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Achopijo

El Maño

Imagino a Miguel Ángel cargado con su inseparable y mágica mochila negra tras la puerta automática del hotel de Amsterdam, una vez reposado el viaje, dispuesto a conquistar Holanda, Europa entera. Encogiendo el cuello por el frío y con la ilusión de un niño con Anoxia debajo del brazo. Quizás con alguna historia aún en su cabecica de la lectura que hubiera elegido para el vuelo. Le esperaban en el hall. Mahn es fácilmente reconocible: Boina bien ajustada, gafas de pasta, y cuerpo de pivot de los ochenta vestido de gris. Mahn es como un superhéroe. 

-Buenas, soy Alberto Gascón, del Instituto Cervantes, bienvenido. 

Dos referencias al frío, otra al viaje, otra a la ciudad o el hotel… y enseguida, engullidos por Amsterdam, en esos primeros momentos en otra ciudad o país, en los que te das cuenta de que la vida pasa en todas partes de forma parecida. En el coche, sentados, la humedad va desapareciendo y los pies se calientan. Hay un rato de trayecto y tensión fina. Lógica, entre dos desconocidos. 

El Maño era mediocentro. De piernas largas y finas, rápido y con visión al corte. De esos tipos del norte que juegan con braga, sudadera vieja y calcetas bajadas. Pegajoso marcador que va bien por alto. Pieza clave en los equipos que dirigía con temple defensivo Alejandro Oliva en el trofeo Rector de la Universidad de Navarra. Bueno, además de todo, era buen estudiante y muy listo. Seguramente lo siga siendo. Alberto Gascón. Tiene nombre de jugador del Zaragoza de los noventa. Gascón, con el 20 a la espalda y Balay en el pecho.  

Cuando recibí su foto junto a una hamburguesa y una cerveza enorme, en un garito de Amsterdam, no le reconocí. Los putos años pasan rápido para todo menos para los recovecos de la memoria. Tocó hablar de Murcia pronto, y entonces El Maño le habló a Mahn de Yayo y Oliva y ahí la maravillosa fórmula de la meta amistad fluyó y destapó eso que siempre he considerado el mayor tesoro que tenemos. Conexiones de confianza. No sé cómo explicarlo. Y cuando leí Alberto Gascón, y le imaginé comiendo con Mahn en Amsterdam todo tuvo sentido. Sin estar allí, me alegré como si pudiera darle un abrazo al Maño. Lo mismo que sentimos cuando volvemos a vernos pasados los años y es como si nada hubiera cambiado. Y es que es así, hay cosas que el tiempo no puede cambiar, y son nuestra victoria. Vale. 

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