’.  

Consista en lo que consista el proyecto de Díaz, no cabe duda de que levanta gran expectación en el espectro ciudadano objetivo que circula entre las distintas opciones de la izquierda. El propio hecho de que parezca necesario este tanteo expone implícitamente que Podemos es insuficiente, de ahí el escaso entusiasmo mostrado por la dirigencia de este partido en relación a la convocatoria de una de las ministras, la única con rango de vicepresidenta, que ocupa cuota en el Gobierno central por la marca morada. 

Es decir, si Díaz acabara llamando finalmente a Sumar significaría que esa o cualquiera otra denominación eliminaría a Podemos como reclamo central, y esto daría a entender que el partido que fundó Iglesias ha pasado a la fase de caducidad, apreciación que están lejos de compartir sus dirigentes. El liderazgo para la unidad de la izquierda quedaría en manos de Díaz, desplazando a Podemos y sus vetos a los errejonistas. Y esto ocurrirá, o sea, habrá opción Díaz en las próximas generales, pues no sería muy cortés por parte de la vicepresidenta que haga significarse a lo largo de los caminos de España a una cuadrilla de partidarios para dejarlos después en la estacada,sin opción a ser recuperados por otras formaciones, de modo que uno de los riesgos de esta ronda sea que la Suma acabe en otro factor de división si es que, como es previsible, Podemos no se resigna a sumergirse.

En el fondo, todo lo que rodea a esta operación es subliminal. Las cosas se dicen sin decir, o diciendo otras cosas, y hay que acudir al lenguaje no verbal para entender las implicaciones. Por ejemplo, y como reflejo, el hecho de que Díaz y Montero no se hablen, o eso se deduce de las comparecencias públicas que están obligadas a compartir. O la escasa generosidad con que ambas ‘venden’ la gestión global del Gobierno: cada cual, la suya propia

Podemos, sin embargo, dispone de una importante ventaja. El proyecto de Díaz se ha saltado el trámite de las autonómicas y municipales y para cuando le toque levantarlo para las generales de noviembre se puede encontrar con un Podemos muy asentado en los distintos territorios, un estatus que hará valer frente a la dinámica de unidad con otros grupos. 

Hay otro aspecto de esta cuestión más o menos inconfesable, y es que el proyecto de Díaz es también el proyecto de Pedro Sánchez. El socialista necesita a su izquierda una opción que, en su propia expresión, le permita dormir por las noches, es decir, un grupo político que reproduzca los modos que caracterizaban históricamente a IU, espacio del que procede Díaz: actitudes leales y cooperativas en políticas que, aun siendo ‘transformadoras’, no provoquen inquietud sociológica por sus audacias inmaduras o por rupturismos prematuros.  

La ironía es que casi todas las denominaciones de la izquierda apelan a la unidad (Izquierda Unida, Unidas Podemos, Sumar...), pero el concepto parece de una imposibilidad crónica. Quién sabe. A lo mejor esta vez es posible con menos leninismo y más yolismo.

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