Así somos

¿Acierto si pienso mal?

A finales del 2022 se hizo público que más de un setenta por cien de encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas opinaba que la situación económica de España era mala o muy mala, pero sólo un veinticinco por ciento reconocía que sus propias condiciones económicas lo eran. Estas diferencias entre lo que informa uno de sí mismo y lo que piensa de la situación general llamaron la atención de varios medios de comunicación. No sucede sólo en relación con la economía en general, sino que también en sectores concretos. Así, según el Barómetro Interno de Opinión de la Abogacía Española de 2013, un 35% de abogados reconocía que atravesaba dificultades para salir adelante como ejerciente, al mismo tiempo que un 77% reconocía una crisis en el conjunto de la profesión.

La disparidad no se limita al campo de la economía. En relación con el egoísmo y el altruismo, si se pregunta a una persona en qué medida piensa que alguien devolvería una cartera con más o menos dinero, responde que cuanto más dinero contenga la cartera menos probable será que sea devuelta. El resultado de un experimento de campo fue el opuesto: se devuelve más cuando lleva dinero que cuando no lo lleva, y más cuanto más dinero contenga. Nos comportamos como altruistas, pero vemos a los demás como egoístas.

Esta asimetría entre lo que uno hace y lo que piensa que hacen o que les pasa a los demás ocurre también en los estudios sobre la mentira. Es habitual pensar que los demás mienten más que uno y hay datos para ello: una minoría tiende a mentir mucho y la mayoría miente sólo de cuando en cuando. En ese gran paraíso de la mentira que es Internet se aprecia en las descripciones que hacen de sí mismos quienes buscan pareja en las páginas web de citas. Un 86% de los participantes piensan que los demás ofrecen descripciones falsas de su aspecto físico, que todos atribuyen al deseo comprensible de gustar a los demás.

Los hombres tienden a exagerar más en la estatura y las mujeres más en el peso. Sin embargo estas mentiras suelen ser moderadas. Obedecen al deseo lógico de ser vistos como atractivos, pero no se exagera mucho teniendo presente un posible encuentro cara a cara.

La explicación de esta versión moderna del «piensa mal y acertarás» se basa en buena medida en lo que los psicólogos llamamos sesgo de negatividad: la tendencia a reaccionar más intensa y rápidamente ante las amenazas o sucesos negativos que ante los positivos. Esta tendencia tendría un origen evolutivo relacionado con la supervivencia, ya que protegerse de un peligro, sea real o no, es a la larga más eficaz que no hacerlo. Pensamos que algo puede ir mal o que nos pueden engañar, por si acaso.

La psicóloga israelita Shoham Choshen-Hillel y sus colaboradores investigaron en 2020 la tendencia a ocultar ganancias o éxitos desmesurados para dar la impresión de ser sinceros. Se anticipa así que los demás no le creerán a uno si cuenta lo bien que le va y pensarán que exagera o miente acerca de sus logros personales.

Y así era: Se desconfía del relato de quien transmite que las cosas le van demasiado bien. Descubrieron también, de paso, la paradoja de que a veces hay que mentir para que a uno le crean o para que piensen que no es un mentiroso.

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