Agua de mi aljibe

Menos apocalipsis y más parlamentar

Javier Lorente

Parece mentira que los diccionarios nos digan que la palabra ‘parlamentar’ es aquella acción de hablar entre varias partes con el fin de intentar ponerse de acuerdo, algo totalmente incompatible con el conflicto, la pelea, la crispación o la guerra. Es bonita la palabra parlamentar y todas las que de ella derivan, como ‘parlamento’, que es un discurso dirigido a unos oyentes, con el fin de explicarse, comunicarse, informar , intentar convencer, animar o contradecir dialogando. Por extensión, el parlamento es el lugar donde se parlamenta y se intercambian discursos con el fin de llegar a esos acuerdos. Son hermosas palabras que han hecho avanzar a la civilización y, seguramente mucho antes de que los griegos lo hicieran en el ágora, los pueblos antiguos los hicieron en las cuevas, en torno al fuego que los calentaba e iluminaba.

Sabemos que los drogadictos necesitan una dosis cada vez mayor para obtener el mismo efecto que con la toma anterior, puede que eso sea lo que también les pasa a nuestros políticos en eso que también se llama la sede de la soberanía popular (ojo, no confundir ‘popular’ con un partido que también se apellida así). Resulta que los señores parlamentarios empiezan parlamentado, siguen discutiendo y poco a poco se ven abocados a una guerra dialéctica que finalmente se convierte en un vino agrio, imposible de beber con calma y que tira para atrás a cualquier persona de buen paladar. Cuando creíamos que el vinagre no podía saber peor, ahí tenemos a los profesionales del peor de los politiqueos partidistas que intentan sorprendernos con unas sesiones infestadas de sus pócimas venenosas, llenas de veneno a mansalva. No es de extrañar, que si el primer día de clase, la oposición empezó a tildar de ilegítimo al presidente del Gobierno, a día de hoy, con la rueda que llevan chupada, ya estén desatados y cualquiera se pone a pasarle la mano a un perro rabioso para que se calme.

Puede que, con los años, los historiadores hablen de nuestros días como una época de grandes dificultades (la pandemia, la crisis económica, la guerra, el cambio climático), de la que tal vez pudimos salir gracias al esfuerzo de la ciudadanía, los trabajadores, los sanitarios, los transportistas, los pequeños empresarios… y las medidas de los Gobiernos que, con errores y aciertos, apostaron por ayudar a la mayoría. Pero la historia no debería borrar a quienes aprovecharon esta época para enriquecerse, ni a quienes se han dedicado a poner palos en las ruedas a cualquier iniciativa del adversario con el fin de mantenerse o de alcanzar el poder. Hemos visto, hasta el hartazgo, aquello de ‘cuanto peor para todos, mejor para los nuestros’, o ‘déjalos que se hundan ellos solos, sin nuestra ayuda’, ‘miente y envenena, que algo queda’ o ‘anunciemos el Apocalipsis y metamos mucho miedo a ver si nos votan como salvadores’.. Se va acabando la legislatura y parece que el Apocalipsis aún no ha llegado así que ahí tenemos a los que deberían parlamentar, tan desatados y rabiosos que no me extrañaría que en su carta a los Magos hayan pedido que la cosa reviente de una puñetera vez para que el personal los alce sobre sus hombros y los vuelva a colocar en el trono de hierro, de donde nunca deberían haber dejado de posar su majestuoso culo. Cuando uno tiene claro que el poder y el dinero le pertenece para siempre, se hace muy difícil poder parlamentar con quienes piensan que se lo han arrebatado. No saben perder, ni nunca aprenderán y así es muy difícil avanzar en concordia y hasta parlamentar como Dios, y la Constitución mandan.

Desde la distancia, todos somos conscientes de que hay cosas imposibles como la de que un asesor de Putin contradiga a su jefe y le diga que la guerra ha sido un error, que es inútil, que no merece la pena, que es mala o que hay que pararla. Pero aquí, en nuestros parlamentos cercanos, este mal de la humanidad también se da, aunque de cerca muchos no sepan o no puedan enfocarlo para verlo con claridad, pero todas las guerras son inútiles, incluso las guerras parlamentarias. España tiene una estupenda trayectoria de enfrentamientos entre los unos y los otros, que nos han llevado a casi dos siglos de guerras por un rey u otro, por la constitución o la dictadura, por atar y conservar todo lo anterior o abrirnos al cambio y avanzar… Lo peor es que, mientras tanto, los aprovechados, los pícaros, los mediocres empresarios que sólo buscan el pelotazo, el enchufe y el negocio fácil, campan a sus anchas y así no terminamos de salir del atraso.

Yo voy a escribir mi carta de buenos deseos pidiendo tenacidad, sabiduría y fortaleza para quienes trabajan por los demás, sea en el gobierno, en las administraciones públicas, en la sanidad, en la educación o en la empresa. No se pueden rendir quienes se empeñan en el trabajo bien hecho y en el bien común. Para los rabiosos pido sosiego, respirar hondo, pensar despacio y profundo, saber esperar y ponerse a estudiar para ser útiles y mejores. Ya lo he contado: Los hay que están empeñados en volver a pilotar el barco y, por el bien de todos, incluso de ellos mismos, no estaría mal que dejaran, de una vez, de hacerle agujeros al casco de esta nave con el fin de terminar con el capitán.

Hay mucho que resolver, mucho que iluminar, pero no todo es oscuridad, no os dejéis llevar por los pájaros de mal agüero. Alguien debería recordar el cuento de Pedro y el Lobo: si se empeñan en que todo es apocalipsis, golpismo, comunismo, traición o ETA, al final la gente va a ver que no es para tanto y se va a ir de fiesta, a disfrutar de los amigos y a hablar en torno a una mesa o las terrazas, y no va a creer más a estos profetas de la catástrofe.

Y, por cierto, viene el tren y viene soterrado y no es por los políticos, ni los unos ni los otros, es por la gente, como la del barrio de Santiago El Mayor.

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