Carta de un expresidente

La olla de grillos

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

Alberto Garre

Alberto Garre

El jueves pasado, el pleno del Congreso de los Diputados debatió asuntos de alto calado institucional y democrático. La práctica eliminación del delito de sedición, la modificación del delito de malversación, de la llamada ley del ‘solo sí es sí, la eliminación del permiso paterno para el aborto de menores de 16 y 17 años, suscitaron un pleno de alto voltaje.

Modificar el Código Penal para satisfacer las imposiciones de ERC y Bildu a cambio de su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado para que Sánchez siga gobernando es un insulto al Parlamento y un ataque impudoroso a la democracia española y a su cimiento vital, la Constitución.

Derogar el delito de sedición para eludir las condenas de los delincuentes catalanes, o eludir las que en un futuro pudieran recaer en miembros de Bildu, incapaces de repudiar el tiro en la nuca y el coche bomba, solo afectará a unos pocos, pero pertinaces e insatisfechos permanentes que ya han manifestado que lo volverán a intentar, por lo que el argumento de la paz catalana al que aludió Pedro Sánchez se ha difuminado.

Introducir dos enmiendas para soslayar los procesos normativos de renovación de miembros del TC y CGPJ, cicateramente prorrogados sine die, designar vocales de dudosa idoneidad para sustituirlos con la pretensión de asegurase la interpretación favorable posterior ante los recursos de inconstitucionalidad sobre las iniciativas parlamentarias planteadas, es un insulto a la independencia del poder judicial y al principio de separación de poderes propio de todo sistema democrático

Resulta sumamente injusto, temerario y de mala fe someter a los diputados nacionales a votar propuestas del Gobierno sanchista que conculcan gravemente la Constitucion, tan despótico como indigno nos parece que esos mismos diputados voten con los independentistas a sabiendas de estár traicionado a los españoles y gran parte del propio electorado socialista.

Ante el cúmulo de perversiones legales planteadas en sede parlamentaria las reacciones han sido mayúsculas. Personajes de la talla política de Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina y decenas de exministros y altos cargos de etapas anteriores, así como actuales presidentes autonómicos socialistas, como Lambán en Aragón y García Page en Castilla-La Mancha han criticado abierta y duramente la deriva sanchista.

La oposición política ha movido ficha, pero por libre. Abascal y Arrimadas, Vox y Cs, anuncian la presentación de una moción de censura al presidente del Gobierno con la finalidad añadida de ‘retratar’ el programa de Feijóo. El PP, sabedor de que la aritmética parlamentaria impediría tumbar el actual Gobierno, se inclina por la convocatoria anticipada de elecciones generales a fin de que sea el pueblo soberano quien resuelva el alboroto social y la falta de entendimiento que sitúan la política nacional en una jaula de grillos.

Tampoco la izquierda más radical, Podemos, IU y Sumar, en horas bajas todos ellos, son capaces de ponerse de acuerdo, como han revelado en nuestra Región recientemente. Pero eso sí, junto a colaboradores indeseables como ERC y Bildu, siguen en un Gobierno agonizante, liderado por un Pedro Sánchez que sigue bailando con lobos de calcetines negros.

El pueblo quiere saber si la colaboración de separatistas es sólo para seguir gobernando o para hacer realidad el sueño republicano del presidente Sánchez. Pretenden simplemente salir de la confusión generalizada. No es mucho pedir.

El escenario de desorden institucional y las distantes propuestas partidistas para recuperar la normalidad nos llevan a situar la democracia española como un barco a la deriva que ha perdido su instrumento de navegación, la Constitución. El caos está servido; el barco, España, naufraga; la tripulación, con su capitán al frente dividida y descolócala; y el pasaje, los españoles, no tienen ni flotadores donde agarrarse.

Dios salve al Rey.

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