El Prisma

¿Es Vox un partido fascista? El fantasma iliberal recorre Europa

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

La polarización de la política impone malamente etiquetas, lugares comunes, términos empleados despectivamente. Todos como mal resumen de lo que realmente se quiere decir. O como mentira consciente que sirve para denostar. Es común oír y decir, calificando malévolamente, socialcomunista, separatista, bolivariano, progre, terrorista, facha, fascista y otros epítetos de dudosa aplicación, muchas veces, a las tendencias o sujetos a los que se refieren. Uno los más pronunciados es el de ‘fascista’ referido a Vox.

Quizá sea ese uno de los términos peor usados. A ese partido se le puede enmarcar en el ámbito amplio de la derecha del espectro, indudablemente. Pero calificarlo de fascista se antoja poco riguroso. La simplificación política derivada de la polarización lleva a la repetición obsesiva de esa palabra devenida en talismán descalificador. Como el de comunista desde el balcón opuesto.

La realidad de Vox como partido no puede ser caracterizada de fascista, salvo por su ubicación más a la derecha de la derecha tradicional de toda la vida, aunque musolinianos y joseantonianos se colocaban en ‘ningún lugar’ del abanico político: ni derecha ni izquierda. Además, por una de esas paradojas actuales, el partido español tiene más bien poco que ver, en cuanto a programas, con alguno de los europeos con los que comúnmente se le asocia, como el francés Rassemblement National. Tiene más similitudes con Fidesz húngaro. De este copió el vicepresidente castellanoleonés García Gallardo el famoso protocolo antiabortista. Tampoco rechazó Vox en su momento la amistad ideológica de Putin, aunque desde la invasión de Ucrania recogiera velas. El terreno de la extrema derecha es variopinto.

Dos ilustrativos libros, uno de Pedro González Cuevas (Vox: entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria) y otro de Miguel González (Vox S.A., el negocio del patriotismo español), lo han caracterizado suficiente y diversamente sin necesidad de, o incluso rechazando, aplicarle el consabido ‘fascista’.

El primero incide en su carácter reivindicativo del pasado español, con especiales referencias a simbología, usos, costumbres y totalitarismo franquista, olvidando la doctrina social de la Iglesia tan querida por la dictadura. Así, resalta que, a diferencia del franquismo, su programa económico es de corte descaradamente neoliberal: retirada del Estado de la actividad económica y bajadas radicales de impuestos que llevan a la privatización de servicios públicos; en suma, antiproteccionismo social y económico.

El segundo libro caracteriza a Vox como claramente ‘reaccionario’, especialmente en lo social; destaca su autoritarismo interno con una estructura partidaria extremadamente centralizada y también absolutamente controlada en el plano financiero desde la cúpula dirigente madrileña. Cosa esta última que ha causado problemas internos como se supo en la Región de Murcia con el caso de los diputados disidentes: era una cuestión de control de las finanzas partidarias. Nada extraño en un partido fundado por Abascal gracias a una donación de Aleix Vidal-Quadras (ambos salidos del PP) de un millón de euros procedentes de Irán.

A ese cóctel programático-económico se suma la oposición radical a la ‘inmigración indiscriminada’, al aborto, al movimiento LGTBIQ, a los avances feministas, a todo lo que huela de lejos a ‘cultura progre’ como la definición de ‘violencia de género’. La última perla: el recurso de inconstitucionalidad contra la Ley salida de la ILP del Mar Menor. Resultado: una mezcla peligrosamente explosiva que puede dinamitar cualquier estabilidad democrática y soliviantar a amplios sectores sociales.

Bien asentado en territorio ideológico compartido con Trump, Bolsonaro y Orbán, lo de menos es que Vox sea fascista o no: es un debate periclitado. Lo de más es que se trata de un partido iliberal capaz de remover los cimientos de una democracia avanzada si no se le aplica un estricto cordón sanitario. Solo Alemania, Bélgica, Francia, Grecia y Portugal lo hacen. Un nuevo fantasma recorre Europa. Y la derecha española lo acoge como hijo pródigo.

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