Todo por escrito

Cuento de Navidad (1)

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Como se había quedado sin trabajo (una máquina desempeñaba ahora su puesto en el telepeaje de la AP-7) no podía permitirse un psicólogo profesional, así que optó por la autoayuda. Había escuchado decir al gurú del positivismo, Rafael Santandreu, que «la depresión te la provocas tú». Lo había dicho en el programa de la tarde de Sonsoles, así que debía de ser cierto.

Antonio estaba decidido: estas Navidades no iba a pasarlas solo y en pijama, viendo el especial de José Mota por televisión. Es cierto que, además de estar en el paro, había perdido a sus padres durante la pandemia y eso le había exprimido hasta la última gota de felicidad de su cuerpo, pero la ‘terribilitis’ no iba a poder con él. La felicidad es una decisión, o eso había leído.

Así que echó mano del móvil y comenzó a seguir en redes sociales a varios especialistas en coaching y crecimiento personal. Después de días y días sin parar de ver vídeos de TikTok y reels de Instagram, Antonio se quedó sorprendido de su propia ignorancia. ¿Cómo había conseguido sobrevivir tanto tiempo sin saber nada sobre autoexigencia, asertividad, personas altamente sensibles y rumiación? Con razón estaba deprimido.

Pero la verdadera solución a su problema la encontró el día de Nochebuena. Un vídeo de cinco segundos de TikTok le proporcionó el plan infalible para sobrevivir a las fiestas: comenzar su propio diario terapéutico. Contarle las penas a una hoja en blanco era, además de barato, «una válvula de escape perfecta para dar rienda suelta a esas cosas que nunca se cuentan a nadie y pasar página», según aseguraba la experta en bienestar emocional @enfermeraratched.

Pero para hacerlo bien y «sanar esos pensamientos intrusivos» había que cumplir cinco reglas sagradas: escribir todos los días, huir de la autocensura, incluir descripciones de personas de nuestro entorno, ser coherente con nuestra narrativa mental y redactarlo a mano.

Antonio estaba tan comprometido con la misión, que decidió empezar en ese mismo momento. Se sentó en la mesa de camilla, sacó el blog de notas de Iberdrola, su bolígrafo de Gas Natural y se puso manos a la obra. Se detuvo justo después de escribir «Querido diario». El folio en blanco le reveló una cruel verdad: en realidad, no tenía mucho que contar. Su vida era aburrida y solitaria, y sus sentimientos daban pena.

Así que decidió escribir sobre algo que le hacía sentir bien de manera infalible, una constante en su día a día que no podía compartir con nadie, pero sobre la que podía expresarse con maestría y siendo fiel a su narrativa mental. Así fue como Antonio comenzó su Diario de Pajas.

La primera página se la dedicó a la panadera de la confitería de enfrente: «Déjame comerte esos cordiales de dulce Navidad... Por ese culo de panettone me hacía pastorcillo». Al cabo de un rato, la mujer de pelo cardado con la que se había cruzado en el pasillo de congelados del súper, fue la que acaparó sus esfuerzos literarios: «Tú mirada es la estrella que me guía hacia el portal de tus caderas. Quiero beber de tu almeja como los peces en el río».

Antonio era constante y metódico con la escritura de su Diario de Pajas y seguía las cinco reglas terapéuticas a rajatabla. Se tomaba su salud mental muy en serio, así que le daba a la zambomba todos los días (varias veces) y lo ponía todo por escrito. Al cabo de una semana, había recuperado la alegría de vivir. Ahora, los borrachos de las cenas de empresa le parecían seres entrañables y las tiendas atestadas de maníacos consumistas una fraternal tradición. Sin embargo...

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